Diez horas a 'cara de perro'
David Cameron y Nicolas Sarkozy trasladaron su antipatía y su enfrentamiento a la cumbre de bruselas
bruselas
REINO Unido no está dispuesto a caminar con el mismo paso que el resto de países europeos en la integración fiscal. Su primer ministro, David Cameron, lo dejó bien claro durante la tensa y prolongada negociación que mantuvieron los 27 en la madrugada del viernes y que sitúa a los británicos fuera, por voluntad propia, del acuerdo intergubernamental que suscribirán el próximo año para reforzar la disciplina fiscal de la UE. "Para aceptar una reforma del Tratado a 27, David Cameron ha pedido algo que todos consideramos inaceptable: un protocolo en el Tratado que permita eximir a Reino Unido de algunos reglamentos sobre los servicios financieros", explicó tras la primera maratoniana jornada un serio presidente francés, Nicolás Sarkozy.
La antipatía que el dirigente conservador galo tiene por el premier británico no es nueva. En una de las últimas cumbres celebradas en octubre de este año, destinadas a buscar soluciones a la crisis, ya le mostró su exasperación al saltar que estaban hartos de sus críticas. "Dices que nos aborreces y ahora quieres inmiscuirte en nuestras reuniones", le espetó un airado Sarkozy.
Durante esta ultima negociación, según uno de los dirigentes que se sientan en la mesa del Consejo Europeo, el enfrentamiento entre ambos fue todavía más agrio que el de octubre. Sin llegar a perder las formas pero duro. El motivo: la extensa lista de exigencias a cambio de retirar su veto al nuevo Tratado. Cuestiones como mantener su capacidad de bloqueo en materia de regulación financiera, nuevos requisitos de capital para las entidades bancarias o que la sede de la Autoridad Bancaria Europea permanezca en la capital británica. "En el pasado, Reino Unido llegaba a Bruselas con la cantinela de que quiero mi dinero de vuelta. Ahora llega diciendo que quiere su soberanía", explicaba ayer un alto funcionario europeo.
El eje Merkel-Sarkozy intentó convencerle durante horas para que suavizara su oposición. Hubo recesos y encuentros bilaterales, pero finalmente al filo de las 5 de la madrugada cejaban en su empeño. "Ha sido una decisión difícil pero la correcta", insistía el británico. "El tratado no beneficia a nuestros intereses. Les deseamos lo mejor porque queremos que la Eurozona resuelva sus problemas", añadía en una comparecencia en que también subrayó que "nunca vamos a unirnos al euro ni vamos a ceder soberanía para entrar en una unión fiscal".
Sarkozy le respondía poco después con rotundidad: "Si hubiésemos aceptado una derogación para Reino Unido sería como poner en discusión buena parte del trabajo que hemos hecho para regular el sector financiero... Habríamos preferido un acuerdo a 27 pero no ha sido posible por la posición de nuestros amigos británicos", añadió con una ironía que más bien debía rayar en el enfado porque ni saludó a Cameron en la tradicional foto de familia de los líderes europeos cuando se cruzaron ni volvió a realizar declaraciones en toda la jornada de ayer.
Los rostros de todos los mandatarios europeos reflejaban las huellas de la tensa y larga negociación cuando abandonaron el Consejo Europeo en torno a las siete de la mañana. Tres horas después posaban para la foto de familia de la cumbre.
Pese a la fiereza con la que defendió ayer Londres la autonomía de la City, la principal plaza financiera del mundo y que acapara el 80% de los servicios financieros de Europa, la Unión Europea tiene claro que la regulación debe proseguir porque "una parte de los problemas del mundo vienen de la desregulación de los servicios financieros", recordó Sarkozy. Aunque Reino Unido no forma parte de la moneda única, hasta ahora su decisión también era necesaria para modificar las reglas de la eurozona. El nuevo acuerdo abre un nuevo e incierto tablero de juego.
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