“Yo soy solo un paso”. Con estas palabras terminaba el Papa Francisco su autobiografía, titulada Esperanza. Una obra que sonaba a despedida y que su muerte ha confirmado como el epílogo de su pontificado. Termina para la Iglesia la era de Francisco, una época de nuevos estilosnuevos lenguajes y un nuevo acercamiento al mundo actual y sus desafíos. Un período de grandes esperanzas para la Iglesia que se inició el 13 de marzo de 2013 y que concluye con su muerte el lunes de Pascua de 2025.

Posiblemente, la mejor forma de realizar un balance de su pontificado consista en seguir las líneas vitales que refleja su autobiografía. Haciendo honor a su condición de jesuita, Francisco recoge en su relato de vida las grandes preocupaciones y las líneas pastorales que han marcado su papado, tal y como san Ignacio de Loyola hiciera en su célebre autobiografía. Vida y obra pastoral se entrecruzan en el itinerario vital del primer Papa latinoamericano de la historia.

Desde un principio, sus orígenes marcaron su forma de entender la fe. Jorge Mario Bergoglio nació en Buenos Aires en 1936, en el popular barrio de Flores. Él mismo recalcó sus orígenes latinoamericanos en su primera alocución al convertirse en Papa, al decir que sus colegas habían ido “hasta el fin del mundo” para elegirlo. Desde esta coordenada se puede entender su llamada a las periferias, reconociendo el nuevo peso del Sur Global en el futuro de la Iglesia.

Como él avisó, su pontificado intentaría marcar el camino de la Iglesia, mientras otro Papa sería el encargado de navegar hasta el destino.

De ascendencia italiana, sus abuelos abandonaron el Piamonte para probar fortuna en Argentina. Los antepasados del futuro pontífice se salvaron del hundimiento del Princesa Mafalda, que más tarde sería conocido como el Titanic italiano, al tener que postergar el viaje porque no consiguieron vender todas sus posesiones a tiempo. Como Francisco diría más tarde, su familia podría haber terminado en el fondo del mar, como les ocurre hoy en día en el Mediterráneo a miles de inmigrantes. La ayuda a los inmigrantes y la defensa de sus derechos ha sido uno de los grandes pilares del pontificado de Francisco. Sus viajes a LampedusaLesbos o Moria así lo atestiguan.

Pero si en algo ha sido diferente Francisco, ha sido en su cercanía, su sencillez y su sintonía con la gente. Algo que él recordaba de su infancia porteña, aprendido de la figura de su abuela Rosa, que le enseñó, según él, la importancia de la religiosidad popular y la fe de las personas sencillas. Algo que resuena en su apuesta por la Teología Popular, una vertiente más moderada de la Teología de la Liberación, de la que bebe el acercamiento pastoral de su pontificado. Un acercamiento al mundo con una sonrisa, con los brazos abiertos a los más sencillos, a los más necesitados, a aquellas periferias donde el hombre y la mujer necesitan el consuelo y el abrazo de la fe; lo que se convirtió desde el inicio en la principal característica de la marca Francisco.

Una Iglesia “hospital de campaña”, como repitió varias veces, que sobre todo se acerca a los más pobres. El propio nombre elegido, Francisco, se inspira en san Francisco de Asís, en el abrazo a la pobreza y la sencillez del santo italiano. Ese ha sido uno de los grandes rasgos de Bergoglio como Papa, la apertura a las periferias existenciales, desde una postura cercana y abierta a realidades que hasta entonces no eran lugares comunes para la cabeza de la Iglesia. Una realidad que ha tratado de llevar también al resto de la curia mediante unas reformas que apostaban por unas estructuras más sencillas y austeras, más enfocadas en la actividad pastoral y más abiertas a las necesidades del mundo.

Francisco en uno de los dos encuentros que mantuvo con el presidente ruso, Valdímir Putin. CONTACTO vía Europa Press

La impronta jesuítica

Todo ello marcado por su impronta jesuítica, congregación en la que ingresó con 21 años. Compartía con sus hermanos de la Compañía de Jesús, por un lado, su pasión por la cultura moderna, en especial por la literatura, de la que fue profesor en el seminario, y por otro, el no rehuir el diálogo con el mundo y sus dimensiones más conflictivas, como la política. Algo de lo que tuvo experiencia como provincial de su orden en los terribles años de la dictadura argentina, donde tuvo que afrontar uno de los episodios más trágicos del país y en el que viviría su período más oscuro como jesuita.

El caso de Yorio y Jalics, dos jesuitas secuestrados por el ejército durante meses por sospechas de pertenencia a la guerrilla, persiguió a Bergoglio hasta el día de su fallecimiento. Para sus detractores, el entonces provincial de la Compañía no ayudó a sus compañeros, dejándolos a merced de sus secuestradores. En su autobiografía, Francisco no rehuyó aquel suceso, enumerando las muchas personas a las que ayudó a escapar de la represión militar, incluidos Yorio y Jalics. Este precedente también caracterizó su pontificado, donde la mediación política fue una de sus grandes aportaciones.

Los problemas planteados por Francisco serán la herencia para su sucesor, quien tendrá que darles respuesta.

Francisco ha intervenido en múltiples conflictos. Desde el acercamiento entre Estados Unidos y Cuba, la guerra civil en República Centroafricana o, recientemente, en el intento de encontrar puentes para la paz entre Rusia y Ucrania. También ha tratado de aportar una visión cristiana a cuestiones candentes como la ecología, con su encíclica Laudato si, o a temas como la justicia social, la esclavitud o el rearme militar. Su reciente petición a los obispos norteamericanos para que se muestren firmes en la defensa de los inmigrantes ante el regreso de Donald Trump atestigua su capacidad de no orillar el conflicto y permanecer firme ante cuestiones sociales de gran calado.

