"No lo entiendo. ¿Acaso no es importante nuestro trabajo?, entonces ¿por qué no lo valoran? Deberíamos parar todo y que cada uno cuide de su padre, de su madre, de su abuelo o de su tío. Sabemos que tenemos un trabajo que es de lunes a domingo, lo sabemos. En una fábrica si van a trabajar un sábado o un domingo se lo pagan. Si es importante la producción ¿cómo no va a ser importante un cuidado? ¿Por qué no nos pagan? Es que no lo entiendo. No hablo de librar los fines de semana, sé el trabajo que tengo, ¡pero págalos!". Entre indignada, desesperada y cansada, Verónica Sola, auxiliar en la residencia Torre Monreal de Tudela (97 ancianos), trata de dar voz a las reivindicaciones de un sector que lleva pidiendo un salario digno y más contrataciones para poder tratar mejor al objeto de su trabajo: los ancianos y ancianas de Navarra.

Lleva 10 años en ese centro donde hace ahora los turnos de noche, "somos dos auxiliares y tenemos que hacer de médico, limpiadora, enfermera, recepcionista y mantenimiento. Todo lo que pasa te lo comes tú". A sus espaldas lleva 1.733 horas cada año y un sueldo base de 1.050 euros, con el que debe mantener a su hija.

Junto a ella y alrededor de unos cafés, Sara Lamrain (Buñuel), Azucena López (Cascante) y Marta Prieto (Misericordia -Tudela-) cuentan sus experiencias, que son las mismas, de cansancio, malas condiciones laborales, largas jornadas, poco descanso e invisibilidad para la sociedad y las administraciones públicas que hacen oídos sordos a una situación que está a punto de explotar. Intercambiar experiencias les alivia, pero también les indigna al ver cómo son laboralmente maltratadas.

Detrás de sus reivindicaciones hay una cosa clara, la feminización de su labor hace que no se valore lo que hacen. Es evidente que si fueran hombres se apreciarían más su movilización y sus protestas, con las que llevan más de 3 meses, pero también que su sueldo sería más alto. "Es una de las claves. Tengo muy claro que si en este sector en lugar de trabajar mujeres lo hicieran hombres la situación y los sueldos no sería éstos. Nadie se ha preocupado de nuestras condiciones, pero tampoco nosotras y ahora está saliendo la decadencia", explica Marta Prieto. Tudelana, comenzó a trabajar en la residencia de la Misericordia, una de las mayores de la Ribera con 180 usuarios, en el año 2008. Marta trabaja 1.720 horas al año por las que cobra 1.004 euros, más 30 euros por los festivos, "el origen del problema es que antes en los pueblos pequeños las mujeres iban a trabajar con la idea de 'así ayudo un poco en casa' y no se miraban los sueldos. Se aceptaba lo que te daban". En su jornada, una auxiliar debe atender a 19 personas en semiválidos, para el mismo número de asistidos hay dos auxiliares.

Pero pronto, la sociedad ha olvidado y las auxiliares, que se han dejado la vida durante antes, durante y después de la pandemia en las habitaciones de las residencias, están más preparadas y tituladas que nunca, porque también la empresa se lo exige. Sara Lamrani no llega a los 23 años, trabaja en la residencia de Buñuel y ve, con desesperación, cómo su cuerpo se queja cuando acaba la jornada de dolencias en brazos, espalda y piernas, algo común a todas ellas pero que en las mutuas se niegan a reconocerlo como bajas laborales reprochándoles que "eso te lo habrás hecho fregando en casa". Para Sara "el problema es la desmotivación que sentimos. Haces tu trabajo lo mejor que puedes, pero llega fin de mes, ves la nómina y te entran ganas de llorar. Yo he llorado un montón de veces al ver la nómina porque no está siendo valorado mi trabajo. Todo lo que hacemos por ellos, que lo hago con gusto y es mi trabajo, no tiene una valoración económica. Que tu jefe te diga lo bien que lo haces es un chute pero lo económico es lo que te lleva a trabajar con otra dinámica, a sentirme reconocida. Llevo tres años trabajando, me acabo de sacar el titulo de auxiliar hace poco pero tengo muy claro que quiero opositar para ir a un hospital". Sara discute en ocasiones con compañeras mayores que le indican que "nuestro sueldo es complementario al de nuestras parejas", "eso son mujeres machistas", le responden indignadas las compañeras de tertulia. "Yo quiero poder vivir con mi salario y pagar mis facturas, tenga o no pareja. Es dignificar mi trabajo", contesta ella.

