Comienza la Liga. Acaban por fin todos estos amistosos intrascendentes a 35 grados y sin ninguna conclusión. Arranca un curso liguero rojillo que, por lo avisado por sus dirigentes en estas semanas previas, va a ser el curso de la ambición. El del fin del Osasunica o el que dejará atrás por fin la famosa frase de Robinson en este periódico allá por 2010: “Osasuna es un club grande con un conformismo enfermizo”.
Ojalá, realmente sea así. Pero sorprende estos mensajes ambiciosos cuando desde todo el cuadro directivo siempre se ha mantenido la cautela casi como forma de vida. O, mejor dicho, casi como un intento educativo al osasunismo para que calmase sus ansias por aspirar a más que la salvación.
Yo desde esta tribuna compro el discurso, sin duda. De hecho creo que era más que necesario hace ya un tiempo. Sorprende, tampoco vamos a mentir, que este llegue justo después de que se vayan el entrenador que te ha hecho crecer como la espuma los últimos seis años y tu capitán y eje de la defensa. Tal vez, por tiempos, esto habría encajado más la temporada pasada tras la final de Copa y ante una posibilidad real de jugar en Europa.
Pero bueno, mejor tarde que nunca. Estaría bien que desde el club se diese la importancia que tiene al socio, para rematar la faena, sin olvidar que todos los allí presentes son empleados o representantes de una voluntad que hace mucho que no se ejerce (desde 2012 sin que los socios puedan votar en unas presidenciales por unas cosas o por otras). Y sobre todo que se deje atrás el intento de acallar a quién no siga el discurso oficialista. Vamos, que se lidie con la crítica. Eso también sería ambicioso, la verdad.
Pero bueno, volviendo a lo deportivo, la llegada de Bretones y Bryan Zaragoza cubren una necesidad imperiosa de dar profundidad a un equipo que adoleció de eso la temporada pasada. Tal vez sus llegadas, por futuro de una y por dificultad de otra, han disparado la ambición en el club. Bienvenida sea.
Eso sí, el discurso ambicioso se tiene que mantener a lo largo del tiempo, también para asumir consecuencias si no se logran los objetivos que vayan a consecuencia del discurso. Y ahí además de ser ambicioso hay que ser valiente, que sería el siguiente paso.