Pello Guerra (Pamplona, 1968) conjuga en ‘El diario de Mola’ sus facetas de periodista y escritor, que se suman a su pasión por la historia de Navarra. Su novela, que engrosa una trayectoria que empezó en 2004, parte del hecho histórico de la muerte de Mola, en junio de 1937, al estrellarse el avión en el que viajaba a Burgos, y la desaparición de su diario. A partir de ahí, compone un libro de 368 páginas, editado por Pamiela, de ficción dentro de un contexto histórico. 

¿Qué tenía el diario de Emilio Mola para ser motivo de una novela? 

–Mola, gobernador militar de Navarra, llegó a Pamplona por una carambola histórica. Podía haber sido destinado por el Gobierno del Frente Popular a cualquier otra plaza; ya se temía que montara una conspiración. Navarra se convirtió en un escenario fundamental en la sublevación que desencandenó la guerra. El 3 de junio de 1937, a los 30 minutos de conocerse la muerte de Mola, había desaparecido su diario, que lo tenía guardado en su despacho en el Cuartel General de Vitoria, donde estaba dirigiendo la guerra en el frente norte para intentar conquistar Bilbao. A partir de ahí arranca la novela. Si Mola murió en un accidente, la versión oficial, me llama muchísimo la atención cómo fue posible que su diario desapareciera tan rápidamente. La trama novelada, policial, la de la búsqueda del diario, me sirve para mostrar la Pamplona de 1937, donde se había desatado una represión brutal. La novela combina ambos aspectos. 

Se ha especulado mucho sobre la muerte de Mola, tras la de Sanjurjo en el 36. Si bien entonces la posibilidad de siniestro aéreo existía...

–Sí, los dos accidentes favorecieron a Franco en su empeño por convertirse en el líder indiscutible de los militares sublevados. El de Sanjurjo se supone que fue por sobrecargar el avión. Pero la muerte de Mola se produjo en unas circunstancias un poco extrañas. Mola tenía la impresión de que le estaban vigilando en su propio cuartel, y él estaba pensando en presentarse en Salamanca para poner límite al poder de Franco. Primero Bilbao y después Salamanca, decía. Qué casualidad que en esas circunstancias se produjera su muerte. Tampoco están muy claro cómo fue el accidente. Se habló de que había niebla, pero un pastor pudo ver cómo hacía unos movimientos extraños antes de estrellarse.

“A los 30 minutos de conocerse la muerte de Mola, su diario, que lo tenía guardado en su despacho del cuartel de Vitoria, había desaparecido”

Y era un 3 de junio...

–Y la rapidez con la que se cerró el caso. No se montó una investigación al uso para ver qué había ocurrido. No hay manera de llegar a confirmar que Mola fue víctima de un complot de sus propios compañeros de armas, pero hay sospechas. El diario tenía información muy importante. 

¿Era habitual que un militar escribiera un diario?

–No sé hasta qué punto. En el último año de la monarquía de Alfonso XIII Mola había sido director general de Seguridad, y eso le había permitido recabar muchísima información delicada. Y fue ‘el director’, se llamaba así, de la sublevación militar. Conocía todos los detalles de cómo se había forjado y desarrollado. Él lo recogía todo en su diario, porque sabía que la información era muy importante. Eso explicaría el interés en el documento, pues además rompería esa imagen monolítica que se quería ofrecer de un frente muy unido, cuando en realidad existían tensiones internas.

Háblenos de esa Pamplona del 37 y del impacto que generó la muerte de Mola, en una ciudad donde dominaba el miedo.

–Para los que apoyaban la sublevación fue un auténtico shock. Fue enterrado en Pamplona cuando era originario de Cuba. Él llegó en marzo de 1936 a Navarra, sus vínculos eran mínimos. Pero había dejado una huella tan profunda que las autoridades solicitaron a la familia que fuera inhumado en el cementerio de Pamplona. 

Y su viuda, Consuelo Bascón, siguió viviendo en Pamplona, donde falleció en 1986.

–Efectivamente, la familia se estableció en Pamplona, donde se respetaba muchísimo la memoria de Mola entre los que habían colaborado con la sublevación. La otra cara de la moneda, en 1937 era la de quienes sufrieron la represión, sobre la que Mola había marcado la pauta, pidiendo una extrema violencia. Sin frente de guerra, más de 3.000 personas fueron fusiladas. La novela recoge los distintos niveles de la represión, el de las personas ejecutadas y el de sus familias, en especial el papel de las mujeres, en una situación de extrema marginación social. Lloraron a sus muertos, tuvieron que atender a sus familiares encarcelados, y sacar adelante a sus familias, marginadas por ser las esposas, compañeras, hijas, madres, de los ‘rojos’. Su situación fue terrible y la recojo en la novela. 

“Mola recogía todo en su diario, porque sabía que la información era muy importante. Eso explicaría el interés en el documento”

Años después se erigió el Monumento a los Caídos, inaugurado por Franco en 1952, al que se trasladaron los restos de Mola en 1961, y que estuvieron hasta 2016.  

–Es una especie de recordatorio en piedra, permanente, de lo que sucedió en Navarra. Que hasta 2016 todavía estuvieran enterrados Mola o Sanjurjo nos indica un pasado muy presente. Desde luego, para todas esas familias que perdieron a sus familiares, porque muchos de ellos no han tenido posibilidad de llorarles en una tumba. Heridas que no es que se reabran, es que siguen abiertas.

Como escritor su estilo es ágil y dinámico. 

–Cuando escribo una novela también me pongo en la piel del lector y pienso qué tipo de libro me gustaría a mí leer. Quiero que mis historias sean entretenidas y que además aporten información sobre la época en que se desarrolla la historia. Y lo que ya resulta maravilloso es cuando me dicen que a raíz de haber leído alguna de mis novelas les ha picado el gusanillo de conocer más sobre la época y los acontecimientos que recojo, y recurre a la bibliografía que siempre incluyo en mis obras. Busco entretenimiento y al mismo tiempo divulgación.