Incluso aquello que ya no existe merece una conmemoración. Recordar el tiempo ya remoto en que el proyecto tomó forma tras varios intentos fallidos, inició una travesía exitosa de décadas y murió en la orilla de sus 90 años. La Caja de Ahorros de Navarra habría cumplido el domingo 29 de agosto 100, casi un siglo como entidad financiera que arrancó con un decisivo impulso público, que se consolidó con las aportaciones de cientos de miles de ciudadanos humildes y que contribuyó a la transformación de un territorio rural en la comunidad más industrializada de todas.

En puridad, la caja todavía existe. Es una fundación que despliega una obra social bien gestionada, apreciada y relevante (unos diez millones de euros al año), pero el hueco que dejó Caja Navarra como protagonista de la economía navarra es aún visible. Las empresas y los ciudadanos disponen de una opción menos para elegir. Ha desaparecido de la escena precisamente aquel competidor que, de un modo u otro, quedaba sometido a lo público, al interés común, que había crecido gracias a esta filosofía y que revertía sus beneficios en el conjunto de la ciudadanía. Navarra ha perdido un centro de decisión financiero y empresarial, otro más. La tónica del final del siglo XX, la construcción de oligopolios energéticos, de telecomunicaciones o financieros, alcanzó también a las cajas. Y lo que un día había sido de todos al día siguiente pertenecía a una minoría.

Celebración del 50 aniversario de la Caja de Ahorros en 1971.

I. La fundación

"Con carácter benéfico"

Todo tiene un principio y la historia de Caja Navarra no empieza en realidad el lunes 29 de agosto de 1921, cuando "con carácter benéfico, creada por la Excelentísima Diputación, bajo su patronato y garantía" nacía la Caja de Ahorros Navarra, así, sin la segunda "de", que solo fue añadida unos años más tarde. Los intentos por crear una entidad financiera desde lo público se remontan al siglo XIX y en Navarra, en concreto, a 1840, cuando llega de Madrid la instrucción de crear una entidad financiera.

En 1872 el Ayuntamiento de Pamplona crea la Caja de Ahorros y Monte de Piedad Municipal de Pamplona. Y en las décadas siguientes, de cierta estabilidad y despegue económico, surgen sobre todo desde el ámbito rural y asociativo las primeras iniciativas privadas que buscan canalizar el ahorro. "Es el caso de la Caja Rural Católica de Ahorros y Préstamos de Mendavia o la asociación Ahorro Aróstegui, domiciliada en Garralda", explicaban desde el Archivo de Navarra, que organizó en marzo una microexposición para conmemorar el centenario.

Colonia femenina veraniega en Zudaire en 1948.

La iniciativa solo mereció una nota de prensa del Gobierno de Navarra y constaba de media docena de vitrinas alineadas en un pasillo de la planta baja del Archivo, donde se exponían los primeros estatutos de la entidad y otros documentos de la época. Apenas suscitó interés en una ciudadanía que casi no salía de casa por la pandemia. Unas semanas después fue clausurada en silencio y nadie tiene previsto recordar de nuevo ahora una historia que sigue desprendiendo el aroma de su fracaso final.

II. El desarrollo

Limitado y seguro

Este desenlace era inimaginable en la mañana del lunes 29 de agosto de 1921. También entonces un sistema político emite señales de agotamiento. Faltan dos años y dos semanas para que Primo de Rivera, capitán general de Cataluña, se subleve e instaure seis años de dictadura, y en Navarra Francisco Usechi, Ignacio Baleztena y Manuel de Irujo someten a la aprobación del Plano de la Diputación la propuesta de creación de una caja de ahorros, a la que se adhiere el resto de miembros de la Diputación.

Nacía así la primera caja de ahorros con vocación provincial y tan vinculada a la Diputación que tendrá su primera sede en la planta baja del Palacio de Navarra, que fue inaugurada un año más tarde y que, ante el éxito popular, llegó a abrir los domingos por la mañana, el día elegido por decenas de navarros para realizar sus imposiciones o abrir sus libretas de ahorro.

