pamplona
Durante 23 años, la gente vivió con corrupción, opresión, humillación, teniendo que pagar sobornos. Mi hijo Mohamed sufrió mucho, trabajó duro. Él no se prendió fuego porque le confiscaran su carro, sino por dignidad. Dignidad antes que pan. La mayor preocupación de Mohamed era la dignidad". Hace una año, Mohamed Bouazizi, un joven informático de 26 años en paro, se quemó a lo bonzo en la localidad tunecina de Sidi Bouzid -a 280 km de la capital-, harto de las humillaciones constantes a las que era sometida la población por parte de los funcionarios del régimen de Zine el Abidine Ben Alí.
Para mantener a su familia -su madre Menobia, dos hermanas y cuatro hermanastros-, Bouazizi vendía fruta y verduras en las calles de su ciudad, caminaba a diario dos kilómetros con su carro hasta el zoco, hasta que aquel 17 de diciembre de 2010, la policía le confiscó su medio de subsistencia, al parecer porque no disponía de permiso de venta ambulante. Algunos testigos aseguran que una inspectora de policía le insultó, le abofeteó y le escupió. Ante este nuevo maltrato, Bouazizi intentó presentar una queja ante las autoridades, pero nadie quiso escucharle. Posteriormente, adquirió una lata de pintura inflamable, se roció frente a un edificio público y se prendió fuego.
"Se suicidó porque se sintió humillado", explicaba posteriormente la mayor de sus hermanos, Leila, de 24 años, cuando su caso dio la vuelta al mundo y medios de comunicación extranjeros comenzaron a interesarse por su historia. Mohamed Bouazizi era el mayor de siete hermanos y el único que llevaba dinero a casa. Su madre Menobia y sus amigos recuerdan que era un hombre sencillo y trabajador, que se había convertido en el cabeza de familia siendo muy niño tras el fallecimiento de su padre. Su sueño era que sus hermanos y hermanas pudieran terminar sus estudios y encontrar un buen trabajo.
Sidi Bouzid es una pequeña región agrícola del centro de Túnez, en la que predominan los olivares y las minas de mármol. Menobia cuenta que estaba recogiendo olivas cuando le comunicaron que tenía que regresar a casa. "Me dijeron que mi hijo estaba enfermo y que tenía que regresar. No me dijeron más. Cuando llegué al hospital, comencé a gritar desesperada, preguntando si mi hijo estaba muerto. Pasé la revolución en el hospital, acompañando a Mohamed", relata Menobia, de 53 años, a la revista Time, que ha escogido al joven tunecino entre los personajes más destacados del año.
Mohamed Bouazizi murió el 4 de enero de este año a consecuencia de las quemaduras. Su madre posa para la publicación con la imagen de su hijo, con el rostro entristecido por la pérdida pero con un gran sentimiento de orgullo. "Nada habría ocurrido si mi hijo no hubiera reaccionado contra la ausencia de voz y de respeto. Espero que las personas que van a gobernar sean capaces de tener presente su mensaje y tener consideración con todos los tunecinos, incluidos los pobres", manifestó Menobia con motivo de las primeras elecciones de la era post Ben Ali del pasado octubre.
celebraciones Sidi Bouzid se prepara hoy para tres días de fiesta en honor a su mártir. La ciudad conmemorará el primer aniversario del inicio de las revueltas árabes con música, baile y concursos de poesía. Durante los días de la denominada revolución de los jazmines, los habitantes de Sidi Bouzid cambiaron los retratos de Ben Ali por los de Mohamed Bouazizi; incluso, cambiaron el nombre de la calle principal de la ciudad tunecina por el suyo. Y es que la humillación sufrida por este joven informático de 26 años era la misma sufrida por miles tunecinos y árabes que llevaban décadas oprimidos bajo regímenes dictatoriales. Estos gobernantes, grandes aliados de los gobiernos occidentales, restringieron durante años las libertades de sus ciudadanos en nombre de la estabilidad, la seguridad, el desarrollo y como un supuesto freno al islamismo radical.
