Manuel Pimentel (Sevilla, 1961) disecciona en su último libro la crisis que vive el sector agrícola, para el que reclama que la sociedad y las instituciones le tengan en cuenta. Al mismo tiempo, advierte de que habrá que acostumbrarse a que los precios de los alimentos ya no regresen a los niveles de antes. Este miércoles está en Bilbao, invitado por Konfekoop, la Confederación de Cooperativas de Euskadi. 

¿Qué le impulsó a escribir un libro con un título tan rotundo?

—Es un título alegórico, fuerte, pero que encierra una fuerte realidad. La sociedad europea es eminentemente urbana y se ha ido olvidando del campo. La actividad agraria se devaluó ante nuestros ojos mientras subían valores como la sostenibilidad y el Medio Ambiente. Son valore que están muy bien, pero si la sociedad solo tiene en cuenta eso y no la alimentación, pues ocurre que todas las normas aprobadas han ido limitando la producción agraria. El campo se está vengando ahora con una subida muy fuerte del precio de los alimentos.

En cualquier caso, el descontento del sector no viene de ahora. 

—Son décadas de un malestar muy profundo. El campo perdió peso en las prioridades sociales, ni un solo partido político hablaba de ello. Esa sensación de ser ignorado se agravó, e incluso en los últimos años los agricultores han sido declarados como enemigos del Medio Ambiente y maltratadores de animales. Económicamente, el sector lleva sufriendo años de precios de derribo y ahora ha visto como también han subido los costes. El último detonante ha sido la PAC, que desconfía del agricultor y le impone un férreo control. Es un grito de hartazgo, para sobrevivir, porque si no lo hacen la alimentación va a acabar siendo prohibitiva. Un carro de la compra hace dos años estaba a 125 euros en una gran superficie. Hoy está en 250 y a este ritmo acabará en 400 o 500. No podemos olvidarnos de los agricultores. La sociedad a la que alimentan les está dando la espalda. Se necesita un gran consenso europeo que equilibre la sostenibilidad con el derecho a tener una despensa variada, sana y a precios razonables. 

“Si los agricultores no sobreviven la cesta de la compra va a terminar siendo prohibitiva”

¿Cómo resolver toda esta crisis sin caer en modelos proteccionistas?

—En estos tiempos se toman chivos expiatorios de manera fácil. Los franceses toman a los agricultores españoles, nosotros a los marroquíes, y así sucesivamente. Yo no soy nada partidario de cerrar fronteras ni de establecer aranceles. Sería un auténtico suicidio, porque España es un exportador neto. Lo que hace falta es un mercado transparente y con las mismas reglas de juego para todos, con las mismas exigencias para los productores de aquí y para los de fuera. 

La situación del campo lleva también a un debate sobre la globalización. Es un proceso que arrancó siendo beneficioso para Occidente, pero ahora eso ya no está tan claro.

—La globalización es clave para entender el proceso vivido en la alimentación. Comienza en los 90, con la apertura de fronteras. Eso supuso que los recursos se asignaran al espacio donde fueran más eficientes. Se producía donde más barato salía. Todos los precios bajaron, lo que unido a una concentración en la distribución, provocó que en la dos primeras décadas de este siglo la alimentación fuera la más barata de la Historia. Pero Estados Unidos vio que China le estaba adelantando y ha querido cambiar las reglas del juego. La globalización, tal y como la conocimos, ha acabado. Han vuelto las aduanas y las fronteras. Eso conlleva un encarecimiento de los alimentos importados. Si a eso le unimos las guerras y y los conflictos, lo que importamos sube de precio. Al mismo tiempo hemos desmantelado nuestra capacidad productiva. Ese período tan prolongado de precios bajos no va a volver.

“En España, pese a la polarización política, los grandes acuerdos laborales siempre han pervivido”

¿Se ha perdido capacidad para el diálogo social desde que se aprobó la reforma laboral?

—La reforma salió adelante con consenso de empresarios y sindicatos. A partir de ese momento, el Ejecutivo rompe ese clima. Gobierna sin ningún tipo de ambición para lograr grandes consensos, y con una política económica en algunos aspectos meramente ideológica. No obstante, en España los grandes acuerdos laborales siempre han pervivido en tiempos de polarización política porque tenemos organizaciones empresariales y sindicales muy responsables y conocedoras de la situación.

¿La recuperación se está fiando en demasía a los servicios en detrimento del sector industrial?

—La industria ha sufrido también mucho estos años, porque se externalizó la producción a terceros países. La industria del futuro se va a basar en la tecnificación, algo en lo que el País Vasco ha sido pionero. Los debates políticos no se están centrando en esto. Una industria fuerte e innovadora es necesaria para mantener el poder adquisitivo. El sistema de bienestar solo se va a mantener con fuertes incrementos de productividad, y eso requiere una economía con alto valor añadido.