El verano trae consigo días largos, más horas de luz y planes que invitan a coger el coche. Sin embargo, el calor intenso también se convierte en un desafío para la mecánica y para la salud de quienes viajan. Un vehículo que pasa varias horas al sol o que circula en plena ola de calor no solo acumula un calor sofocante en el interior: también ve cómo piezas y componentes trabajan al límite. Unas cuantas costumbres sencillas, aplicadas con constancia, ayudan a evitar averías, alargar la vida útil del coche y, sobre todo, reducir riesgos para los ocupantes.
Mantener el interior y la carrocería a salvo del sol
La exposición directa a la luz solar deteriora poco a poco la pintura, reseca plásticos y cuartea la tapicería. No es solo una cuestión estética: cuando los materiales pierden sus propiedades, se vuelven más frágiles y menos seguros. Buscar sombra para aparcar o recurrir a un garaje es la solución ideal, aunque no siempre posible. En ese caso, un parasol en el parabrisas ayuda a reducir la temperatura y a proteger el salpicadero. También existen fundas ligeras y transpirables que cubren todo el vehículo, muy útiles en días en los que el coche pasa horas sin moverse. Estos pequeños cuidados evitan que el calor acumulado acelere el desgaste.
Revisar el sistema de refrigeración del motor
Cuando fuera el termómetro roza cifras extremas, dentro del motor la exigencia es aún mayor. El líquido refrigerante es el encargado de mantener la temperatura adecuada, así que conviene comprobar que el nivel es el correcto y que no hay pérdidas. También es recomendable asegurarse de que el ventilador y el termostato actúan cuando deben.
En trayectos largos o en atascos, echar un vistazo de vez en cuando a la aguja de temperatura del cuadro puede evitar un susto: si sube más de lo normal, lo sensato es detenerse, abrir el capó y dejar que el motor recupere la calma antes de seguir. Una sobrecarga térmica no controlada puede provocar daños muy caros de reparar.
Controlar la presión y el estado de los neumáticos
El aire que hay dentro de los neumáticos se expande con el calor, lo que puede alterar la presión ideal. Circular con más presión de la recomendada reduce el agarre, y si el neumático está desgastado, el riesgo de reventón aumenta. Lo mejor es medir la presión en frío, siguiendo siempre las indicaciones del fabricante, y repetir la comprobación de forma periódica durante el verano.
Un vistazo rápido a la banda de rodadura y a los flancos sirve para detectar cortes, deformaciones o zonas muy gastadas. A 40 grados, el asfalto se convierte en una superficie abrasiva y un neumático en mal estado es un peligro en cada curva o frenada.
Reducir el calor acumulado dentro del coche
Cuando un coche pasa horas al sol, el interior se convierte en un espacio irrespirable. En pleno verano, el termómetro puede dispararse hasta niveles peligrosos, y no hace falta mucho tiempo para que esto ocurra. Antes de sentarse al volante, lo mejor es abrir las puertas y dejar que corra el aire durante un momento, de modo que parte del calor atrapado se disipe. Encender el aire acondicionado ayuda, pero no conviene hacerlo con el vehículo parado mucho rato: el sistema trabaja menos forzado y enfría más rápido si el coche está en movimiento.
Y algo que nunca debe olvidarse: nadie, ni niños, ni mayores, ni animales debe quedarse dentro de un vehículo cerrado, aunque sea “un minuto”. En condiciones extremas, un golpe de calor puede aparecer antes de que seamos conscientes del riesgo.
Revisar la batería y los líquidos con más frecuencia
Las altas temperaturas no perdonan, y la batería es uno de los elementos que más sufre. El calor favorece la evaporación del electrolito y acelera su desgaste interno, lo que aumenta las posibilidades de que falle cuando menos lo esperas. Una revisión periódica para comprobar su carga y limpiar los bornes es una tarea rápida que puede evitar un problema serio. El aceite del motor también acusa el calor: pierde eficacia lubricante y envejece antes de lo previsto. Adelantar el cambio o controlar el nivel con mayor regularidad en verano es una buena forma de cuidar el motor. Al final, estas pequeñas rutinas de mantenimiento preventivo cuestan poco y previenen reparaciones mucho más caras y complicadas, especialmente si el coche se convierte en nuestro compañero de viaje durante las vacaciones.
El calor del verano no solo incomoda, también desgasta. Tanto el vehículo como quienes viajan en él se ven sometidos a un esfuerzo extra. Mantener un interior menos expuesto, vigilar la temperatura del motor, controlar neumáticos, batería y líquidos, y ventilar bien antes de conducir son gestos determinantes. Con las olas de calor cada vez más frecuentes, la anticipación marca la diferencia entre un trayecto sin sobresaltos y una avería inoportuna. Cuidar el coche es cuidar de nosotros mismos y de la seguridad en cada kilómetro.