La más veterana, Azucena López, lleva 20 años trabajando en la residencia de ancianos de Cascante y cuenta con desesperación cómo su salario base son 997 euros a los que se añaden 18 euros por trabajar un domingo y 18 euros de antigüedad cada 3 años. Su gran logro es que los festivos especiales se los paguen a 77 euros. "Por la mañana es una carga de trabajo impresionante desde que les levantas a las 7.30 y no les puedes atender con la atención que merecen, y como les toque bañar... ya ni te cuento. Algunos en 5 minutos puedes, pero de normal necesitan atención. De hecho salen al pasillo a reclamarte cuando te pasas a otra habitación porque te has dejado alguna cosa. Es una gran impotencia. El tiempo es muy limitado y nos sentimos impotentes cuando tu referencia es atender a 6 ó7 usuarios". Entre sus labores también se encuentran llamar a las familias o contestar las llamadas, "no podemos y no llegamos a hacer todo el trabajo.". Muchas de ellas no tienen ni reconocido el tiempo de un almuerzo.

covid-19

La pandemia paró muchas reivindicaciones que ya estaban iniciadas y de la noche a la mañana, como dicen ellas, "pasamos de ser unas limpiaculos a unas superheroínas e igual de rápido pasamos de superheroínas a limpiaculos, y de nuevo nadie se acuerda de nosotras", reclama Verónica. Marta analiza que en aquel momento "sabíamos que había que darlo todo, pero te quedabas con la sensación de que si antes estábamos mal entonces peor. Pensábamos que todo nuestro esfuerzo se iba a traducir en algo bueno, 'con esto seguro que todo cambia', decíamos. En mi caso con la dirección se ha trabajado muy bien, nos hemos sentido arropadas, pero desde las instituciones es una dejadez absoluta. Es como si hubiésemos vivido en un agujero negro. Salías a las calles vacías, llegabas a casa absorta y flipada de lo que veías, tratabas de dormir, si podías, y al día siguiente a volver y enfrentarte a la muerte como lo hemos hecho".

Todas recuerdan cómo se removieron todas las estancias de las residencias y se multiplicó su labor, ya que hicieron de psicólogas, auxiliares, médicas, enfermeras, asistentes sociales... "les cogías la mano y les tenías que explicar que eran positivas. En nuestro caso han pasado dos años y ni las gracias nos han dado", añade Azucena.

Aquellos días de incertidumbre se tradujeron en meses y luego casi en un largo año, con experiencias traumáticas. Verónica narra el dolor de aquellos días en residencias blindadas, donde "veías ataques de pánico, de ansiedad, hemos llorado mucho. Nadie se hace a la idea del horror que hemos vivido. No es un hospital donde no conoces al paciente. A nosotras se nos murieron abuelos que llevaban con nosotras 8 años... ¡Que es que los quieres, joder, que son tus abuelos! Las familias no podían estar con ellos y veías que se estaba muriendo y te quedabas con él porque decías pero ¿como se va a morir sola esta persona? Hemos visto sufrir mucho". Marta concluye "se aprovechan las empresas de la calidad humana que tenemos. Lo bueno que tienen las residencias son sus trabajadoras, somos las que sacamos a flote las residencias. Tendríamos que hacer como los camioneros y dejar todo tirado, pero ¿quién es la valiente que llega aquí y dice hoy no se levanta a ningún abuelo? No puedes hacer eso, no puedes". Las residencias se vaciaron durante la pandemia, por fallecimientos y miedo, pero un año después ya se habían vuelto a llenar.

