Jugó en Anaitasuna y San Antonio en sus respectivas épocas de esplendor en la División de Honor y, después, como entrenador, estuvo nueve años al frente del club albiazul y fue uno de los artífices del surgimiento del Beti Onak.

El nombre de Poli Zabalza está asociado a los Baquedano, Ortigosa, Barriola, Lecumberri y compañía, en su etapa en Anaitasuna; y de nuevo a Ortigosa y Baquedano, y ex Boscos como Urzainqui y Urdániz, cuando se enroló en el San Antonio.

Pero fue en su faceta de entrenador en la que se ganó el cariño de jugadores y directivos por su corazón de oro.

"Más que entrenador, era un psicólogo", comentaba Andoni Santamaría, presidente del San Antonio. "Se metía a los jugadores en el bolsillo porque era con ellos como un padre, como un tío más de la pandilla, siempre de cachondeo, siempre con conversaciones de doble sentido. Hasta el último momento, rodeado de tubos (falleció tras un infarto de miocardio complicado días después con una fibrilosis), ha seguido con las bromas y con las risas".

En efecto, frente a planteamientos de férreas disciplinas, Zabalza se destacó como un fiel discípulo de Jesús Mari López Sanz, preocupado por la técnica individual y el juego combinativo.

Ya retirado a finales de los 80 del balonmano -tenía 48 años cuando falleció-, seguía con atención la trayectoria del San Antonio -en esa larga travesía del desierto por la Primera División- con la esperanza de que volvieran los viejos tiempos que le tocó vivir y ver de nuevo gradas llenas en Pamplona.

Poli Zabalza dejaba mujer, dos hijas, una infinidad de amigos y un profundo hoyo en el balonmano navarro imposible de cubrir.