pABLO Sanz se enfrentó ayer a su primer y único vuelo de resurrección después de dormir a pierna suelta. Llevaba bien aprendida la lección tras los ensayos de las últimas semanas y eso, sin duda, templó sus nervios hasta el final de la ceremonia de la Bajada del Ángel que ayer reunió a miles de personas en la plaza de Los Fueros. No le tembló la voz a la hora de arrancarle el luto a la Virgen, ni cuando en un empujón de maroma se vio casi sobre los hombros de la imagen. Rectificaron rápidamente los carpinteros que mueven las poleas y Pablo, que volvió a colocarse a la distancia justa, se recompuso para quitar las horquillas que sujetan el velo negro que cubre el rostro de la madre de Cristo. Apenas unos segundos antes de romper el impresionante silencio de la multitud al grito de "¡Alégrate María porque tu hijo ha resucitado!", el niño se había santiguado tres veces y había dejado un rastro blanco de aleluyas en el recorrido hasta su destino. Los aplausos bajo sus pies le ponían un diez como Ángel.

antes del vuelo

El ritual de la indumentaria

La mañana, como todas las de Domingo de Resurrección en Tudela, había comenzado en el domicilio de Miguel Ángel Vallejo y Ana Mari Arregui donde tiene lugar el ritual de vestir al niño alado en un ambiente de juegos infantiles en el que los ángeles de otros años se dan cita para desayunar. Ángel Sanz y Conchi Reinaldo, los progenitores de Pablo, confesaban que la noche no había sido tan plácida como la de su hijo. "No hemos pegado ojo", admitían mientras Goyo Terrén y Patxi Cambra ajustaban las correas del corsé del crío. "¿Te tira? ¿Te molesta?", preguntaban al pequeño mientras lo suspendía en el aire en un simulacro del vuelo real. Ningún problema y, como todos los años, bromas para Vallejo que, pese a guardar el tipo, continúa haciéndose una pelota de nervios que esquiva bromeando y disimula a duras penas. "No llegan los aleluyas, Miguel Ángel, mira qué hora es y no llegan?", le comentaban entre risas. Cuando a las ocho y media en punto apareció el encargado del estandarte y los papelitos celestiales, él se tomó la revancha: "Ya están aquí, siempre llegan, ¿Por qué no iban a llegar esta vez?". Una vez colocado el atuendo, bien encajada la corona y banderín en mano, la comitiva partió hacia la Casa del Reloj. Las obras en la calle Gaztambide-Carrera obligaron a cambiar el recorrido habitual que, en esta ocasión, supuso un rodeo por Pablo Sarasate, Eza y plaza de la Constitución.

nervios previos

A contrareloj para la procesión

Y llegó la anécdota. Apenas faltaban unos minutos para que la Virgen hiciera su aparición en la plaza cuando a Pablo se le mudó el gesto. "Papá, me estoy haciendo pis". El Ángel 2010 demostraba que era terrenal, pero la ceremonia estaba demasiado avanzada como para solucionar el tema. Y Pablo aguantó como un campeón porque no había tiempo material para desvestirlo por completo para que pudiera ir al baño. Hubo que entretenerlo, pero él solo, sin más ayuda que la de su propia responsabilidad, mantuvo la calma y la serenidad que requería el momento. Por si las moscas, Javier Cordón, ayudado por su hijo, anticipó unos segundos el momento de colgarlo dentro del templete que simula las puertas del cielo.

Luego, éstas se abrieron con un golpe seco y Pablo inició su vuelo, braceando hacia la Virgen, mientras los carpinteros dirigían la travesía moviendo el pesado engranaje que hace posible que el crío se deslice por la maroma. Entre los miles de ojos que lo observaban desde abajo, estaban los de su madre y su hermano Sergio. Su padre, sin respiración, esperó su regreso en la Casa del Reloj y se escucharon los gritos que cada año alertan al niño antes de volver a entrar en el templete: "Los pies, los pies, levanta los pies". Pablo volvió al punto de partida con el mismo temple con el que había iniciado su misión. Y sólo cuando nadie podía exigirle más perfección volvió a pedir que, por favor, lo llevaran al baño. Por eso, tardó un rato en aparecer en la plaza para encabezar la procesión hasta la catedral, acompañado por los alabarderos.