Joxe Lacalle (Etxauri, 1951) es un hombre conocido en el periodismo navarro. Fue fotógrafo en Egin, en Egunkaria y en Argia. Y anteriormente tabernero en la calle Jarauta de Iruña. Todavía se pone nervioso al explicar su periplo como víctima de violencia, condición que ahora reconocida por el Gobierno de Navarra. Este es su testimonio.

Usted padeció tres episodios que han sido reconocidos. El primero, un ataque de los autodenominados Guerrilleros de Cristo Rey, en 1978.

–Era septiembre...

Tras unos Sanfermines reventados...

–Estábamos en el bar, con mi mujer embarazada de ocho meses. Unos días antes habían puesto una bomba a la peña Alegría de Iruña, donde se juntaba la comisión de fiestas por lo de Germán. Y al poco tiempo entraron en mi bar los Guerrilleros de Cristo Rey.  

Pasaron verdadero miedo.

–En el año 77, cuando se puso la ikurriña en el balcón del Ayuntamiento de Pamplona, me dije, yo también voy a poner una en el bar. Yo no andaba en ningún partido político ni nada. Me gustaba la ikurriña, me sentía vasco, como me sigo sintiendo ahora, puse una que me hizo a mano una mujer de la librería Abarzuza, de tres metros por dos, y la coloqué en el bar. Había gente que me preguntó: ¿Pero eso por qué lo pones? Y yo respondía: Al que le guste que entre y al que no, que no entre. A raíz de eso, se empezaron a recibir amenazas por teléfono. Yo tampoco les hacía mucho caso. Un día estábamos cinco o seis personas merendando viendo un partido de fútbol. De repente empezaron a hostias con la puerta con piedras, y entraron con cadenas y botes de humo. En los botes se leía como que eran del Ejército. Nos metieron un montón de hostias y salieron corriendo. Luego siguieron las amenazas telefónicas.

“Puse una ikurriña en el bar y los Guerrilleros de Cristo Rey entraron con cadenas y botes de humo. Recibimos un montón de hostias”

Y en 1979 de sufrir una paliza a sufrir una bomba.

–Un día entró un tío con un bigote, luego supe que se apellida Castro, me mosqueó mucho su pinta. Me pidió un clarete con gaseosa. Se lo metió de un trago y me pidió otro, y me dejó 25 pesetas en la barra para pagar los dos vasos, que valía cada uno a 8 pesetas. Cuando fui a cobrarle, el tío se metió en el váter. Y de ahí salió corriendo.

Y dejó el explosivo en el baño.

–Sí, estaba mi mujer con el pequeñito en el piso de arriba en su cuna. Me fijé que no paraba de caer agua de la cisterna del váter y vi una bolsa de plástico. Me subí y había un montón de cables, el explosivo y un reloj. Llamé a la Policía, me aparecieron dos miembros de paisano. Cuando vieron la bomba salieron los dos corriendo, literalmente, y al rato vinieron los artificieros. Cuando explotó la bomba tiró al artificiero contra la pared de enfrente con sus protectores. Hubo gente que me preguntó: ¿No te gustaría que lo hubiera matado? Y dije que no. Y gente que se juntó en auzolan para arreglarme el bar.

¿Alguien reivindicó la autoría?

–Sí, se hicieron llamar Acción Nacionalista Española y dijeron que habían puesto la bomba por tener una bandera que no era la nuestra.

En mayo de 1981 usted fue detenido delante de tres hijos a punta de pistola por la Guardia Civil, y permaneció ocho días incomunicado.

–Vinieron tres tíos de paisano, Los dos hijos pequeños creo que no se enteraron de mucho, pero me acuerdo de la cara que puso el mayor. Después de dejar a los hijos, me metieron en un 127, me hicieron agachar la cabeza, me dieron un par de puñetazos y me llevaron al cuartel de la avenida de Galicia. Nada más llegar, me metieron un hostión y mis gafas salieron volando. Yo no sabía de quién me estaban hablando, una persona detenida por lo visto en Gipuzkoa. Me interrogaban por mi bar, y yo no preguntaba el nombre a toda la gente que entraba. Empezaron a darme hostias, me pusieron una pistola en la cabeza, hacían como me disparaban, perdí casi el sentido. Un día me sacaron de noche encapuchado y me llevaron a un campo para que buscase un zulo. A la vuelta, me colgaron entre dos mesas, con una barra en las piernas y esposado, con los pies para arriba. Venían con unas gomas de butano y me pegaban en la planta de los pies, hostias por todo los lados. Así fueron más o menos los ocho días.