Aquella entidad daba sus primeros pasos en una comunidad eminentemente rural, que había quedado al margen del primer impulso industrializador que sacudió Bizkaia y Barcelona, transformándolas para siempre. Las pocas grandes empresas se vinculaban al sector alimenticio y la generación de ahorro que fue alimentando la caja procedía sobre todo de una agricultura diversificada, eminentemente cerealista, pero que ya sumaba más de 30.000 hectáreas de regadío en 1920.

Ligada a la tierra, la caja tenía como objetivo "actuar de depositario del ahorro popular y brindarlo como préstamo asistencial", según el propio documento fundacional. Para ello se iba a apoyar sobre todo en las clases más humildes, a quienes los bancos privados apenas abrían sus puertas, pero no podía invertir en lo que quisiera. Como el resto de entidades que se iban fundando en una y otra provincia, se hallaba constreñida por una regulación estricta, con coeficientes de inversión obligatoria en deuda pública del Estado. En aquellos primeros pasos, impulsar la agricultura, evitando que la usura asfixiara a los labradores, fue uno de sus cometidos principales.

De hecho, según el libro que la propia entidad publicó en 1996, la caja tardó más de 30 años en conceder de modo general sus primeros préstamos hipotecarios y solo en la década de los 60, con un rápido crecimiento que le llevó a cerrar la década con un 18% de cuota sobre el ahorro, se convirtió en una entidad financiera plena; todavía tardó más, hasta la llegada de la democracia (1977), en recibir el permiso para equiparar su actividad a la de la banca comercial.

Todo ocurre a un ritmo lento, propio un mundo distinto, al que solo acceden apellidos ilustres, ganadores de la guerra y adinerados, y donde en la banca mandaba la solvencia y escaseaban las aventuras. La caja de ahorros que se fue levantando año a año parecía el reflejo de una sociedad conservadora, prudente. Incluso en los convulsos 70 y en los frenéticos años 80, la entidad mantuvo ese sello, quizá aburrido, no demasiado rentable, que impregnaba sus oficinas y su actividad cotidiana. Como si la memoria de la modestia original -la pobreza y el hambre se divisaban en el retrovisor de la historia solo dos décadas atrás- se conservara fresca entre sus directivos y consejeros.

La entidad y el Gobierno de Navarra eran casi uno. Si con la democracia la Diputación caía en manos de los jóvenes socialistas, en la caja ya estaba desde 1968 Juan Luis Uranga Santesteban para mantener las esencias. Y de la misma manera que nadie pensaba que de un día para otro pudiera derrumbarse el palacio de la diputación, la caja parecía llamada a perdurar para siempre. "Era inimaginable que desapareciera", llegó a decir Lorenzo Riezu Artieda, su penúltimo director, en su comparecencia ante el Parlamento de Navarra para arrojar luz sobre el convulso final de Caja Navarra.

En 1978 la entidad se traslada a su nueva sede, con tres sótanos y ocho plantas.

III. Cima y caída

Las vidas paralelas

Riezu, que en 1979 se incorporó por primera vez al consejo de Caja Navarra como representante de los trabajadores, conoció aquella caja de ahorros que acabaría dirigiendo desde 1994 y hasta 2001. Junto a él entró José Antonio Asiáin, consejero vecino de la entidad desde 1979, vicepresidente del Gobierno en los años 80, de nuevo consejero de Caja Navarra a partir de 2004 y su último presidente desde 2010, firmante de la fusión de Banca Cívica y de la rendición final a manos de CaixaBank. Hoy, con 72 años, sigue siendo consejero de Criteria-CaixaBank. Y, junto a Enrique Goñi, la persona de confianza de Isidro Fainé en Navarra.

Sus dos figuras, opuestas en tantos aspectos, resumen la historia reciente de la entidad, cuyo discurrir se acelera a finales de los años 90, mientras UPN conquista en Navarra un poder casi absoluto tras el hundimiento del PSN en el fango de la corrupción. La caja sigue siendo una entidad muy sólida, con un director (Riezu) que ha desarrollado en ella toda su carrera y que entiende que, en banca, la solvencia es lo primero, que la eficiencia hay que lograrla compartiendo servicios, como ya han comenzado a hacer las cajas rurales, y que las aventuras conviene dejárselas a otros.

