Antes de poder concertar la entrevista, consulta el parte meteorológico. Y una vez que se ha informado del estado del mar en el litoral cantábrico, fija la cita a las 10:30 horas. Ya está. Ya podemos hablar. Ainara García (Donostia, 1987) atiende la llamada telefónica con vistas, dice, a la preciosa playa de Laga, enclavada en la reserva de la biosfera de Urdaibai. Una lesión truncó la carrera de esta treintañera sobre una tabla de ‘skate’, pero ahora vive una segunda juventud deportiva surfeando cuando su trabajo de tatuadora se lo permite; o, más bien, es al revés. Primero las olas, luego la aguja cargada de tinta en el estudio de tatuaje Kryptonita de su barrio, Amara. “Mi vida gira en torno al mar. Estoy pendiente de las mareas, de la webcam para ver el tiempo que hace, del viento… Me tengo que adaptar al mar y doy citas en función del baño”, asegura. 

García se rompió hace un tiempo. En el confinamiento se agravó su situación y le detectaron dos hernias discales. Le dolía. Dejó de ir al ‘skatepark’, ya que una caída sobre el cemento puede resultar fatal. Tenía que elegir: parar y asumir sus limitaciones o probar suerte con otro deporte. Se decantó por el surf, primero con la tabla corta y luego ya con las estilosas ‘longboard’ o tablones de unos tres metros. “No me exige tanto esfuerzo porque remo bastante menos. Es más delicado y suave que una tabla corta y además te da juego para hacer trucos y diferentes cosas”, explica. “Sufro si me toca remar o cuando tengo que remontar para coger la ola. Tengo mis limitaciones. Pero me compensa una hora de sufrimiento por coger diez olas. Me da la vida, es una satisfacción tremenda. Se me pasa todo el dolor”.   

Afirma que no puede parar quieta y que lo vive todo como si fuera “una niña pequeña”. “No me cierro a nada, además todo lo que tenga que ver con los deportes de deslizamiento me van bien”, añade. Amara, entre finales de los 90 y primeros dos mil en San Sebastián. Ainara García, también conocida en las redes sociales como Queen of the vandals en su doble faceta de tatuadora e ilustradora, cuenta que en su entorno “no había chicas que hicieran skate”. Era la única mujer, subraya. Desde muy joven se juntó con chicos generalmente mayores que ella para poder patinar. Hoy proliferan miles de patinadoras y hace tiempo que este estilo de vida se convirtió en tendencia global. Pero hace veinte años la realidad era muy distinta en una pequeña ciudad de provincias. Más adelante pasó parte de su juventud en Barcelona, donde descubrió que había “un gran grupo de chicas que también patinaban. De repente, se me abrió un mundo nuevo”, recuerda.  

Impulsando el skate femenino

En paralelo a su periplo barcelonés, en 2008 empezó a impulsar una serie de encuentros alrededor del ‘skate’ femenino con el nombre primero de Skate Girls Invaders y que más adelante se rebautizaron como ‘No Name Skate Girls’. “Venía gente de todos los lados: Inglaterra, Cádiz, Barcelona… Dormíamos en tiendas de campaña improvisadas en las ‘bowls’ [rampas] y siempre conocías a gente nueva. Se formaba un vínculo muy fuerte. Había hasta padres que traían a sus hijas y se quedaban a dormir”. ¿Alguna anécdota? “Una vez en Galdakao vino la Ertzaintza a llamarnos la atención y cuando solo vieron salir a chicas de las tiendas cambiaron el tono y nos dijeron muy amablemente que no podíamos acampar en esa zona”. Del monopatín tiene algo más importante que buenas palabras. Amistad verdadera. Una suerte de amor inquebrantable: “Las patinadoras que conocí en Barcelona son mis mejores amigas”.

Macarra y ‘arty’

Tatuajes. Un amigo le pidió de la nada un tatuaje y al día siguiente ya se había comprado una máquina de tatuar. Le costó encontrar un estilo propio. “Es la Ainara ‘skater’ y macarra. Mi lado punk y hardcore, el estilo traditional black”.

Ilustraciones. Durante la pandemia se puso a dibujar y vio que le gustaba y se le daba bien. Su primera exposición tuvo lugar en el bar La Bodeguilla, de la plaza Easo. En sus dibujos saca a relucir su vertiente más figurativa y colorida. “Sería mi lado ‘surfer’”, apunta.