Los dos partidos norteamericanos, tanto el del presidente como de la oposición están enfrascados en un juego repetido a lo largo de los años, cuando la Casa Blanca y el Congreso no están controlados por el mismo partido: paralizar la aprobación del presupuesto nacional, con la esperanza de avanzar el programa propio en contra el partido contrario, y con la casi garantía de atraer la atención de la prensa nacional y de la extranjera.

En la prensa nacional, la noticia es recogida de manera distinta según la orientación política: con alarma y editoriales de tendencia apocalíptica por los medios favorables al gobierno, vista con alegría en los favorables a la oposición, en un juego casi teatral pues tanto la Casa Blanca como ambos partidos saben que el país no se quedará sin dinero para atender sus compromisos internacionales y mucho menos los de dentro de casa, de forma que se llegará a un acuerdo antes de que sea demasiado tarde.

Ahora, que la Cámara de Representantes está controlada por los republicanos, opuestos a una Casa Blanca demócrata con el apoyo de un Senado del mismo partido, volvemos a ver la misma película, que también resuena en la prensa de todo el mundo, seguramente porque muchos corresponsales llevan poco tiempo en el país y se creen las declaraciones alarmistas de los partidos.

Son declaraciones de contenido y objetivo político. Y todavía más este año, pues el país se apresta las elecciones presidenciales y generales en 18 meses, sin que ninguno de los dos partidos haya presentado hasta ahora a un líder atractivo: tanto el presidente Biden, como su rival republicano y ex presidente Donald Trump, son por ahora los candidatos más fuertes y no solamente tienen poco atractivo para la oposición y los votantes independientes, pero ni siquiera entusiasman a la mayoría de sus correligionarios.

¿Un candidato en un proceso penal?

En el caso de Biden, es por la deferencia que el partido da al presidente, y en el de Trump por su sorprendente capacidad de seguir atrayendo a gran número de seguidores, a pesar de su tumultuosa salida de la Casa Blanca hace tres años y el riesgo de que se vea envuelto en nuevos procesamientos por cuestiones económicas o por su actuación después de las elecciones que llevaron a Biden al poder.

También este riesgo es mucho mayor en los artículos periodísticos dentro y fuera del país, que en los tribunales norteamericanos. Pero no se puede descartar que Trump sea el primer candidato presidencial en la historia norteamericana que hace campaña a pesar de verse envuelto en un caso penal contra él. Pero puede hacerlo porque la Constitución no cierra el camino electoral a los encausados.

Que un país rico y desarrollado, con 350 millones de habitantes, tenga unos candidatos presidenciales tan problemáticos resulta difícil de entender, especialmente fuera de Estados Unidos, pero un chiste que casi todos los extranjeros oyen al llegar a este país, es que “los norteamericanos decimos que cualquiera puede llegar a presidente… y lo demostramos cada cuatro años”.

La enésima batalla por el presupuesto

Es posible –y hasta probable– que a la hora de aparecer estas líneas la batalla presupuestaria se haya resuelto como siempre, a base de algunas concesiones cosméticas que permitan a todos cantar victoria. Y lo que es seguro, es que el erario norteamericano se vea cada vez más debilitado por un presupuesto descontrolado, fruto a una política fraguada a lo largo de los años y agrandada por los gastos –necesarios y superfluos– de la pandemia

Las cifras pueden alarmar fácilmente: el déficit presupuestario ronda ahora los tres billones de dólares, aunque hace tan solo 25 años, cuando era presidente el demócrata Bill Clinton, había desaparecido prácticamente. De hecho, la deuda pública tan solo ha sido tan alta como ahora en épocas de guerra, y no de guerras que relativamente pequeñas para la capacidad militar del país, sino para el esfuerzo gigantesco que representó la Segunda Guerra Mundial, cuando supero los 285.000 millones. Proporcionalmente a la economía nacional, es algo semejante a lal deuda federal de ahora, que supera ya los 30 billones.

Sin embargo. la diferencia es grande, y es mucho peor si comparamos la situación actual con la de casi 80 años atrás: si el porcentaje de la deuda es semejante hoy al de entonces, las perspectivas de saldarla son mucho menores hoy, en buena parte porque, en todos estos años, el erario norteamericano ha ido contrayendo compromisos “sagrados”, con sus veteranos (que en este país son muchos después de las guerra del Vietnam, Afganistán y diversas campañas africanas), la Seguridad Social y la atención médica a los jubilados, conocida como Medicare

Estos tres apartados consumen nada menos que dos tercios del presupuesto y el resto se ha de repartir entre el presupuesto del Pentágono, la administración pública y el servicio de la deuda, que en estos momentos corresponde aproximadamente al 5% del presupuesto total.

Aumento de la deuda acumulada

La deuda acumulada aumenta, pues se estima que los ingresos totales del gobierno apenas superaran los 4 billones, lo que más o menos corresponde a los compromisos antes mentados y los gastos que no forman parte de estos compromisos aumentan el déficit en casi dos billones al año, es decir, hay que prever déficits elevados permanentes, que irán debilitando las finanzas públicas y posiblemente la posición de Estados Unidos en el mundo.

Ya se apunta a esta posibilidad en el envite con China, un país con menos compromisos militares internacionales y el gran beneficiario de la apertura de los mercados para sus productos.

Para el presidente Joe Biden, lo mejor es el interés popular se centre en otras cuestiones, como la personalidad de Donald Trump, las protestas del Capitolio hace tres años o la guerra de Ucrania que aquí se presenta desde la mejor perspectiva posible. Todo mejor que hablar de las realidades políticas y económicas del momento, especialmente de la personalidad del candidato.