pamplona - Dalia Nassar está hecha a prueba de balas. Literalmente. El 6 de octubre de 2015 un francotirador israelí le disparó y atravesó su pecho. El proyectil pasó a escasos milímetros del corazón. Dalia recibió el disparo mientras participaba en unas protestas cerca del asentamiento ilegal de Beit El, en Cisjordania. Un poblado de unos 6.000 colonos israelíes que contraviene las leyes y acuerdos internacionales y se ancla dentro del mapa de los territorios de la autoridad palestina. Unos días antes, las fuerzas del Estado de Israel habían asesinado a un joven socialista palestino, Muhannad al-Halabi, de 19 años. Este asesinato colmó la paciencia de muchos jóvenes que como Dalia decidieron salir a la calle o ir a la primera línea del frente. Las manifestaciones, huelgas y disturbios se extendieron desde las universidades y los barrios de Jerusalén a toda Cisjordania y Gaza. Una pequeña intifada que llevó a suspender la visita de Angela Merkel a la zona. Desde la cama de un hospital en Ramallah, Dalia declaraba entonces a la prensa local: “Las balas no me impedirán participar en la resistencia contra la ocupación israelí como a otras miles de palestinas”.
Tres años más tarde, Dalia continúa en su lucha, pero ahora como graduada en Derecho, especialista en Relaciones Internacionales. Hace unas semanas, esta joven palestina de 28 años cruzaba a pie el pamplonés paseo de Sarasate, desde el Palacio de Navarra hacia el Parlamento foral. Salía de una recepción con el Gobierno de Navarra, en su calidad de representante de la Unión de Comités de Mujeres Palestinas (Union of Palestinian Women Committees, en inglés), una organización creada en 1980 para empoderar a las mujeres y luchar contra la ocupación israelí. Se excusaba Dalia por estar algo justa de energías. Normal, finiquitaba así una gira europea que le ha llevado a dar conferencias en Bratislava, Krakovia, Varsovia, Praga, Madrid, Bilbao, Hernani, Andoain, Donostia y finalmente Pamplona-Iruñea, en la que se ha dedicado a narrar la situación de las habitantes de Jerusalén, en el 50º aniversario de la ocupación israelí de la ciudad.
La ocupación en Palestina y su conflicto es viejo y muy mediatizado. ¿Qué lugares comunes o prejuicios está harta de explicar en estas charlas y conferencias?
- Efectivamente, hay algunos estereotipos que estoy cansada de rebatir, pero debemos dar a conocer nuestra realidad. Uno de los comentarios más comunes es conectar el holocausto judío con la situación que se vive hoy en Palestina y hablar de antisemitismo. Esto es absurdo. Nosotros, los palestinos, también somos un pueblo semita. La definición de antisemitismo que se hace en algunos lugares de Europa es absolutamente errónea. Nosotros no combatimos a los judíos, estamos en contra de una invasión sionista del Estado israelí. Posicionarse alto y claro en contra de la ocupación no supone alinearse con el anti-semitismo. Antes del año 1947, judíos, cristianos y musulmanes vivíamos de forma pacífica. Y entonces todos eran ciudadanos palestinos. Es una obligación de los países europeos hacer un llamamiento por el fin de la ocupación y esto no tiene nada que ver con la fobia a los judíos. De ninguna manera. Otro asunto recurrente es que me pregunten cómo es posible que siendo palestina, no llevo hiyab. Bueno, es que no todas las mujeres palestinas llevan velo islámico. Primero porque cada mujer tiene sus diferentes creencias e ideologías; además muchas mujeres en Palestina son cristianas, como yo, y otras son musulmanas, pero no todas lo llevan. Creo que este tipo de comentario denota cierta islamofobia cada vez más presente en todo el mundo. Y el afán de pintar Palestina como un país exclusivamente musulmán. Y no lo es.
Parece vivir encasillada entre estos clichés y prejuicios.
-Es frustrante sentirse atrapada entre estos eslogans. Ambos argumentos son racistas y xenófobos. Vivimos todos juntos, muchos amigos míos son musulmanes, son mi familia. No son terroristas. Tampoco los cristianos. El terrorismo es la ocupación.
¿De qué forma les condiciona la ocupación?
-Vivimos como en islas, ciudades y urbes separadas, aisladas. Disgregados por muros, asentamientos ilegales de israelíes, cada año nuestro mapa va cambiando. Mucha gente desconoce que muchas de las personas que hemos nacido en Jerusalén ni siquiera tenemos documentos de identidad que nos reconozcan la vecindad, un pasaporte o un permiso de residencia, cualquier día nos pueden echar.
