Después de 25 años, Esteban Ibarra aún se emociona al recordar el asesinato de Aitor Zabaleta, la dureza de los dos juicios siguientes, la gran amistad que acabó uniéndole al padre de Aitor –fallecido en 2017–, o las consecuencias que tuvo para él involucrarse en todo aquello. El presidente de Movimiento contra la Intolerancia asegura que aquellos acontecimientos estuvieron muy presentes en la redacción posterior de la Ley contra la Violencia, el Racismo, la Xenofobia y la Intolerancia en el Deporte, aunque también lamenta los vacíos de la legislación. Ibarra, por ejemplo, siente que no se contemplase el origen territorial del seguidor txuri-urdin, o su identidad deportiva, como agravantes por su asesinato.

¿Cómo recuerda el asesinato de Aitor Zabaleta?

Fue una noche trágica y unos días terribles. Nosotros habíamos advertido de la presencia de grupos ultras en el espacio del Atlético de Madrid, y en otros sitios. Estas advertencias venían precedidas de los crímenes de odio que dieron lugar al nacimiento de Movimiento contra la Intolerancia. En 1992 un grupo de neonazis asesinó a Lucrecia Pérez. Este grupo era Bases Autónomas. Los que se ubicaban en la zona del Atlético era una evolución de este grupo. Habíamos observado que en Anoeta –en un partido entre la Real y el Atlético– había salido por televisión un grupo de nazis en la grada, con una bandera nazi y haciendo el saludo hitleriano. Nosotros dijimos “Esto está muy activo, cuidado”. Y esa noche fatídica nos vino la confirmación de la dureza y de la crueldad del crimen de Aitor Zabaleta.

Movimiento contra la Intolerancia se personó en los dos juicios derivados de los hechos que condujeron al asesinato de Aitor.

Queríamos luchar contra los nazis y personarnos como acusación popular. Tuvimos una reunión el padre de Aitor, Javier, y ahí se inició una relación que con el tiempo culminó en una amistad muy profunda –hasta el fallecimiento de Javier en 2017–. Para mí, –recuerda emocionado–, el asesinato de Aitor Zabaleta fue una bandera que me dio fuerzas para luchar contra los grupos ultra del fútbol. Los juicios que vinieron después marcaron una etapa de casi una década. Libramos una batalla tremenda en Madrid. El asesinato de Aitor Zabaleta fue el 8 de diciembre de 1998. El juicio de Ricardo Guerra fue en marzo de 2000, y el juicio a Bastión , en septiembre de 2005. Y la Ley contra la Violencia, el Racismo, la Xenofobia y la Intolerancia en el Deporte salió el 11 de julio de 2007. Esa ley, en cuya redacción participé, estuvo marcada por la reclamación de justicia por el asesinato de Aitor Zabaleta. Fue una época muy dura, en la que se avanzó en la represión de los grupos ultras y se consiguió sacar adelante esta ley. Cuando fui al Senado a defender esta propuesta, lo primero que hice fue recordarle. Esa Ley era un homenaje póstumo a Aitor Zabaleta.

Solicitaron que se ampliara el número de acusados por el asesinato de Aitor Zabaleta...

El asesinato de Aitor Zabaleta fue un ataque planificado en el que participaron cerca de 40 personas. A Aitor le rodearon entre cuatro personas y Ricardo Guerra es el que le apuñaló en el corazón. Pero luego esto se disoció en el juicio por asesinato y en el juicio por desórdenes públicos. Ahí tuvimos un enfrentamiento con la Fiscalía, porque pedíamos que se juzgara a todo el grupo que se había implicado en el asesinato. Y –en el juicio contra los otros miembros de Bastión– pedimos que se les procesara, además de por desórdenes públicos y por resistencia a la autoridad, por asociación ilícita. La asociación ilícita era clave, y la fiscalía no quiso realizar esa acusación. El juicio a Bastón me dejó muy mal sabor de boca.

¿Qué hubiera supuesto la acusación por asociación ilícita?

