Hallyu. Término acuñado a mediados de los noventa, que trataba de englobar en la expresión “ola coreana”, la avalancha cultural proveniente de Corea del Sur que inundó las radios y televisiones de Japón. Fue entonces cuando se hicieron mundialmente famosos el K-pop, las series televisivas y los jóvenes directores del nuevo cine coreano que en pocos años coparon los palmareses de los festivales internacionales de medio mundo. A partir de entonces, Corea del Sur se convirtió en un estado moderno y abierto al exterior, un ejemplo a seguir para el resto de los países asiáticos en desarrollo económico y avances democráticos, más allá de su dramática partición en dos y sus conatos de guerra con su hermano del norte.

A punto de cerrar 2024, con su industria audiovisual copando las plataformas televisivas y las listas de ventas de música pop del mundo, el intento de autogolpe de Estado de Yoon Suk Yeol ha conmocionado a la opinión internacional. Las imágenes de la ciudadanía rodeando el parlamento, arrebatando sus armas incluso a los propios soldados golpistas, ha puesto fin a los anhelos de los surcoreanos en presentarse como la gran potencia económica y democrática del Pacífico a imitar entre los aliados de Estados Unidos, por encima incluso de un Japón en decadencia económica y social. La crisis democrática de Corea del Sur revela no solo los problemas de un país que no consigue superar sus traumas históricos, sino también los futuros movimientos estratégicos en la región del Pacífico.

Rehén del pasado

Corea del Sur continúa siendo rehén de su pasado y de la traumática partición del país que sufrió tras la Segunda Guerra Mundial. Invadida por los japoneses en 1910, liberada por los Estados Unidos en 1945 tras la derrota nipona, el país fue dividido en dos áreas diferenciadas. El norte, en manos de los soviéticos, acabó en dictadura comunista. El sur, en manos de los norteamericanos, cayó en dictaduras militares proamericanas. En 1950, tras el intento del norte de invadir el sur, tres años de guerra civil devastaron la península coreana, para, tras el conflicto armado, volver a los límites fronterizos impuestos tras la Segunda Guerra Mundial, convirtiendo al paralelo 38 en la última frontera caliente de la guerra fría, con conatos de guerra continuos entre ambos vecinos hasta hoy en día.

La traumática guerra civil y la posterior y guerra de baja intensidad entre ambas Coreas, permitió que distintas cúpulas militares controlasen el sur aduciendo la amenaza comunista del norte. En los años 60 y 70, el apoyo total soviético a Kim Il Sung hizo que el norte comunista estuviese por encima del sur pro-occidental en lo económico y lo industrial, lo que llevó a los norteamericanos a hacer la vista gorda ante las violaciones de los derechos humanos perpetradas por las dictaduras militares de una Corea del Sur en constante pánico ante un hipotético ataque del norte.

El atrasó económico, industrial y económico del sur justificó el autoritarismo y golpes de estado como el del general Park Chung Hee en 1960, que con mano de hierro modernizó e industrializó el sur de la península con la creación de unas fuertes industrias química y pesada, convirtiendo en muy pocos años a un país devastado por la guerra en una nación altamente competitiva en sectores claves como la siderurgia, los automóviles, la electrónica y los productos químicos. Comenzó así el denominado “milagro del río Han”, que transformó en unas pocas décadas a Corea del Sur en el “tigre asiático” que es hoy en día, elevando la economía coreana a la décima posición del ranquin de las potencias mundiales.

Este impresionante progreso económico se saldó con un gran coste social. Las vulneraciones de los derechos humanos, el creciente autoritarismo y la represión contra los trabajadores movilizó a una sociedad que veía que el crecimiento económico del país no iba a la par de sus libertades y derechos como ciudadanos, dando comienzo, liderada por el movimiento estudiantil, a la lucha por la democracia. Un movimiento, que vivió momentos como el asesinato en 1980 del general Park, que se enfrentó a los distintos gobiernos militares que le sucedieron, que no dudaron a la hora de decretar estados de excepción o perpetrar masacres contra los manifestantes como la de la ciudad de Gwangju de 1980, donde se cree que unos 2.000 civiles fueron asesinados.

Finalmente, en 1987, Corea del Sur logró la democracia, pero sin que la historia dejara de pesar en su devenir político. La inestabilidad política del país ha continuado hasta hoy en día. Pocos presidentes de la nueva etapa democrática del país han logrado culminar sus legislaturas, únicamente tres. El resto, han sido víctimas de la inestabilidad, la corrupción e incluso el suicidio. La propia hija del general Park, Park Geun-hye, que llegó a ser la primera presidente democrática de Corea del Sur, fue destituida y encarcelada por recibir millones de dólares de los conglomerados económicos del país, los conocidos como los chaebol.

