Mi generación, la de los nacidos en los 70 y 80, siempre percibió el siglo XXI como un objetivo en sí mismo. La llegada del nuevo siglo y, con él, del nuevo milenio, implicaría un salto adelante para la humanidad. Como si el simple cambio en los dígitos del calendario fuera a suponer una catarsis colectiva que enterrara los desmanes del siglo XX.

En 2024 el siglo XXI cumplirá su primer cuarto. Tiempo suficiente para asumir nuestra equivocación. En este nuevo milenio han continuado las hambrunas y las guerras; se han reactivado con fuerza los totalitarismos y las políticas de bloques que parecían superadas; y hemos añadido otras amenazas de proporciones globales como el cambio climático o las pandemias.

Avanzado ya este siglo XXI, la humanidad parece más en riesgo que nunca. La incertidumbre atenaza nuestra sociedad. Por eso, creo que la labor de un gobierno no puede ser puramente tecnócrata. No somos unos meros prestadores de servicios. Nuestra responsabilidad es aportar seguridad.

La capacidad para generar certidumbre se gana mediante la credibilidad que dan los hechos. Y los hechos nos dicen que, entre todos y todas, este año hemos seguido haciendo de Navarra un buen lugar para vivir. Finalizamos 2023 siendo, de nuevo, la comunidad con mayor calidad de vida de España; la sociedad con menos desigualdad del país y, en consecuencia, la que presenta una menor tasa de pobreza.

Nuestra alta calidad de vida no es sino la consecuencia de una serie de indicadores estratégicos. Por ejemplo, los que tienen que ver con el empleo, para el que también ha sido un buen año. Mes a mes hemos ido rompiendo nuestro propio techo de afiliaciones a la Seguridad Social. Nunca como hasta ahora había habido tantas personas trabajando en Navarra de forma regulada y con tanta estabilidad. De hecho, los contratos indefinidos han aumentado un 175% respecto a 2021, lo que supone mayor tranquilidad para muchas familias.

En el ecosistema de indicadores que sostienen nuestra calidad de vida destaca también nuestro alto nivel de industrialización. La industria sostiene el 30% de nuestro PIB, que es el doble que la media española y nos deja por encima de la media europea y al nivel de referentes como Alemania.

El dinamismo de nuestra industria se ha traducido en un sinfín de pequeñas y grandes acciones. Por destacar solo una, en 2023 hemos visto comenzar las obras que convertirán Volkswagen en Landaben en una planta electrificada. Una transformación que se extiende al parque de proveedores y que nos coloca, de nuevo, en una posición de liderazgo, como hemos demostrado al asumir la presidencia de la Alianza Europea de Regiones de Automoción.

Tener mucha industria conlleva generalmente tener salarios más altos y, por tanto, un mejor sostenimiento de los servicios públicos. Pero también empuja otras actividades paralelas, como es la I+D+i. En este 2023 hemos conocido que en los últimos cinco años Navarra ha dado un notable salto adelante de 47 puestos en el ranking europeo de innovación regional y que se nos define ya como una “región innovadora fuerte”. Una verdadera apuesta de futuro.

Siendo ciertos todos estos datos, es verdad que, como se dice en los mercados de valores, “rentabilidades pasadas no garantizan rentabilidades futuras”. En 2024 Navarra afronta una serie de retos críticos y nuestro futuro dependerá de cómo los resolvamos.

Debemos buscar la manera de integrar la revolución digital, que afecta radicalmente a cómo nos relacionamos entre las personas, pero también incide en nuestro modelo productivo, que debe adaptarse a los cambios que la robotización y la inteligencia artificial van a introducir, sin duda, en nuestra economía.

Cambios, también, sociales. Navarra es cada vez mayor: nuestra media de edad ha crecido de los 41,8 a los 43,8 años en solo una década. Ahora mismo dos de cada diez navarros tienen más de 65 años y si queremos tener una fuerza laboral que sostenga nuestro actual bienestar deberemos, muy probablemente, buscarla fuera. Hoy el 15% de nuestra ciudadanía ha nacido fuera de España, pero no cabe duda de que la Navarra de mediados del siglo XXI tendrá que ser aún más multicultural y diversa que la actual.