Por desórdenes públicas les cayó un año y pico. Nosotros pedíamos tres años por asociación ilícita, y hubieran ido a la cárcel. Tampoco había entonces una cultura en torno a los delitos de odio. Ya se había producido la reforma del Código Penal de 1995, con un artículo muy reivindicado por Movimiento contra la Intolerancia, y lo que queríamos es que se aplicara. Se ha aplicado en otros grupos neonazis de carácter internacional, pero en este no se aplicó. La condena fue muy benévola. La fiscalía dijo que no había tal asociación, cuando había habido una acción planificada y organizada, con 40 sujetos atacando a un grupo de vascos que se había adelantado. Porque el autobús del grupo de Aitor Zabaleta llegó antes de tiempo, y por eso pudieron atacarles prácticamente sin gente.

También denunciaron trabas para la investigación...

Había que haber investigado más el carácter organizativo de Bastión. Y también había que investigado más el asesinato de Aitor, porque fue rodeado por cuatro personas. Interpretábamos que había un nivel de colaboración de los otros, porque le estaban cerrando la salida, aunque pudieran no saber que el otro iba a sacar un estilete y apuñalarlo en el corazón. La Brigada de Tribus Urbanas hizo una buena declaración en el juicio y fue el fiscal el que dijo que eso –de Bastión– era solo una pancarta, como si las pancartas se hicieran solas. Era como una cosa del fútbol. Pero que nadie se equivoque. Eran neonazis en el fútbol. No eran aficionados, eran unos neonazis que habían matado en el fútbol. Aquí todo el mundo se pone medallas pero, en el juicio a Bastión, Javier y yo estuvimos más solos que la una. Aunque él decía siempre que cuando venía a Madrid la gente lo reconocía, todos los taxistas le decían “Estamos contigo”, y eso le daba mucha fuerza.

Finalmente, Ricardo Guerra fue juzgado como el único autor...

El autor era Ricardo Guerra, pero había otros tres con él y nosotros interpretamos que fueron cuatro contra uno, pero la juez estimó que no tuvieron relación con la agresión.

Guerra fue condenado a 17 años. ¿Cree que se hizo justicia?

Nosotros pedíamos lo máximo, una pena de 20 años. Queríamos que se contemplara como circunstancia agravante el origen territorial y no lo aceptaron. Es un déficit que no entiendo. Siempre lo pongo como ejemplo en mis charlas sobre delitos de odio. ¿Por qué no está el origen territorial dentro las circunstancias agravantes? Si lo hubiera estado, nuestra tesis, que conllevaba una sentencia de 17 a 20 años, se hubiera tenido que contemplar necesariamente.

En el asesinato a Aitor Zabaleta, por tanto, había un componente claro de odio hacia los vascos...

Sí. Fue su condición de seguidor de la Real y de vasco lo que estimuló ese ataque organizado por Bastión. Tuvo un componente doble. A raíz del asesinato de Aitor Zabaleta pedimos que se incorporaran esas dos circunstancias agravantes, la identidad deportiva y el origen territorial, y no nos han hecho caso. Sigue siendo una reivindicación que planteo cada vez que puedo abrir la boca. Una, la identidad deportiva, que nunca se incorporó y que es fundamental. Y la otra cosa era el origen territorial: decían “A por los vascos”. Por eso digo que el juicio personalmente me dejó muy marcado. De hecho, ha condicionado todo mi discurso sobre los delitos de odio. La defensa que hice de la Ley contra el Racismo, la Xenofobia y la Intolerancia en el Deporte lleva el espíritu de la reivindicación de Aitor Zabaleta.

¿Cree que hoy en día hay sectores que siguen manifestando ese odio hacia los vascos?

Eso se ha ido modificando, pero sí hay un odio de carácter ideológico, más que territorial. Lo que pasa es que el carácter territorial puede darse en cualquier momento, y por eso hay que incluirlo en el Código Penal. En estos momentos hay mucho enfrentamiento identitario de carácter deportivo, pero que esconde enfrentamientos de tipo ideológico. El pensamiento ideológico de cada uno es muy difícil de demostrar, la identidad deportiva sí se objetiva mucho. Hay organizaciones ideologizadas con identidad deportiva que practican la violencia. Y dos hechos violentos ya son suficientes para declarar ilegal a un grupo. Por ahí no se ha avanzado, y eso es un gran error que está posibilitando que a la salida del covid haya habido un repunte de esta violencia.

¿Cómo se sintió tras la sentencia?

