Pacificador a sangre y fuego
ELIZONDO. Ahora poco se han cumpledo tres siglos, 300 años del nacimiento el 7 de mayo de 1711, en Jauregia de Oharriz, de Agustín de Jauregui y Aldecoa, que llegaría a ser una de las personalidades baztandarras más relevantes de la conquista de América, presidente, gobernador y capitán general de Chile y Virrey del Perú, y pacificador "a sangre y fuego" de la población indígena.
Las cosas eran así entonces, léase a fray Bartolomé de las Casas, y mucho ha llovido, y no se trata ahora de entablarle jucio sumarísimo por sus acciones sino, más bien, de traer algunas curiosidades que le ocurrieron en vida y tras su muerte, incluso. Agustín de Jauregui y Aldecoa era hijo de Matías de Jáuregui y de Juana María de Aldecoa y Datue, de Lekaroz cercano palacio, ya en Elizondo, de Datue, orientado desde joven a la carrera militar en la que destacó en el norte de Africa.
Marcha a América por la invasión inglesa del Caribe y vive en La Habana, donde casa con María Luisa de Aróstegui, quién sabe, habrá que mirarlo, quizás también oriunda de Lekaroz, de Arostegia. Ya casado, vuelve a España y como coronel del Regimiento de Dragones participa en la rendición de Almeida (Portugal) por lo que es ascendido a mariscal de campo. En 1772, a 25 de junio, el rey Carlos III lo nombró presidente, gobernador y capitán general del Reino de Chile, adonde se traslada en marzo de 1773 y donde estará hasta 1780, cuando es nombrado Virrey del Perú.
En Chile, los historiadores le atribuyen brillantes éxitos en la reorganización del ejército y el pueblo (elaboró el primer censo de población), sonadas victorias en la pacificación de los indios ("a sangre y fuego") y en varias expediciones a los Césares e islas de San Carlos y Otageti, entre otras actividades que resolvió con singular acierto. Su acendrada concepción castrense de la vida, una profunda religiosidad y una reconocida capacidad de mando y de habilidad para deshacerse de sus rivales, le hacen ("...virrey excelso, tu presencia amada al corazón lo llena de alegría, esparsiendo (sic) fulgores tu llegada, que superan al Sol en este día", en el Elogio del excelentísimo señor Don Agustín de Jauregui y Aldecoa, 1781) a su ingreso como vicepatrón de la Real Universidad de San Marcos, historicamente uno de los más reconocidos políticos anteriores a la independencia chilena.
Mientras ejerció como virrey del Perú (1780-1784) destaca la rebelión del indígena Tupac Amaru, al que apresó, condenó y ordenó descuartizar (junto a su esposa) en un momento político trascendental. Murió de forma repentina (dicen que envenenado) el 29 de abril de 1784, en Lima, donde está enterrado en el convento de Santo Domíngo. Curiosamente, a pesar de que dicen que la muerte acaba con los delitos y las penas corporales y económicas causadas pecuniarias (muy conveniente para los grandes mandatarios), Jauregui y Aldecoa fue sometido a un juicio de residencia, en el que se pide a sus posibles damnificados que formulen acusaciones y reclamos contra él, lo que nadie hizo y tras lo que su viuda pudo, no sin dificultad burocrática, cobrar su herencia militar y oficial.