No es la primera vez

Si la vida es eterna en cinco minutos, como proclamaba la bellísima canción de Víctor Jara, qué les voy a decir de las dos horas completas que estuvimos ayer sin WhatsApp, concretamente, entre las 9 y las 11 de la mañana. No es ni la primera, ni la segunda, ni la tercera vez que nos pasa, pero no por ello dejamos de reaccionar exactamente igual, con una mezcla de sensación de orfandad, ansiedad e incredulidad. Eso, más la frustración al reparar en que no podemos contar por WhatsApp que se ha caído WhatsApp. Como mucho, a los que todavía frecuentamos Twitter, nos quedaba el consuelo de ir a desfogarnos a la red del pajarito. En realidad, para nada, pues la inmensa mayoría de las piadas eran gracietas recicladas de todas las ocasiones en las que hemos estado en las mismas. En un plan más voluntarista que práctico, varios medios digitales aprovecharon para colar la socorrida pieza sobre las alternativas al sistema casi universal de mensajería.

Hiperdependencia

Y ahí tampoco salimos de pobres. Es verdad que hay un puñado de aplicaciones que dan el mismo servicio o, si cabe, mejor que el del circulito verde fosforito. Sin embargo, salvo los muy cafeteros, casi nadie los tiene instalados. Por lo demás, de poco sirve disponer de esas apps si los posibles interlocutores no las tienen. Eso nos habla del gran problema: WhatsApp nos ha convertido en seres hiperdependientes. En el caso de los particulares, la cuestión no va más allá de la incomodidad de sentirse (falsamente) aislados de sus congéneres. Otro cantar es la cantidad de comercios, profesionales y pequeñas, medianas y grandes empresas que utilizan la plataforma para sus negocios. Eso va desde hacer pedidos a la frutería a mantener contactos con los empleados y clientes, pasando, en el caso mi gremio, por el envío y la recepción de comunicaciones de interés informativo.

A callar

En la anterior gran caída, que fue hace aproximadamente un año y que afectó, es verdad, a Instagram y Facebook, solo la compañía matriz, la de Zuckerberg, perdió 40.000 millones de euros. Sumen lo que pudieron palmar todos los negocios que mentaba arriba y se harán una idea del gran roto que supone para la economía mundial (y, en el mismo viaje, para millones de bolsillos) una caída de una de estas redes por unos motivos técnicos que ni siquiera nos han explicado en qué consisten. Y la cosa es que solo quienes pagan por un servicio premium pueden quejarse con fundamento. A los demás, que somos la mayoría, nos queda callar, porque estamos ahí por nuestro propio pie.