Muy mal. Lo único que me confortó fue la amistad con Javier, si es que se puede hablar de algo positivo, fue eso. Le recuerdo con mucho cariño. El asesinato de su hijo nos unió mucho. Él entendió muy bien cuál era el papel de Movimiento contra la Intolerancia, nos apoyó, hizo varias ruedas de prensa conmigo y luchamos mucho juntos. Estuvo en los juicios. Emocionalmente, el asesinato de Aitor Zabaleta me marcó mucho, y tuvo consecuencias personales para mí.

¿Qué consecuencias?

A las amenazas de muerte. Fue muy duro para mí, perdí mucha libertad. No podía salir. Durante años, me dedicaban gritos e insultos con mi nombre en el campo. Como me apellido Ibarra, hacían campañas y pintadas poniendo “Ibarra, tu apellido te delata”, porque mi abuelo era vasco. Una vez, paseando cerca con mi mujer cerca del estadio, tuve que salir corriendo y llamar a la policía. 

¿Esas amenazas ya han cesado?

No. He sido siete veces víctima de delitos de odio. Y muchas más. El otro día, por la calle, uno me escupió en toda la cara. Es complicado. Soy una persona muy paciente, muy tranquila, y ahí no entro porque sé que es una provocación. Ya está.

Ha recordado que durante muchos años se gritaban insultos contra Aitor Zabaleta y contra usted en el Calderón. ¿Cree que hizo realmente algo para acabar con eso?

Se hizo cuando se empezó a aplicar la ley, que incluía sanciones por sacar pancartas o gritos inadecuados.

Veinticinco años después, ¿es posible que un asesinato como el de Aitor pueda repetirse?

Sí, en cualquier lugar o cualquier campo. Es cuestión de fanáticos. Lo vemos en otros países también. Por eso es tan importante la memoria de Aitor. Hago mías las palabras de un superviviente de Auschwitz: “Sin memoria perdemos nuestra humanidad”. La memoria de Aitor Zabaleta nos está ayudando a mantener la humanidad en el fútbol.

"Los clubes no han hecho todo lo que podían hacer para erradicar a los ultras"

A día de hoy, ¿cuantos grupos ultras existen en España?

Hay grupos ultras prácticamente en todos los equipos de Primera División y de Segunda, aunque estén disfrazados o mezclados con otros más suaves. Creo que el Villarreal, por ejemplo, no tiene ultras. Yo creo que hacen daño al fútbol, que el fútbol no se merece esto, y los aficionados, que son la parte más importante del fútbol, menos. Los clubes no han hecho todo lo que podían hacer para erradicar a los ultras. A veces argumentan que son necesarios porque son los que más animan, pero no. Monta hinchadas, y puedes apoyarte en la categorías inferiores, en gente que vive la identidad del club, pero no en gente que tiene interiorizada la violencia.

¿Qué características tienen estos grupos?

Hay de todo. Hay ultras de distintas ideologías. El problema no es ese, es el uso de la violencia. La diferencia entre hinchas y ultras es el uso de la violencia. Luego, que cada uno tiene la ideología que quiera. Se justifican por la ideología, y no es así; es un grupo que se autoafirma por el uso de la violencia. Vienen a justificarlo por los colores del equipo.

¿Qué relaciones tienen estos grupos con las directivas?

La pregunta es “¿Las directivas han colaborado lo suficiente con las instituciones para acabar con este fenómeno?”. Pues no. Las directivas de los clubes, sobre todo en aquellos en los que los ultras han tenido mayor peso en las gradas, o donde la grada ultra ha sido notoria, tienen una gran deuda con la sociedad, en términos de convivencia.

¿Cuántas muertes se pueden relacionar con la violencia de los grupos ultras desde el asesinato de Aitor Zabaleta?

Se habla de las muertes por ataques, como la de Aitor Zabaleta o la de Jimmy, del Deportivo, pero hay más. Un ertzaina murió de un ataque al corazón en Bilbao -durante unos incidentes con ultras del Spartak-, una bengala estalló en la cara de un espectador en un partido del Espanyol, Manuel Ríos - tras un partido entre Deportivo y Compostela-…. Además, hay muchísimas agresiones se producen a la salida de los estadios, por ejemplo, a personas sin hogar por parte de ultras. Para muchos grupos, los estadios son lugares de captación.

¿Hasta qué punto están vinculados estos grupos con las manifestaciones de racismo en el fútbol?

