Se negaban a vestir de frac, fueron denunciados por llamar cabrón al gobernador civil y, hace más de 30 años, desecharon la idea de construir un parking en la plaza del Castillo por proteger el patrimonio histórico de la ciudad. En las postrimerías del franquismo, las últimas corporaciones predemocráticas pusieron una luz de esperanza en aquel panorama gris y autoritario gracias al empeño de los llamados concejales sociales. Sus obsesiones fueron abrir las puertas del Ayuntamiento a los vecinos y solucionar los acuciantes problemas de los ciudadanos, sobre todo en algunos barrios. Ahora, Aitor Pescador y Jesús Barcos rescatan un hecho insólito en el resto de capitales de provincia con el libro El Ayuntamiento de Pamplona durante la Transición (1974-1979).

el caldo de cultivo

Una ciudad tradicionalista, o quizá no tanto

A priori, el franquismo tenía a Navarra como un territorio en el que se podía confiar. El régimen mantuvo inalterada hasta sus últimos años la imagen de la Navarra tradicionalista y, por eso, tuvo cierta manga ancha con una conflictividad laboral que en otras provincias habría sido aplacada por la vía rápida. De esta manera, se fue creando un caldo de cultivo en el que los llamados concejales sociales supieron desenvolverse.

"La dictadura franquista entendía que Iruñea era una ciudad tradicionalista donde poco o nada se movía, pero estaba muy equivocada. Desde los años 50, los movimientos sociales de base, con el apoyo de organizaciones católicas como la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica), habían convertido a Navarra en uno de los territorios más reivindicativos en cuanto a cuestiones sociales y laborales. En 1973 se hizo un informe que decía que la conflictividad laboral en Navarra era cuatro veces superior a la del resto del Estado, algo alucinante para la gente de hoy. Había mucho poso de gente de izquierdas y también abertzale. El que aquello se perdiese debe hacernos reflexionar, porque muy posiblemente hubo más errores de su parte que aciertos de los contrarios para que dicha fuerza decayese", señala Aitor Pescador.

el tercio familiar

Los problemas sociales entran en el Ayuntamiento

Los concejales sociales utilizaron el único resorte que les dejaba el régimen para llegar al Ayuntamiento: el Tercio Familiar. La dictadura franquista, bautizada con el eufemismo de democracia orgánica, establecía, por medio de la Ley de Bases de Régimen Local (1945), que los ayuntamientos debían ser designados por terceras partes en base al Tercio Sindical, el Tercio de Entidades y el Tercio Familiar. Este último era el único de elección directa para aquellos que tenían la posibilidad de votar (los varones cabezas de familia). En medio de un clima de creciente conflictividad social, no tardaron en infiltrarse en el régimen concejales procedentes de los movimientos católicos obreros.

En 1963 se había producido un primer intento frustrado (con Echániz, Eguíluz y Lebrón) y en 1966 Miguel Ángel Muez y José Antonio López Cristóbal se hacían hueco en el Ayuntamiento -el tradicionalista Zufía también llegó a simpatizar con éstos-. "Muez y López Cristóbal convivían a diario con los problemas de los barrios ya que residían en ellos, conocían los suburbios y se interesaban por los problemas de la gente", escriben Pescador y Barcos. Con ellos, los problemas sociales entraban en el Ayuntamiento. El alcalde entre 1967 y 1969, Ángel Goicoechea, se mostró receptivo incluso a las inquietudes de estos concejales, y la política municipal comenzó a cambiar. Sin embargo, no era más que el principio.

Para 1970, según los informes del gobernador civil, 9 de los 18 concejales de la capital navarra pertenecían ya al grupo a vigilar (Miguel Ángel Muez, José Antonio López Cristóbal, Mariano Zufía, Auxilio Goñi, Miguel Echániz, Jesús María Velasco, Tomás Caballero, Joaquín Sáez y Francisco Eguíluz), y éstos comenzaban a entrar también por el Tercio Sindical. "Navarra y Pamplona son dos cosas totalmente distintas. Navarra es políticamente tranquila, Pamplona es hoy un foco en ebullición política", decía un informe político de septiembre de 1970.

erice llega a la alcaldía

El primer alcalde no nombrado a dedo por el gobernador civil

Las puertas del Ayuntamiento se habían comenzado a abrir con el alcalde Goicoechea y los concejales sociales como acicate. Tras el paso efímero de varios alcaldes con posturas claramente conciliadoras, el poder central buscó una especie de contrarreforma. El objetivo era cortar las alas a los sociales. Y para ello destituyó al alcalde José Javier Viñes por la bienvenida que brindó a cinco concejales sancionados por no asistir a las exequias por la muerte de Carrero Blanco. El sustituto fue, a comienzos de 1974, José Arregui, que colisionó una y otra vez con los sociales. Sin embargo, estos concejales preparaban ya su particular vendetta. Fruto de un minucioso trabajo de cocina, en enero de 1976 Javier Erice se convertía en alcalde, el primero elegido por sus propios compañeros y no por el gobernador civil a dedo.