¿Temió por su vida?

–Tuve ganas de tirarme un día por la ventana, se lo juro. Pero pensando en los hijos y en la mujer aguanté. En los ocho días que pasé allí no hubo un día que probase un bocado ni a la mañana ni a la tarde, ni un café. Nada. Perdí el sentido del tiempo. Todos los días palizas. El último me hicieron firmar un papel que empecé a leer y no leí más que mi nombre. Lo de abajo ya no me dejaron leerlo, por huevos tienes que firmar, me metieron un montón de hostias otra vez y no sé ni lo que firmé. Estaba perdido por todos los lados.

Después fue trasladado a Madrid.

–Me llevaron a la Audiencia Nacional y pasé a la cárcel. Al juez le conté que me habían torturado. Me pidió que se lo demostrase, le enseñé todos los moratones de las piernas y me dijo: Eso podía haber sido un accidente de coche. Casi me tiro a su cuello. Cuando me mandó a la cárcel pensé en descansar. Estuve un mes, se puso una fianza. Mi mujer entonces no tenía mucho acceso a las cuentas de los bancos y no podía sacar dinero. Y un comerciante y amigo de la calle Jarauta, le prestó las 200.000 pesetas para sacarme. Luego me devolvieron la fianza.

Ahí no terminó el asunto...

–Al volver las amenazas telefónicas eran continuas. Los que me detuvieron iban muchas tardes a verme al bar, a cachondearse y reírse de mí. Qué pronto te han soltado, me decían. Iban a primera hora de la tarde entre semana. Nada más verlos me ponía encendido.

Dice que es muy duro recordar esto, aunque hayan pasado muchos años, pero anima a otras personas que estén dudando, a que reclamen su reconocimiento.

–Estuve supernervioso en la toma de declaración en el Parlamento de Navarra. En la Red de Personas Torturadas de Navarra me dijeron que me lo apuntase todo, y empecé a escribir y no podía. En la declaración paré un rato para descansar. Después tuve que ir a terapia de grupo, me costó muchísimo volver a eso. Ahora casi me está costando menos. Hablarlo y que se sepa me viene bien. Hay mucha gente que no sé si tiene miedo a presentarse y revivirlo. Les entiendo, hay ratos que se pasa muy mal recordando, pero creo que es bueno soltarlo.

“Le enseñé los moratones al juez de la Audiencia Nacional y me dijo que podía haber sido un accidente de coche; casi me tiro a su cuello”

¿De los tres episodios el más amargo es el de la detención?

–Sí, por supuesto, el más duro. Muchas veces cuando veo el cuartel de la Guardia Civil se me ponen los nervios casi a cien. Se te queda muy adentro todo eso metido.

Recuerda el día que salió de prisión.

–Mi hijo mayor intentó no sé cuántas veces que le llevasen a la cárcel para verme. Yo preferí que no fuese. Cuando salí fue un hermano mío a buscarme y llegué a la noche. En la calle Jarauta había montón de gente esperándome. Cuando me vio mi hijo mayor vino corriendo a abrazarme y me dijo: ahora sí me voy a la cama.

¿Todo esto lo contó a su mujer?

–He intentado olvidar muchas cosas que me hicieron. A un chico que detuvieron más tarde le oía chillar en otra sala... A mi mujer no se las conté. No me apetece contarle demasiado. Ella debía ir todos los días a llevarme bocadillos. Alguno se los habría comido bien a gusto, porque yo no probé ni uno. Trabajando en Egin un día tenía que ir al cuartel a hacer fotos y no pude entrar, no me atrevía a subir solo. 

¿Cómo valora estos reconocimientos que se están produciendo?

–Creo que es interesante y muy bueno que se reconozcan estas torturas y atentados no contemplados. El que me puso la bomba se llama Leoncio Castro. Vi su foto en internet. ¿Ha oído hablar del restaurante Hartza? Dos vascas que pusieron un restaurante en la calle Labrit. A una de ellas le pegó dos tiros. Luego le intentaron juzgar por crear el GAL en Navarra, y no lo consiguieron. Debía ser jefe de la policía. No se me olvida su cara. No se me olvidará nunca.