Ese futuro estará marcado por el cambio climático. El debate ya no es sobre su existencia, sino sobre cómo nos podemos adaptar ante su inminente llegada. Y lo cierto es que estamos haciendo importantes cambios con implicaciones tanto en nuestro día a día, como en cuestiones de trascendencia estratégica como, por ejemplo, la soberanía energética.

Porque lo que se decide en un Gobierno o lo que se aprueba en un parlamento tiene implicaciones directas en la vida de las personas. Esta trascendencia de las políticas públicas debería ser motivo suficiente para la implicación del conjunto de fuerzas políticas. Ocupen el lugar que ocupen.

En 2023 la ciudadanía ha renovado el reparto del poder a través de las Elecciones Forales, Municipales y Generales. Los resultados han confirmado la pluralidad de nuestro arco parlamentario. En el Parlamento de Navarra el reparto de responsabilidades ha sido salomónico. Unas fuerzas mantendrán la iniciativa ejecutiva a través del Gobierno, pero las que ocupan la oposición tendrán la capacidad de canalizar su acción o vetarla. Esto nos obliga a un diálogo constante. Renunciar a él es claudicar ante el ruido.

La verdadera política es la que trabaja por dar respuesta a todas estas cuestiones. Ese es nuestro empeño desde el Gobierno de Navarra. Estar en lo que verdaderamente importa a la ciudadanía. Dejarse llevar por el ruido llena minutos en las tertulias políticas, pero no aporta soluciones. Y nuestro papel –el que nos ha encomendado la ciudadanía– es el de encontrar respuestas a las cuestiones que nos afectan hoy y adelantarnos a las que vendrán mañana.

Porque como políticos, tenemos la misión de hacer país. Hacer país es trabajar por el Bien Común. Reforzar la convivencia de la diferencia. Hacer país es ejercitar el derecho y el deber de ciudadanía. Y es la política lo que nos permite seguir viviendo juntos siendo diferentes. La política –la buena política– sabe canalizar y resuelve los intereses que genera la identidad y el poder. La política se mueve entre el barro de la realidad y el deseo de la utopía.

Pero creo que la ciudadanía ya no acepta un Gobierno paternalista que le dice qué está bien y qué está mal. No estamos aquí simplemente para imponer límites y resolver conflictos.

Quiero que este Gobierno renueve su contrato con el pueblo navarro. Que establezca nuevas relaciones que lo acerquen a la gente. Quiero un Gobierno que escuche, que entienda y que responda. Que no actúe como un ente abstracto que habla el idioma de la burocracia, sino como una institución formada por personas que comprenden las necesidades, anhelos e intereses de otras personas con las que se relacionan de igual a igual.

Cultivar la empatía nos permite tomar mejores decisiones. No ahuyenta por completo la posibilidad de equivocarse, pero reduce las resistencias y facilita el consenso.

Comenzaba este artículo hablando del desencanto que nos invade en los últimos tiempos, acrecentado aún más en las últimas semanas por una nueva guerra que repite los esquemas del horror que ya hemos visto antes en otras latitudes. Pero a pesar de todo, yo espero grandes cosas para Navarra en este 2024.

Espero que sigamos construyendo una sociedad justa e igualitaria, que promueve un progreso sostenible y acrecienta una prosperidad compartida que no deja a nadie atrás.

Nada de esto va a conseguirse por sí solo. Ahora ni siquiera tenemos la excusa de que la magia de un cambio de milenio nos ilumine y nos salve de nosotros mismos. Debemos poner de nuestra parte y trabajar. Si espero grandes cosas de Navarra es porque tengo la absoluta seguridad de que, en conjunto, somos capaces de conseguirlas. Somos una sociedad abierta, solidaria, trabajadora y comprometida. Y si en vez de fijarnos en lo que nos divide, somos capaces de identificarnos un poco más con las personas con las que nos ha tocado convivir, estoy plenamente convencida de que nos va a ir muy bien.

¡Feliz año a todas y todos! Urte berri on!