pamplona - Si se habla de precursores en el mundo del motociclismo español muchos citan a Ángel Nieto o Sito Pons. Pero cuando ambos aún eran solo desconocidos para el gran público ya existía alguien que destacaba sobremanera: Víctor Palomo. Bien es cierto que el barcelonés empezó a hacerse un hueco en el olimpo del deporte gracias a sus éxitos sobre el agua, pero posteriormente se convirtió en el abanderado de las grandes cilindradas.

Palomo nació en Barcelona el 25 de mayo de 1949 y dijo adiós muy joven, apenas 38 años después a causa de un paro cardiorrespiratorio que le llevó al coma y a pasar sus últimas horas en la Unidad de Vigilancia del Hospital de Girona. Pero en su corta vida le dio tiempo a convertirse en un precursor y en el hombre polideportivo por excelencia.

En 1969 se proclamó campeón del mundo de esquí náutico en la modalidad de slalom. Con sus éxitos logró dar a conocer en España un deporte de minorías desde bien joven, pues en 1963 logró el campeonato europeo infantil, la antasala de su dominio júnior en el continente y el premio a su amor por la velocidad, que traspasó del agua al asfalto.

En 1971 sufrió una gravísima lesión en los meniscos que le llevó a apartarse del mar y centrar su carrera deportiva en las motos, un mundo donde había realizado sus pinitos más por entretenimiento que por otra cosa. Sin embargo, su afán y su espíritu competitivo -que le llevaron a contradecir los partes médicos que dictaron en 1968 que era “inútil para practicar cualquier tipo de deporte” tras sufrir un fuerte accidente en la carretera- propiciaron que también en esta nueva disciplina se colocara entre los mejores.

Su primer podio en un Campeonato Mundial de motociclismo llegó en 1973 con su segundo puesto en Hokeneim sobre una Yamaha -antes condujo una Ducati-. A partir de ahí, ganó el Gran Premio de Barcelona en 350 centímetros cúbicos, se proclamó campeón nacional de fórmula 750 y fue octavo en el Mundial.

En 1977 sufrió una grave caída en Paul Ricard que le afectó a las vértebras cervicales. Tres años después tuvo otro golpe importante en Montjuic y, aún así, en 1982 logró ser octavo en el GP de España sobre una Lombardini. Quizás el momento más emocionante de su carrera, cuando el rey Juan Carlos le entregó un trofeo especial por su carrera.

Pero no pudo Víctor Palomo vencer su carrera contra la enferdad y quien fuera capaz de burlar a la muerte sobre el asfalto no lo logró hacerlo en un hospital. - N. Pérez