Al margen de las muchas virtudes que adornan al rugby –la fundamental para nosotros, ese ambiente general de deportividad del que deberían aprender muchos otros deportes–, hay un defecto que seguramente no tiene solución, pero que da un poco de rabia, y es que a nada que uno de los dos equipos sea un poco superior, los resultados de los encuentros son tan escandalosos como un 5-40 o un 3-36. Lo cual hace pensar a un aficionado al deporte no informado que ahí se ha vivido una paliza apabullante, cuando muchas veces no es cierto, porque supone que el equipo perdedor ha sido capaz de frenar muchos, pero muchos, ataques de su rival. Con esa misma superioridad, un partido de baloncesto acabaría más o menos 70-90 y uno de balonmano, más o menos 30-40. Que siguen siendo victorias claras, pero no dejan esa errónea sensación de que a los perdedores les han pasado por encima de principio a fin.