Pero, más allá de su apertura al mundo actual, aquel 13 de marzo de 2013, en la quinta votación del cónclave, Bergoglio fue elegido principalmente para culminar la reforma de la curia romana que Benedicto XVI no pudo coronar. El Papa alemán vivió en sus carnes lo difícil que era la modificación de las estructuras romanas, llegando a sufrir presiones y espionaje por parte de sus propias personas de confianza. Dimitió al verse sin fuerzas para llevar a cabo los cambios, por lo que este ha sido uno de los grandes objetivos del pontificado de Francisco. Junto a un cambio pastoral hacia una Iglesia más abierta a las periferias y al sufrimiento de los hombres, más cercana al evangelio, con la meta puesta en los cambios marcados e iniciados en el Concilio Vaticano II, y que según Francisco, aún no han sido llevados a la realidad en su totalidad; la reforma interna de la curia romana, con sus estructuras opacas y anquilosadas en el pasado, necesitadas de un cambio radical, ha sido una de sus principales preocupaciones de estos 12 años.

El Papa y el presidente de Ucrania, Volodomir Zelensky, se reúnen en el Vaticano en 2023.

Economía, curia, abusos...

Francisco comenzó con la reforma de las estructuras económicas, las finanzas vaticanas, uno de los aspectos más opacos del entramado vaticano. Los cambios en la gestión financiera implicaban no solo mayor transparencia, exigían sobre todo un mayor control sobre las cuentas del denominado Instituto para Obras de Religión. Así, se realizaron auditorías internas, se identificaron cuentas sospechosas y se apostó por la austeridad en las inversiones, e incluso, por la reducción de los sueldos que llegó hasta los propios cardenales. Un proceso que ha conducido al desequilibrio de las cuentas del Vaticano y que Francisco ha tratado de equilibrar.

Otra de las grandes cuestiones abordadas por el Papa latinoamericano ha sido el de la composición de la curia. Como todo pontífice, Francisco ha tratado de moldear la curia según su visión pastoral, nombrando cardenales de su línea, seguidores de la senda del Vaticano II, con la meta puesta en una Iglesia que no caiga en el clericalismo, más abierta a los fieles y a los laicos. Aquí reside uno de los puntos fuertes de su mandato y, para muchos, su canto de cisne, la búsqueda de una Iglesia más sinodal, más horizontal, para el siglo XXI, tal y como se dibujó en las reuniones de obispos concluidas el año pasado.

La acción aperturista de Francisco ha propiciado el surgimiento de una posición organizada por parte de los sectores más ultraconservadores de la curia.

Una apertura que invita a buscar una Iglesia más abierta a realidades que hasta la fecha parecían impensables, como los colectivos LGTBIQ+, los divorciados vueltos a casar o las personas transexuales. Temas como el del celibato, el diaconado femenino o el papel de la mujer en la Iglesia, han suscitado un interés y una aproximación a las cuestiones que, a pesar de no haber conducido a cambios doctrinales, sí han llevado a un acercamiento pastoral diferente hacia esas realidades. Un cuestionamiento y una claridad en el planteamiento que, aunque no haya obtenido respuestas definitivas, sí ha preparado el terreno para futuros cambios. La acción aperturista de Francisco, a la contra, ha propiciado también el surgimiento de una posición organizada por parte de los sectores más ultraconservadores de la curia, que han visto en la simple aproximación a estos temas, la renuncia a los valores tradicionales de la Iglesia. Un polo de oposición a Francisco que, en ciertos momentos de su papado, ha logrado una enorme atención mediática.

Pero si ha habido un problema ante el que Francisco ha tenido que invertir más energías ha sido en el de los abusos practicados por ministros de la Iglesia. Los escándalos y denuncias marcaron los primeros años del pontificado, en el que Francisco no temió pedir perdón y apostar por una conducta de tolerancia cero hacia la mayor lacra a la que se ha enfrentado la Iglesia católica en su reciente historia. En opinión de numerosos observadores, esta, junto a la oposición interna dentro del clero, ha sido la principal piedra en el camino de Francisco. El escándalo de los abusos supuso el mayor reto a la credibilidad de la Iglesia, ya que ponía en duda sus cimientos éticos y morales. Francisco supo aguantar el timón en ese momento, asumiendo la culpapidiendo perdón, y, al mismo tiempo, creando mecanismos para acabar con los abusos.

Numerosos, por tanto, han sido los hitos del pontificado de Bergoglio. Como él mismo avisó desde un comienzo, su pontificado intentaría marcar el camino de la Iglesia para el nuevo siglo, mientras que otro Papa sería el encargado de navegar hasta el destino. Francisco ha formulado las preguntas que marcarán a las nuevas generaciones dentro de la Iglesia católica: diversidad sexualpapel de la mujercelibato, la cuestión del laicado, el fin del clericalismo… Para los más progresistas, Francisco se ha quedado a medias en las reformas; en opinión de los más conservadores, ha ido demasiado lejos. No son pocos los que afirman que el pontífice argentino ha identificado los grandes temas sobre los que girará el futuro de la Iglesia. En todo caso, los problemas planteados por Francisco serán la herencia para su sucesor, quien tendrá que darles respuesta.

Francisco ha dejado señales de su valor profético hasta en su último día. Su postrera reunión con JD Vance apunta al importante papel que la Iglesia católica puede jugar en los profundos cambios geopolíticos que se nos avecinan. Un mundo en transformación frente al que Francisco puso sobre la mesa las primeras respuestas para tratar de lograr una Iglesia abierta a los desafíos del siglo XXI. Puede que el pontificado de Francisco solo haya sido un mero paso en el caminar de la Iglesia, pero, a veces, un único paso puede marcar la dirección.