Con algunos grupos, mucho. En el caso de los ultras del entorno del Frente Atlético, muchos han evidenciado comportamientos racistas, especialmente con Vinícius -jugador del Real Madrid-. Llegaron a colgar un muñeco negro de un puente, recordando cómo colgaba el Ku Kux Klan a la gente negra, y mandan un mensaje en esa dirección.

El Observatorio de la Ley de contra la Intolerancia en el Deporte no se ha reunido en años...

El Observatorio es uno de los entes instituidos dentro de la ley, y no lo convocan desde hace diez años. Soy miembro del Observatorio. ¿Que sucedía? Que el Observatorio observaba y señalaba, y pedía una aplicación más a fondo de la ley. Me decepciona que ninguno de los gobiernos que ha pasado desde entonces haya querido convocar el observatorio. Parece que es incómodo que podamos observar lo que pasa en los campos, y también recibíamos informaciones de aficionados de lo que sucedía. Creo que es inmoral que no nos hayan convocado. Me parece una falta de seriedad y de sensibilidad.

Hace unas semanas, en Donostia hubo varios incidentes con ultras del Benfica antes y durante el partido, y el presidente realista, Jokin Aperribay, y prometió “ir penalmente a por esos delincuentes”. ¿Hacen falta leyes más duras con los ultras o hay que aplicar las que hay?

No hay que perder el tiempo en reformas legislativas, hay una legislación que hay que aplicar a fondo. Un ejemplo es lo del Observatorio, que se convirtió en una especie de Pepito Grillo. Hay que mirar si los delegados de seguridad funcionan a fondo, si el árbitro para el partido, si las sanciones previstas, o que si hay una denuncia y la Comisión Estatal contra la Violencia propone una sanción, que no se duerma en la dinámica de los recursos, que a veces llegan cuando las cosas han prescrito… Al final, se genera un espacio de impunidad. Y hay muchas cosas que no se cumplen, como el Libro de Registros de Seguidores, o cosas que están planteadas para tener un control de la grada. Que lo tendrán los clubes, pero no las instituciones, que han abdicado de ese seguimiento.

¿Le consta que haya también grupos ultras en la Real?

Depende de su comportamiento en un determinado momento. Cuando ha habido enfrentamientos violentos, en ese momento se han convertido en ultras. Algunos grupos se diluyen, luego vuelven a crecer... Es como una montaña rusa.

Actualmente está sucediendo que los ultras se enfrentan entre sí, incluso acordando un lugar para hacerlo, pero eso no está evitando que aficionados ajenos a estos grupos sean agredidos, como le sucedió al realista Ion Aranburu...

Nadie puede decir que esté seguro. Depende cómo te toque, de por dónde pases y del energúmeno que tengas enfrente. En los juicios de esta gente es bastante habitual escuchar que iban borrachos, o que habían consumido pastillas. Lo único que cambia es que en esa situación el energúmeno está más desinhibido y, por lo tanto, es más agresivo, y para el aficionado normal es un riesgo. ¿Sabes cuál es mi posición con respecto a los grupos ultras? Los ilegalizaría a todos. Distingo tres niveles muy distintos: Aficionados, que merecen todo el respeto del mundo; los hinchas, que son aficionados apasionados -y yo soy una persona del deporte, soy entrenador de baloncesto y sé que hay pasión-, pero que no utilizan la violencia, aunque puedan tener algunos calentones verbales; y los ultras, que son grupos que tienen asumida la conducta violencia. Por eso se llaman ultras, porque van más allá de la legalidad. Pienso que eso es una práctica asociativa ilícita.

¿Cómo puede evitarse que estos grupos infecten el fútbol?

Por un lado, educando en el respeto al prójimo, en la dignidad del otro jugador, del otro aficionado, y crear un clima de convivencia y de concordia, y educar en el rechazo a la violencia, que para mí eso es fundamental. Sin eso no hay nada que hacer. Y, luego, con una educación basada en la tolerancia y en los derechos humanos. Y todo esto hay que hacerlo en categorías inferiores, porque estamos viendo que hay comportamientos violentos en esas categorías, y que hay que poner freno a muchos papás fanáticos que son capaces de comportarse en la grada de manera violenta, incluso avergonzando a sus propios hijos, que son jugadores.