La sociedad

Desde el mes de febrero han comenzado con jornadas de huelga y manifestaciones en toda Navarra pero al no poder plantear servicios mínimos sus reivindicaciones pasan casi desapercibidas y, en el caso de Tudela, apenas 200 personas acuden a las convocatorias. La prensa tampoco les da un espacio que, por contra, sí tiene cualquier otro tipo de reivindicación con salarios más elevados que llegan a paralizar la sociedad.

Todas son delegadas sindicales en sus residencias, Marta, en nombre de todas lanza su recriminación: "el problema es que estamos trabajando con personas. No tenemos derecho a huelga. Pediría que la prensa tuviera sensibilidad para que la gente de la calle cuando, el día de mañana, tenga que llevar a su padre o abuelo viese lo que hay y nos apoyase en las movilizaciones. Hasta hora vamos las trabajadoras, y no todas. Si consiguiésemos que la gente nos acompañara y saliese a la calle sería un paso importante. Estamos limitadas y no podemos hacer más, queremos que se nos dé visibilidad para que la gente de la calle nos apoye".

Sara, la más joven con solo 3 años de profesión pero ya muy cansada, relata su día a día, "no hay días de asuntos propios, ni horas para ir al medico. ¡No te dejan tener vida! Tienes que cambiar tu turno para ir al médico, no puedes cogerte ni un día", Azucena le añade "¿sabes lo complicado que es en un sector tan feminizado poder tener una conciliación familiar?", "todas tenemos hijos y es muy complicado", remata Verónica.

Una de las claves de su reivindicación es tratar de hacer entender a la sociedad que todos somos usuarios, más tarde o más temprano, en primera, segunda o tercera persona, por lo que sus mejoras se traducirían en mejoras sociales. "Es un problema de la sociedad, esto va a ir a peor y al final. Explicas a los familiares lo que las condiciones y falta de personal y luego empiezan 'es que mi padre...es que mi madre...' y se te quejan a ti. Si no apoyáis y no ayudáis va a ir a peor. Pedimos menos horas porque si vas menos cansada a tu trabajo lo vas a hacer mejor, pedimos mejores ratios para cuidar mejor, si somos más cuidamos mejor. Si tú tienes una jornada completa y no te llega tu nomina ¡eso es esclavitud! Estoy separada y tengo una hija a la que llevo sacando adelante sola desde que tiene 22 meses y nadie sabe lo difícil que es eso con 1.000 euros trabajando una jornada completa", afirma Verónica.

La incomprensión de estas trabajadoras se lleva también a los ayuntamientos y al Gobierno, como cuenta Sara. En uno de los últimos plenos una concejala en Buñuel, que trabajaba con ellas en la residencia, votó en contra de aumentar la retribución de los festivos. "El otro día se presentó al pleno la subida de los festivos y hubo compañeras nuestras que son concejalas que votaron en contra. Me sentó como una patada en el culo. Que tu propia compañera, que ha trabajado contigo, votara en contra. Nos quedamos en shock. Las residencias son un punto de conflicto que usan los partidos que están en la oposición para atacar".

Son numerosos los enfrentamientos políticos en los ayuntamientos por la gestión de las residencias, pero sin que tomen parte en la defensa de las condiciones laborales. También sienten el abandono del Gobierno, "le pedimos que achuche a la patronal porque a mi me da la sensación de que están del lado de la patronal porque se quieren quitar el marrón de encima. Se están pasando la pelota de unos a otros. Nos lo pusieron muy bonito y han echado todo el peso en la patronal que no quiere ceder... y nosotras en medio".

Indignadas ven cómo las empresas les lloran para no subir sus sueldos mientras compran o construyen nuevas, suben las cuotas de los residentes y el Gobierno, al mismo tiempo, incrementa las plazas concertadas y el dinero que aporta a estas mismas empresas a las que no vigila, ni inspecciona. "Vemos a diario las deficiencias que hay en habitaciones, camas, baños o material y nadie de Inspección de Trabajo hace nada", concluyen.