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Oficios En peligro de extinción

Muchas son las profesiones que con el tiempo se van quedando obsoletas y pocos los que en un intento de mantenerlas sacan a flote unos negocios que, en algunos casos, están al borde de la desaparición.

Oficios En peligro de extinciónFoto: j. bergasa

En casa de herrero cuchillo de palo o zapatero a tus zapatos son algunos de los tantos refranes que se han hecho populares en el habla cotidiana gracias a antiguos oficios. Oficios que en algunos casos se perdieron y que en otros sobreviven, en gran parte, por herencia familiar. Ser deshollinador, butanero, tapicero, artesano, guarnicionero, sastre, zapatero o afilador, entre otras profesiones, es dedicarse, con los tiempos que corren, a oficios que poco a poco se van quedando caducos debido, sobre todo, a los cambios tecnológicos y sociales. Por eso, he aquí algunas de las personas en Pamplona que siguen manteniendo el entusiasmo, en oficios que son tan antiguos como la historia.

EL SASTRE

Mateo Hermanos

Jose María Mateo dirige "una de las tres o cuatro sastrerías" que aún susbsisten en Pamplona. A sus 65 años lleva 49 en el negocio, y sabe de sobra lo sacrificado que es el oficio."Aprendí a coser cuando era un crío. Mi padre tenía un pequeño taller en casa, y, como entonces no había playstations, yo solía jugar con la aguja y el hilo. Fue ahí cuando él decidió enseñarme", recuerda. "Lo mejor de este trabajo es la relación que se crea con los clientes. He llegado a tener grandes amigos entre ellos", puntualiza.

Como todo, sabe que con la crisis el negocio se ha vuelto peliagudo. "Mucha gente cree que los precios de los trajes a medida son muy elevados, y en realidad sólo suben la factura normal un 30%", cuenta. "Además, parece que siempre se ha considerado el traje como prenda de gente pudiente, cuando históricamente ha sido utilizado como un uniforme más de trabajo", señala.

Y es que no es fácil convencer de las ventajas de un traje a medida, y menos con lo cambiante que es la sociedad en cuanto a gustos. Mateo conoce bien el panorama como para saber que son modas, pero modas que no llega a entender del todo."Lo que antes era antiestético, ahora es normal. Por ejemplo, el llevar pantalones de cintura baja y tiro ancho antes era impensable", especifíca. "Y en cuanto a combinar colores, antes nos enseñaban lo que conjuntaba y lo que no. Ahora se ponen una cosa encima de otra y siguen creyendo que van bien", explica riendo.

EL anticuario

El Trueque

Manolo Mosquera lleva 14 años vendiendo antigüedades en la plaza de San José. Los mismos que hace que lo dejó todo para dedicarse a esta profesión. "Durante 30 años fui pintor de coches. Pero cuando me surgió la oportunidad de comprar el establecimiento al antiguo dueño, que por entonces se jubilaba, fue cuando lo dejé", explica. "Nunca me arrepentí de la decisión". Y es que su pasión por los objetos antiguos nació cuando aún era muy pequeño. "Mi madre coleccionaba miniaturas y fue ella la que nos lo inculcó a mis hermanos y a mí", señala.

Sobre las antigüedades que vende reconoce que tiene "casi de todo". "Hay muchas cosas especiales, por ejemplo las radios capilla, que todavía sintonizan algunas emisoras extranjeras. Una de ellas, además, fue utilizada por los nazis para que los alemanes escucharan los discursos de Hitler", cuenta Mosquera, quien reconoce que "lo mejor de ser anticuario es descubrir las historias que llevan tras de sí los objetos".

Todo lo que se vende en el anticuario es historia. Cada objeto cuenta una pequeña parte de ella y muestra cómo ha evolucionado la sociedad. "Desde hace un tiempo nos han ido llegando, por ejemplo, los típicos candelabros que tenían las iglesias para encender las velas. Como ahora todo es eléctrico ya no hacen falta", señala. Y no es lo único, una máquina de escribir casi oxidada o un teléfono de los primeros años del siglo pasado dan buena cuenta de la evolución tecnológica. Pero si algo ha cambiado de verdad, según el anticuario, es la actitud de las personas respecto a los objetos antiguos. "Antes la gente se desprendía de las cosas más fácilmente. Ahora se han vuelto ambiciosos porque saben que vale dinero", asegura. "No es la primera vez que algún cliente ve una pieza y se lamenta al recordar que había tenido una igual hace años que no conservó, y por la que ahora podía haberse llevado un buen pico", afirma gracioso.

