Ha bastado un trimestre de tipos de interés claramente al alza para que Caja Rural de Navarra, como toda la banca, haga volar su beneficio. Un resultado superior a los 115 millones de euros, el más alto de su historia con mucha diferencia, que tiene una explicación fundamental, pero que no responde a un único motivo. 

A falta de que la entidad publique sus cuentas definitivas, los crecimientos de doble dígito en sus márgenes muestran el impacto que la subida del euribor tiene en sus ingresos. El de intereses crece más de un 14%, hasta los 163,3 millones de euros, mientras que el bruto avanza un 11,1%, hasta los 255,4 millones de euros: las hipotecas son cada vez más caras, mientras a los ahorradores apenas se les remunera todavía por el dinero. Todo ello se traslada de manera directa e incluso ampliada al resultado final, que avanza un 30,5% y que será destinado, casi en su totalidad, a fortalecer las reservas de la entidad.

Aquí reside otra de las claves del buen comportamiento histórico de una entidad que en la última década ha sido capaz de crecer casi un 50% en crédito, muy por encima de la media del sector, y que prácticamente ha duplicado sus depósitos. Con una solvencia a prueba de crisis (20,35% CET1), la entidad ha dispuesto de los recursos necesarios para crecer mientras otros tenían que pisar el freno. Caja Rural es, sobre todo una entidad muy prudente.

Todo ello no se consigue por casualidad. En banca, si uno quiere crecer puede hacerlo de golpe o poco a poco, pero solo tendrá éxito a largo plazo si es solvente y eficiente al mismo tiempo. Caja Rural de Navarra ha crecido paso a paso, con una gestión muy prudente del riesgo, garantizándose los márgenes en los peores momentos –las cláusulas suelo hipotecaria le hicieron merecedora de algunas condenas, como a otras entidades– y siempre con una máxima: no abrir una oficina hasta que la anterior no era rentable. La expansión descontrolada era cosa de otros.

El control del gasto es asimismo máximo. Empezando por el consejo de administración y siguiendo por los directivos, y con una política de personal férrea, durante años con una elevada tasa de temporalidad, y que ni siquiera ha accedido a que sus trabajadores cuenten con un convenio propio. La retribución media de su plantilla ronda los 40.000 euros anuales, unos 20.000 euros menos que en CaixaBank, su gran competidor en Navarra. De este modo, la ratio de eficiencia, un indicador mejor cuanto más reducido, cerraba el tercer trimestre de 2022 en el 41,6%, niveles que solo alcanza alguno de los grandes bancos.  

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De este modo no solo ha avanzado en Navarra, donde su cuota de mercado ha engordado casi cinco puntos en los últimos seis años, sino que también se ha hecho un hueco en territorios como la Comunidad Autónoma Vasca, especialmente en Bizkaia, donde más margen de crecimiento existía, y La Rioja. Casi la mitad de sus ingresos proceden ya de estos territorios. 

Tras duplicar su patrimonio de 2013 y rebasar ya los 1.500 millones de euros, la Rural afronta ahora un nuevo plan estratégico y se aproxima, aunque solo sea por cuestiones biológicas, al que será su mayor reto interno: sustituir a Ignacio Arrieta del Valle, su único director en las últimas cuatro décadas, que el 8 de julio cumplirá 73 años. Falta por ver si lo hará con la entidad como líder, por primera vez en la historia, del mercado financiero navarro. Por méritos propios, ese camino lleva.