Ocho meses después de su nombramiento, Erice fue destituido tras chocar con los pesos pesados del régimen con un asunto urbanístico como telón de fondo. Pero su mandato dejó una huella imborrable. "Si hubiese que resaltar un momento de esta época, además de los Sanfermines de 1978, me quedo sin dudarlo con el día en que Javier Erice asumió la alcaldía. Aquellos días la gente de Iruñea tuvo que alucinar, algunos de alegría y otros por un enorme cabreo. Creo que para todos los integrantes del Ayuntamiento fue un momento muy especial, se empezaba una nueva etapa y no sabían cómo iba a terminar, pero todos tenían muy claro que la libertad entraba por la puerta grande en el Consistorio", señala Aitor Pescador.

No en vano, fue Erice quien gritó "¡viva la libertad!" ante una abarrotada plaza del Ayuntamiento, quien se negó a vestir de frac o presidir las corridas de los Sanfermines y quien, sobre todo, se empeñó en acercarse a los ciudadanos y dar un aire democrático al Ayuntamiento. "Para mí, tener un alcalde nuestro, era más que la muerte de Franco", señalaba Jesús María Velasco.

la cuestión identitaria

La ikurriña en el Ayuntamiento

También fue Erice el encargado de izar la ikurriña en el Ayuntamiento de Pamplona. Fue tras el pleno del 25 de enero de 1977 y ya sin ser alcalde. Tomás Caballero, su sustituto -y con quien en el futuro no faltarían las discrepancias- delegó en él para hacer en cierta medida un guiño a un alcalde "injustamente degradado", según señalan Pescador y Barcos. Esta decisión, jaleada por muchísimos ciudadanos, fue sin embargo precedida por una enorme polémica. Los concejales más afectos al régimen se opusieron de plano a la medida y renunciaron a su cargo tras la colocación.

Entre los ediles que firmaron el acuerdo que llevó a Erice a la balconada del Ayuntamiento, tampoco faltaban las discrepancias. "Muez, por ejemplo, quería que se mantuviese la bandera de manera ininterrumpida, mientras que Caballero quería hacer más que nada un acto simbólico. ¿Y por qué era simbólico izar la ikurriña en el Ayuntamiento? Porque era un símbolo de libertad reconocido y aceptado y era también un icono de la resistencia contra el franquismo", señala Pescador.

Esta polémica no era más que un reflejo de la diversidad de sensibilidades que existía, también entre los concejales sociales, en lo que a la recurrente cuestión identitaria se refiere. Así, en el libro se refleja como Tomás Caballero hablaba de la pertenencia de Navarra "al conjunto vasco", aunque fijando como "ideal personal" el retorno a "la situación anterior a 1941" o como Erice defendía "la unión con Euskadi" con el fin de tener "más fuerza para pactar con el poder central" siempre y cuando no se perdiese "un ápice de independencia" para Navarra.

Pese a las notables discrepancias que existían entre ellos en no pocos asuntos, estos concejales sociales supieron aparcar sus diferencias para trabajar en pro de los ciudadanos. "No trabajaron para ningún partido y flaco favor les estaríamos haciendo si los recordásemos por ser de UNAI, HB o UPN años después. Aunque suene a ingenuo romanticismo prefiero recordarlos como personas que se preocuparon por sacar adelante a la ciudad y a sus vecinos, dejando de lado en muchas ocasiones sus preferencias políticas", subraya Pescador.

el urbanismo y la participación

Las joyas de la corona

La ciudad que heredaban estas últimas corporaciones predemocráticas era fruto del enorme crecimiento demográfico y urbanístico acaecido entre 1950 y 1970. Pamplona había pasado de 70.000 a 150.000 habitantes en 20 años. Y algunos barrios de la ciudad eran fiel reflejo de este boom. "Paseábamos por La Milagrosa o la Chantrea y pensábamos: ¡Cómo se ha podido permitir esto!", apuntaba Velasco en la presentación del libro. De ahí que, tras infiltrarse en el Ayuntamiento, estos concejales pusiesen la lupa en el urbanismo. Y ahí quedó la negativa a construir un parking en la plaza del Castillo -según Erice "un ejemplo de cómo no hay que hacer las cosas"-, la creación en 1976 de la Inmobiliaria Municipal, la de Mercairuña en el mismo año o la aprobación del Plan Sur.

También queda de aquella época la añorada imagen de una Policía Municipal cercana a la población. Pescador y Barcos recuerdan en su libro como tras los sucesos de julio de 1978 el cuerpo se convirtió en "un referente para los pamploneses" por la "ejemplar" ayuda prestada a los ciudadanos. "La Policía Municipal debe ser del pueblo, por el pueblo y para el pueblo", señalaba su jefe, Ignacio Moreno. De ahí que en las fiestas de San Fermín Txikito de 1978 se escuchase el cántico de "como la Municipal no hay ninguna". La misma imagen de proximidad debió dejar un Ayuntamiento del que se decía que había "abierto sus ventanas". Lástima que, como prologa Emilio Majuelo, "la gris política municipal" acabase por imponerse y las ventanas fuesen cerrándose. "En ocasiones se ve hoy al político como una casta especial. Antes, en cambio, se veía a estos ediles como gente cercana a la que se podía recurrir. Realmente los Erice, Muez, López Cristóbal, Goñi, Caballero o Velasco eran de otra pasta", concluye Pescador.