EL GUARNICIONER0

Casa Garatea

Antonio Fernández tiene 51 años, y lleva desde los 16 trabajando el cuero y haciendo aparejos para animales. Es un guarnicionero. "Antiguamente solía ser un oficio muy común porque se trabajaba mucho para la ganadería, ahora ha quedado casi relegado a la hípica", cuenta el dueño del establecimiento señalando, además, "que es un trabajo artesanal". Antonio trabaja junto a su mujer atendiendo la tienda, aunque es él quien crea los complementos. "Puedo hacerlos por encargo, para que, por ejemplo, lleven las iniciales del animal o del dueño; y también hacemos complementos neutros para cualquier persona", señala. "Aunque puedo decir que por ahora el encargo más raro fue el de un artista que necesitaba correas para sujetar las piezas de una exposición", rememora.

Ser guarnicionero conlleva esfuerzo físico, técnica y mucho trabajo, "por eso la profesión está cada vez más en riesgo", asegura. "Sólo coser una tira de cuero de 45 centímetros cuesta 20 minutos. Y aunque para trabajar tengo multitud de herramientas como la regleta para cortar tiras iguales; la uñeta, para rebajar las puntas; la lezna y el punzón para coser; la liseta para dejar liso el cuero; el matacantos para quitar los cantos vivos; el reglador para hacer la terminación; y el sacabocados para hacer agujeros, todas necesitan mucha dedicación", sostiene el guarnicionero, quien admite que fue de su padre de quien aprendió. "Son oficios que pasan de generación en generación. Al menos hasta ahora ha sido así, porque la tienda ya tiene 100 años", recuerda.

EL AFILADOR

Cuchillería Mañueta

Juan Carlos Caneda, de 47 años, regenta uno de los pocos establecimientos que, actualmente, se dedica en exclusiva a afilar utensilios. Conoce, porque los ha visto pasar, a los habituales afiladores de la calle. Aquellos que siempre solían pasearse con la bicicleta, emitiendo un sonido característico que avisaba de su presencia. Dice que ahora apenas quedan unos cuantos y que ya se mueven en moto o furgoneta. En su caso, es afilador de lugar fijo. Tiene un horario de apertura y se coge vacaciones como cualquier persona, aunque dice, ésa es una de las desventajas de ser afilador,"tengo menos días de vacaciones de lo normal", reconoce. No obstante, asegura que lo mejor de este oficio es ser su propio jefe.

Sobre la crisis, Caneda dice que lo ha notado porque "antes por estas fechas solía haber matanzas y venían más a afilar, también ocurría cuando esquilaban antes de Sanfermines. Ahora ya lo hacen todo mecánicamente", afirma. A pesar de ello, admite que siempre hay épocas donde el negocio va mejor, por ejemplo en Navidad."Suelen venir, además de restaurantes, gente que quiere afilar los cuchillos para las comidas familiares o para cortar el jamón, ese tipo de cosas", afirma sin perder la sonrisa. "El problema es que sigue habiendo gente que tiene miedo a que el cuchillo esté afilado. Y, de hecho, es menos peligroso cuando lo está que cuando no", advierte.

EL zapatero

Fuente del Hierro

Miguel Ángel Gómez, de origen peruano, llegó a España hace seis años. "Aprendí en mi país, desde los 14, a confeccionar artículos de todo tipo. Pero fue al llegar aquí cuando me especialicé en arreglos de zapatos", cuenta. Antiguamente, el oficio de zapatero remendón era puramente manual, ahora las cosas han cambiado y las máquinas son sus mejores amigos. "Hay que tenerles respeto para no hacer ninguna avería", explica Gómez, quien admite que, la profesión, si peligrara, no sería por el oficio sino por la falta de clientela."El problema no es aprender a hacerlo, es que la gente cada vez arregla menos. Los jóvenes prefieren cambiar de zapatos cuando no les sirven", asegura. "Además, antes no existía el regateo. Con la crisis las ofertas son el pan de cada día. Es la forma de ir tirando", sentencia.