¿Cuál ha sido el papel de las mujeres palestinas en esta lucha?
-Las palestinas llevamos luchando por la liberación de nuestro pueblo desde el fin de la administración británica, en los años 30, al lado de los hombres. Con más o menos presencia. En la Unión de Comités de Mujeres Palestinas creemos en una sociedad progresista y democrática; y que la liberación femenina es política y social. Tenemos que luchar en estos ámbitos. Si no hay libertad para todo el pueblo palestino, tampoco habrá para las mujeres. Porque la primera opresión para la mujer es la ocupación. Algunas personas creen que por venir de una familia cristiana soy más libre que mis compañeras musulmanas, pero no es así, todas sufrimos las mismas restricciones sociales.
Explíquese.
-Las mujeres palestinas sufren tres tipos de violencia, la de la ocupación, el patriarcado y el capitalismo. Y todas están conectadas. La ocupación provoca pobreza; y la precariedad genera conflictos sociales. En ámbitos de pobreza es más fácil que se generen dependencias y mayor violencia doméstica. Obviamente cuando el acceso a la educación y las condiciones de vida son propicias para el desarrollo pleno de las personas, hombres y mujeres, se reducen las posibilidades de que haya violencia y desigualdad. La ocupación es la principal razón. Mucha gente dice que somos una sociedad patriarcal y todo eso, pero antes de los años 90 y el surgimiento del islam radical, las sociedades árabes de Líbano, Siria, Egipto o Palestina eran mucho más abiertas y progresistas que muchos lugares de Europa occidental. Y el patriarcado no es exclusivo de Palestina, está en todo el mundo, también en Navarra. Y especialmente en contextos desfavorecidos. La pobreza fomenta el patriarcado.
¿Qué tipo de proyectos desarrolla su organización para mejorar esta situación?
-Por ejemplo, en Jerusalén, una de las actividades es aumentar la conciencia política y el poder de influencia de las jóvenes palestinas en su comunidad. Pero en otros lugares también ofrecemos un equipo de primeros auxilios en términos psicológicos para ayudar a mujeres en ámbitos de emergencia y estrés. También asesorarlas en temas legales, cuando sufren violencia del marido o la familia. Si quieren ir al juzgado, tenemos abogadas que las representan para divorcios, violencia y en muchos casos la revocación de la vecindad o residencia. Muchas mujeres palestinas viven en Jerusalén casadas con un marido que quizás tiene la residencia, pero si se separan, el Gobierno israelí les rescinde ese derecho a residir ahí. O quizás tienen un permiso para estar un tiempo, pero cuando son madres, sus hijos no tienen derecho a residir en la ciudad. Esta arbitrariedad sobre la residencia en Jerusalén que debemos renovar cada cierto tiempo es más acusada cuando estas mujeres son políticamente activas. Se exponen a que Israel les quite este permiso. Incluso familias como la mía, que somos jerosolimitanos de varias generaciones, no tenemos ese permiso de residencia. El padre de mi padre nació en Nablús, trabajaba repartiendo huevos en bicicleta por la ciudad. Conoció a mi abuela y se mudaron a Jerusalén. En 1967 su casa fue destruida por Israel, la abandonaron y esa zona fue ocupada por israelíes. Al tiempo regresaron de nuevo a Jerusalén y allí hemos vivido.
Y allí han resistido, ¿no? Tengo entendido que su familia es un referente de la lucha sindical palestina.
-Así es. Cuando yo tenía 3 años, mi padre, Hani, daba mítines y yo jugaba debajo de la mesa en esas reuniones. Mis padres me enseñaron a amar y no odiar. Me enseñaron que nuestra vida no importa si no es relevante o significante para los que nos rodean. Y para las generaciones que vendrán. Si hoy no luchamos nosotros, serán nuestras hijas las que lo harán. Así que es nuestra responsabilidad evitarles esa lucha. Mi padre pasó 13 años en prisión, mi madre también estuvo encarcelada. Ambos se conocieron en la universidad. En 1988 estuvieron en prisión al mismo tiempo mi madre y mi padre. Mis hermanos mayores se quedaron solos. Se llevaron a mi madre a un interrogatorio, la metieron en una tumba, la sepultaron literalmente en vida, le ponían las voces de niños llorando, le decían que eran sus hijos. Sufrió extrema violencia en los interrogatorios, comenzó una huelga de hambre. Y estuvo durante meses en prisión. Hubo una gran campaña por su liberación. Al final de aquel año liberaron a mi padre. Y bueno, poco después aquel mismo año me concibieron a mi y nací yo.