Sin embargo, esta opresión tampoco llevó a unas mejores condiciones de vida, como prometían sus enriquecidos dictadores, sino a más hambre, más paro y más represión. Los únicos beneficiados de esos sistemas corruptos eran ellos mismos y sus familias, que llegaron a dominar todas las esferas del poder. Por ese motivo, el acto desesperado de Bouazizi caló tan hondo entre los habitantes de la ciudad, que dos días después de que se quemara a lo bonzo realizaron la primera protesta contra el régimen de Ben Ali.
El descontento de la población ya había provocado manifestaciones en años anteriores, pero nunca llegaron a adquirir las dimensiones de la revolución de los jazmines, que gracias a las redes sociales se fue extendiendo como la pólvora por todo el país y obligó al dictador a huir de Túnez el 14 de enero y buscar refugio en Arabia Saudí. El resultado fue un saldo de 219 muertos, medio millar de heridos y el inicio de un complicado proceso de transición que los tunecinos han vigilado y guiado desde las calles.
Lo que nadie sospechaba entonces es que Ben Ali solo sería la primera pieza del dominó en caer, a la que siguió apenas un mes después el egipcio Hosni Mubarak y a las que posteriormente se sumaron el coronel libio Muamar el Gadafi y el presidente yemení Abdullah Saleh. Las protestas se extendieron en semanas a todo en norte del continente africano y la mayoría de los países árabes, con resultados muy diferentes: desde la sangrienta guerra civil libia, con la intervención incluso de la OTAN, al proceso de cambio dirigido por Mohamed VI en Marruecos, pasando por las protestas en Argelia y Jordania, así como la represión que continúa hoy en día en Siria y Bahrein.
Transición modelo Túnez, el pequeño país magrebí que inspiró a toda una generación de jóvenes árabes, es por ahora el único de sus vecinos que ha logrado encarrilar su proceso de transición de forma satisfactoria, a diferencia de la incertidumbre que genera el caos en Libia y la negativa de la Junta Militar egipcia a ceder el poder. Lo que tanto Túnez como Marruecos, Libia y Egipto tienen en común es el poder que han adquirido los líderes islamistas, quienes han tomado como referencia al primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, y su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP).
Tanto los islamistas tunecinos de Ennahda, ganadores de las primeras elecciones sin Ben Ali; como los Hermanos Musulmanes egipcios, que encabezan el recuento de las votaciones en el complejo proceso electoral que se desarrolla en el país; los líderes del Consejo Nacional de Transición libio, y el nuevo primer ministro marroquí, Abdelilah Benkiran, buscan implantar una sociedad con valores islámicos, pero de corte político occidental. Sin embargo, esto no deja de despertar recelos entre los sectores laicos y liberales de los países árabes.
A pesar de los avances en el terreno político, Túnez debe hacer frente, en cambio, a una precaria situación económica, que no ha mejorado desde enero, y los altos índices de desempleo que se mantienen tras la caída del régimen: en el país hay 14.000 jóvenes licenciados en paro. Los empleos siguen faltando también en la región de Sidi Bouzid y el turismo no ha sido este año una salida para los jóvenes, debido a la fuerte caída sufrida tras la revolución. La inquietud de los inversores por el futuro de los acontecimientos es también un lastre en el desarrollo de las regiones.
"Nada a cambiado", comenta a la agencia DPA Issam Affi, agricultor y activista de Sidi Bouzid. "Celebraremos el aniversario, pero mostraremos también que mucho sigue igual", agrega. Los familiares de Mohamed Bouazizi siguen viviendo en la misma infravivienda de la ciudad. Pero el recuerdo de su hijo y hermano mayor les impulsa a seguir luchando en un país que aún tiene un largo camino por recorrer.