En 1982, la caja abre su primera oficina en Madrid.

Asiáin cambia la primera línea de la política por la actividad privada en los años 90. Vicepresidente con Gabriel Urralburu, logró no verse salpicado por las turbias andanzas del primer presidente socialista, y se labró su propia trayectoria desde el bufete, trabajando mucho para la banca y sin descuidar nunca sus contactos políticos. Influir sin ser visto no deja de ser un arte.

A Riezu lo sentencia la fusión con la Caja de Ahorros Municipal de Pamplona en el año 2000. Miguel Sanz, en la cima de su poder, designa nuevo director a Enrique Goñi, sin apenas experiencia en el sector bancario, y juntos emprenden un sexenio revolucionario (2002-2007), cuyo final es conocido. Antes, en 2004, recuperan a Asiáin para diseñar el nuevo consejo de administración. Su misión, se supone, controlar la entidad financiera.

Con el emblema de la despolitización, un supuesto problema que en nada parecía haber perjudicado hasta entonces la salud de la caja, los consejeros del Gobierno son sustituidos "por grupos de interés" y "profesionales de prestigio", dos conceptos que sirven para maquillar la realidad. La caja ha puesto en nómina y a régimen de dietas a distintos resortes de poder de la comunidad: políticos de UPN y PSN, expresidentes del Gobierno foral, representantes de la Confederación de Empresarios de Navarra, sindicalistas de UGT y CCOO, abogados madrileños dueños de una buena agenda de contactos e incluso al entonces director general de Diario de Navarra. En realidad llueve café para casi todos.

En el año 2010, la apertura de la sede en Washington.

Es entonces cuando la caja de verdad se transforma, al ir olvidando un modo de actuar que parece obsoleto, pero que en el fondo es banca convencional pura. "No comparto en absoluto la filosofía conservadora de guardar en la despensa", dijo Asiáin en su comparecencia ante el Parlamento de Navarra. "La solvencia es requisito, no objetivo", añadió en otro momento. Dos frases que retratan la época y que olvidan que no solo han sobrevivido las entidades más grandes, sino también otras más pequeñas y solventes, que mantuvieron una cierta prudencia cuando, justo es reconocerlo, todo empujaba en sentido contrario.

Así que, llegado el momento de la verdad, un consejo de administración supuestamente profesionalizado no advierte lo que sucede. "¿Dónde estaba el Gobierno de Navarra, el consejo de administración y la comisión de control"?, se preguntaba Manuel López-Merino, el último director de Caja Municipal, que calificó las dietas a los altos cargos como "perversas y exageradas". Por una remuneración muy inferior, apenas una décima parte, trabaja el consejo de administración de Caja Rural de Navarra, que hoy acaricia el liderazgo en la Comunidad Foral. "Son agricultores, medianos empresarios, gente que sabe lo que cuesta ganar un euro", resumía López-Merino.

IV. El futuro

Un debate abierto

Nada era inevitable. La historia se pudo escribir de otro modo. El Banco de España y el poder político conocían las debilidades de las cajas y optaron por eliminarlas. Sin embargo, normativa en mano, una entidad más solvente y menos apalancada habría podido mantenerse en solitario en 2012, convertida en una sociedad anónima, eso sí, y sin que ello le hubiese garantizado hoy un futuro ni mucho menos despejado.

Ese es otro debate, como el del papel que, en el siglo XXI, debe jugar el sector público en el negocio de la intermediación financiera. Ramón Doria es nieto del primer director que tuvo Caja de Ahorros de Navarra. Ha sido notario toda su vida y ahora porta la antorcha de la refundación de una entidad financiera de carácter público. "Es necesario", dice. No son muchos en la escena política los que hoy sostienen estas tesis de forma pública. La de la caja parece una historia que merece el olvido y el triunfo del relato neoliberal ha estigmatizado a la banca de propiedad pública, aunque la realidad diga otra cosa: las entidades financieras controladas y participadas por las administraciones son, junto a cooperativas de crédito como Caja Rural de Navarra, las que mejores notas merecen año tras año en los test de estrés europeos. Tan mal no lo harán.