¡Menudo reencuentro el de sus padres!
- (Risas). Así es.
Convendrá conmigo que su infancia, al igual que la de otras jóvenes que nacen, viven y crecen en contextos de conflicto no es lo más común...
- Claro, había soldados en nuestra casa, detenciones, y sí esto es común y normal a la infancia de cualquier niña palestina. Pero creo que a pesar de todo he tenido una infancia feliz. Incluso en tiempos de intifada y conflicto recuerdo a la gente muy unida, más junta unos a otros. Vivíamos más colectivamente, en el barrio. Si cerraban la escuela por los bombardeos, las lecciones se impartían en las casas de los vecinos. Se preparaban comidas para los que iban al frente o para resistir los cortes de luz, nos juntábamos todos. Se ayudaban unos a otros. Hoy en día con la globalización y las pantallas vivimos más apartados.
Hábleme de su madre, Maha, que fue una de las fundadoras de los movimientos de mujeres palestinas.
-Mucha gente le ha dicho a mi madre que no era una buena madre por llevarnos a las manifestaciones o a las protestas con ella. Por no quedarse en casa a cuidarnos. ¿Y sabes qué? Mi madre es la mejor madre del mundo, porque me enseñó cómo ser una buena persona, cómo ser humana, antes que enseñarme a cómo lavarme los dientes, irme a la cama o limpiar la casa. Me enseñó a ser una persona generosa y misericordiosa con los demás. Y me enseñó las lecciones más importantes que alguien se puede llevar a la tumba, todo lo demás son tonterías que puedes aprender por tu cuenta, pero esto solo te lo puede enseñar una madre.
¿Cuáles fueron algunas de esas lecciones?
-Desde pequeña mi madre me hablaba sobre la pobreza en el mundo. En mi casa siempre había muchas reuniones, venían hijos y niños de otros presos políticos. Recuerdo que mi madre les ofrecía todos mis juguetes y yo me enfadaba y le decía: “¡Mamá, son mis juguetes!”. Me miraba muy seria y me respondía: “No hay nada en este mundo, ni en tu vida, que puedas llamar mío. Nunca digas: mío”. Es una mujer muy fuerte. Aprendí mucho de ella, para mi es un ídolo, un referente. Fue la primera en prohibirme la palabra “judío”, al menos de una forma despectiva. Yo tenía siete años y le preguntaba por qué con tanta tierra vacía a nuestro alrededor no regresaban los refugiados y otras gentes, por qué nos peleábamos con los judíos. Y me dijo: “Si te oigo otra vez decir la palabra judío, en esta casa, te llevarás un bofetón”. Y me explicó: “Son israelíes, no judíos. Son sionistas. Nosotros no luchamos por un trocito de tierra. Combatimos por el derecho a todas las personas a vivir en paz, el derecho de los expulsados a volver a sus casas ocupadas. No a que les den un pedazo de tierra”. Es una lucha humanitaria. Yo era muy joven para entender todas estas cosas. Ha sido una gran apoyo para mi, incluso cuando me saltaba clases para ir a manifestaciones.
Incluso cuando un francotirador le disparó a usted en 2015...
- Sí. Y también mi padre me ha apoyado mucho para ser lo que soy hoy. Mi padre y mis hermanos estuvieron todos los días conmigo. De hecho, ahora mi padre ya no se presenta por sus méritos, sino que va “fardando” y dice: “Sí, soy el padre de Dalia, la chica que dispararon”. (Risas). En realidad, lo que más me importa ahora es mi trabajo con las mujeres y en los campos de refugiados. Mi trabajo es apasionante y me siento muy unida a la gente. Me da pena porque en ese momento yo era la única mujer en el frente, luego vi a muchas más unirse, a luchar hombro con hombro, y eso me llenó de alegría.
¿Cuáles son las perspectivas de futuro? ¿Cuáles son sus deseos?
-Siempre tenemos esperanza, pero es cierto que sin el apoyo y ayuda internacional, sin el compromiso de otros pueblos y comunidades, no podemos hacer frente a la ocupación. Es importante que la gente entienda que gracias a esa presión se han pospuesto la demolición de algunos asentamientos o por ejemplo si se hiciesen más campañas como la que hizo posible la liberación de Ahed Tamimi (la joven de 17 años encarcelada durante meses por una bofetada a un soldado israelí), más niños y jóvenes serán liberados. También el boicot a los productos y acciones de Israel, que ejerce mucha presión sobre un Estado que practica el apartheid y la segregación. Si la gente en todo el mundo se une, contra la opresión, la ocupación en Palestina también terminará.