Un área importante de Navarra está atravesada por jirones de piel con quemaduras de tercer grado. Recuperarla tiene un precio, todos los incendios dejan una factura en el bolsillo al último bombero que recoge la manguera para que la entregue a quien corresponda. Está la tristeza, la angustia y la incertidumbre de quienes viven en las zonas afectadas, está la pérdida de su casa o de la tierra que paga la electricidad de su frigorífico y lo que guardan dentro. Están las reuniones institucionales por capas, Ayuntamiento - Gobierno autonómico - Estado - Unión Europea, hacia arriba y después hacia abajo, están las declaraciones de zonas catastróficas para recibir ayudas. Ahí han entrado, además de Navarra, otros territorios de cinco comunidades autónomas donde las llamas han arrasado decenas de miles de hectáreas. Lo supimos el miércoles. Y el jueves, antes de conocer en qué plazos, cifras y tramos se distribuirán esas ayudas económicas, encendimos otra vez el fuego. Las llamas de algunas hogueras de San Juan volvieron a iluminar la noche. Alerta para bomberos y Protección Civil, fiesta de la purificación para quemar lo viejo y lo que nos sobra, detonante del verano. Y Verano es Vida. Rodeados de grandes tragedias, la vida pequeña, la de cada cual, sigue. Rusia valora ampliar el radio de la guerra a Lituania ante la aplicación de las últimas decisiones de la Unión Europea, las guerras silenciadas continúan ardiendo fuera de foco, el Aita Mari y otros barcos de rescate siguen recogiendo cuerpos africanos con vida en el Mediterráneo. Y a pesar de todo, al pensar en ese mar unos cuantos empezamos a ver los pinos piñoneros y los acantilados de la Costa Brava y el perfil de Córcega. O la cara de nuestra madre cuando la llevemos de excursión en coche hasta la casa de esa amiga a la que no ve desde hace dos años. O la inmensa roca cubierta de verde que se sumerge en el Cantábrico junto a la playa de Laga, que es nuestra bahía vietnamita de Ha Long privada. Buen verano.