Poder económico

Los chaebol manejan no solo la economía, también tratan de influir constantemente en la agenda política del país. Empresas como Samsung, LG, Lotte o Hyundai, facturan en ventas más de la mitad de toda la economía surcoreana junta. Su gran poder económico hace que las familias y dinastías que las controlan, además de manipular la economía y el mercado laboral del país, hacen que su influencia sea cada vez más grande en el ámbito político. Un influjo que, en opinión de muchos, perturba constantemente el desarrollo político del país a través de tratos de favor por parte de la administración, sobornos o puertas giratorias mediante las que importantes cargos de los conglomerados empresariales pasan a ocupar altos puestos en la administración pública.

En el reciente caso del ya expresidente coreano Yoon Suk Yeol, los grandes lastres democráticos del país aparecen de manera clara. El que fuera denominado el Trump coreano llegó al poder en 2022 con un discurso populista y antisistema, mostrando una postura belicista hacia el vecino del norte, propio de la derecha tradicional coreana. Antiguo fiscal anticorrupción, Yoon prometió devolver al país a la senda de la pujanza económica y del liderazgo internacional. Pero el antiguo perseguidor de la corrupción parece haber sido víctima de aquello que antaño reprimía. Las denuncias por corrupción contra su mujer y las investigaciones consecuentes parecen estar detrás del autogolpe. Denuncias que llevaron a Yoon Suk Yeol a la caída en los índices de popularidad, rompiendo todos los registros de impopularidad de la historia política reciente de Corea del Sur.

Los grandes retos que Yoon Suk Yeol estaba destinado a liderar, parecen quedar aún lejos de solucionarse. A pesar de los grandes datos económicos, no solo la corrupción e inestabilidad, junto a la injerencia en la política de los chaebol, lastran el futuro del país. Problemas sociales como el suicidio juvenil, el aumento de la soledad no deseada y la caída de la tasa demográfica, hacen que el futuro económico y social de Corea del Sur sea cada vez más incierto.

A todo esto habría que añadir la amenaza militar del vecino del norte. Con una posible reunificación del país ya cada vez más descartada por ambos bandos, la llegada al poder hace una década de Kim Jong Un no ha hecho más que intensificar el conflicto entre las dos Coreas. Si alguien pensaba que el presidente norcoreano podría abrir una nueva era de distensión estaba realmente equivocado. La apuesta de Kim por el belicismo contra occidente, llegando incluso a enviar tropas por primera vez al extranjero para apoyar a Putin en Ucrania, y su alineamiento con Rusia, Irán y China, no solo ha significado mayor inestabilidad política para Seúl, también ha reforzado su papel clave en el tablero geopolítico mundial. Todo ello explica por qué lo ocurrido con el autogolpe de Yeon haya creado tanto nerviosismo en las cancillerías occidentales y, sobre todo, en los responsables de la Casa Blanca.

Actor internacional

Corea del Sur es una pieza clave en la estrategia de futuro de los Estados Unidos. Con una China en clara disputa de la hegemonía mundial al país de las barras y estrellas, Corea del Sur está llamada a ser un actor de primer orden en el futuro del orden internacional. La zona del Asia-Pacífico se convertirá en los próximos años en el eje económico y tecnológico mundial. Si hoy el 90% de los microprocesadores del mundo se fabrican en Taiwán, el 10% restante se hacen en Corea del Sur, y los grandes chaebol, como Samsung o LG, pueden ser claves en la guerra tecnológica que ya se está librando. Para Estados Unidos Corea del Sur puede llegar a ser imprescindible para mantener el crecimiento económico y tecnológico de la zona y disputar de ese modo la influencia y el poder de China en la futura gran zona económica del mundo.

No hay que olvidar tampoco la importancia geográfica en lo militar que tiene Corea del Sur. Históricamente los coreanos se han visto como “la gamba entre las dos ballenas”, en referencia a su inferioridad respecto a sus dos imperios vecinos, Japón y China; dos civilizaciones mucho más grandes que la coreana y que en el pasado han dominado sobre el territorio. Actualmente, Corea se encuentra en una posición estratégica clave en caso de que los Estados Unidos y China entrasen en un conflicto militar por Taiwán. Corea del Sur formaría parte del cinturón de países aliados que podrían servir de apoyo a Taiwán y que podrían apoyar a los norteamericanos a bloquear la costa china. Junto a Japón, Filipinas y Australia, Corea del Sur formaría parte de este cinturón de seguridad, a la vez que todos ellos dominarían sobre las rutas comerciales de la región.

Muchas son las razones, por tanto, que explican las alarmas que se han encendido con el autogolpe del presidente Yoon. Una Corea del Sur democrática y pujante económicamente es clave en la estrategia norteamericana en su lucha por mantener su hegemonía planetaria y su influencia en el futuro gran escenario de la riqueza mundial. Pero, al mismo tiempo, Corea del Sur aún arrastra lastres históricos que condicionan su desarrollo democrático y que hacen que todavía no sea capaz de enfrentar los grandes retos sociales que podrían poner en jaque su futuro. Nadie duda de que Seúl será un gran actor del futuro orden internacional. La cuestión es si su fortaleza económica y, sobre todo, democrática, serán tan grandes como la que hasta ahora nos han querido hacer ver.