La mejora de la sanidad fue una de las asignaturas pendientes de las penúltimas Cortes estamentales de Navarra. A principios del siglo XIX había avanzado muy poco, tanto en el terreno de la prevención mediante los hábitos higiénicos como en la medicina curativa.

Durante el periodo de celebración del congreso, que sucedió entre enero de 1817 y agosto de 1818, se dio un problema sanitario en el Reino que causó cierta alarma entre la sociedad. Sucedía en el pueblo de Igúzquiza, perteneciente a la merindad de Estella y cercano a esta localidad. Se expone este ejemplo, porque muestra de primera mano las condiciones en las que se encontraba la salud pública en la época.

El caso se comenzó a debatir en el Regimiento (Ayuntamiento) de Estella, en marzo de 1818, al tenerse conocimiento de que en el término descrito se estaba extendiendo una enfermedad epidémica muy perniciosa. Por ese motivo, se convocó al pleno municipal a los médicos, así como al cirujano del lugar afectado por el contagio. La intención de los presentes era formar un plan preventivo que atajase en lo posible la propagación del mal, que se calificó como "calentura pútrida maligna con carácter contagioso".

El plan de los doctores contemplaba la conveniencia de establecer dos habitaciones separadas con buena ventilación. Una estaría destinada a los enfermos que se hallaban en la fase más aguda de la enfermedad, la otra para los convalecientes. Al cargo de ambas estaría una enfermera o más si las circunstancias lo requiriesen.

Las camas habrían de estar limpias, con la ropa blanca necesaria para atender a los enfermos y con las mudas que hiciesen falta. Los facultativos serían quienes considerasen la necesidad de cambiar las sábanas y de rigor se consideró que no careciesen los contagiados de alimentos y medicinas.

Era necesario que se evitase el contacto con otras gentes del pueblo, incluso parientes. Una persona, hombre o mujer, sería la encargada de proveer de lo necesario a los enfermos, a poder ser sin que tuviese después relación con otros individuos.

Algunas casas deberían ser evacuadas y enjabonadas, permaneciendo de forma necesaria con ventilación durante un periodo de tiempo. Tras el abandono forzoso de los hogares, serían remozados y pintados de blanco los cuartos.

Si se diese la circunstancia negativa de que el mal arreciase, los vecinos acatarían la prohibición de sacar fuera del pueblo géneros comestibles de cualquier naturaleza.

Por último, durante todo el año quedaba excluida la posibilidad de enterrar a nadie en la iglesia, siendo necesario que se diese sepultura a los cadáveres en el camposanto. Las fosas habrían de tener un mínimo de seis pies de profundidad.

Estas fueron las medidas consideradas necesarias por la comisión médica, que dan idea de la precariedad sanitaria en las primeras décadas del siglo XIX. El plan se comunicó a los encargados de la Justicia de Igúzquiza, para que lo llevasen a efecto, y sería asimismo trasladado al regente del Consejo Real del Reino.

Pocos días después, en una nueva sesión del Ayuntamiento de Estella, se anunciaron las noticias que comunicaba el "protomédico" real. Este se personaría junto a su escribiente en el término afectado, con el fin de evaluar la magnitud y circunstancias concretas del mal.

El alcalde de la ciudad del Ega le acompañó a Igúzquiza, junto a un médico y al cirujano que estaba asistiendo a los pacientes en el lugar afectado. Debían evaluar las condiciones y gravedad del caso, así como levantar el atestado pertinente. De apoyo, se nombró a otro galeno conocedor del mal y residente en una población cercana.

El protomédico visitó a todos los enfermos y a los convalecientes. El diagnóstico no fue muy grave "a excepción de algún ligero entorpecimiento del sensorio (sentido), en el mayor vigor o estado mas adelantado de ella [la enfermedad]". A pesar de haber fallecido cuatro personas al comienzo, las muertes se habrían debido a la falta de condiciones higiénicas de las familias afectadas.

Carecían de un medio de vida digno y, en consecuencia, no practicaban el mínimo aseo personal. El sanitario determinó que habían comido carnes intoxicadas o putrefactas, permaneciendo juntos y enfermos en una habitación muy estrecha, sin ventilación ni aseos.

Los otros especialistas opinaron parecido. La concurrencia de muchos mendigos casi desnudos había sido letal. Sólo estaban vestidos con andrajos miserables impregnados de sus propios excrementos, y expuestos a la intemperie y humedad que activaban la fermentación.

Se habían alojado en dos estancias reducidas, que un vecino del pueblo les proporcionaba por caridad para pernoctar, colocadas una sobre la otra y de una altura de nada más que de seis pies. Como resultado, habían contagiado los "miasmas mefíticos" a los demás que iban allí a refugiarse.

Acto seguido los mendigos, al ir en busca de socorro por las casas, habrían propagado el mal por el pueblo. La epidemia había quedado controlada con la aplicación de algunas medidas básicas y unos simples vomitorios. Era necesario, no obstante, que las disposiciones acordadas se aplicasen con todo rigor con el fin de evitar un posible rebrote. Por ello, la vigilancia del protomédico debía ser estricta.

Los doctores visitarían a los enfermos, dos veces por semana, y llevarían la anotación al detalle de las observaciones efectuadas. Sus salarios habrían de ser satisfechos entre todos los municipios del valle, del mismo modo que los gastos ocasionados por las gestiones del protomédico y del escribano acompañante, con dietas incluidas.

El alcalde de Estella tendría que informar del cumplimiento de los acuerdos, por parte de las autoridades y vecinos de Igúzquiza. En caso de no realizarse así, se contempló el establecimiento de disposiciones más rigurosas.

Las noticias que se dieron con el fin de no crear alarma social, así como las medidas adoptadas para atajar el brote, no lograron acallar del todo los rumores sobre la propagación de la enfermedad. Incluso, se había difundido que en Pamplona se daban casos de peste. Las autoridades se dirigieron entonces al protomédico, quien debía informar sobre la veracidad de estas noticias oficiosas.

Días después comparecía en las Cortes estamentales, calmando la psicosis reinante sobre la epidemia. Dio a conocer que los accesos febriles experimentados por los pacientes, en otros puntos del Reino, eran debidos a las dolencias habituales, según le costaba de los partes facultativos.

Al poco, volvía a participar a las autoridades forales del seguimiento efectuado por los sanitarios, así como de la circunstancia favorable de la no propagación de la calentura por otros términos. Añadió tener previsto personarse en Igúzquiza, para comprobar la evolución de la dolencia. Estas informaciones estaban encaminadas sobre todo a apaciguar los ánimos de la población.

Al poco, el médico real comunicaba que el brote estaba remitiendo y que desaparecería totalmente con la quema de los harapos de los contagiados. Creyó conveniente dar hospitalidad a los mendigos, proveyéndoles de camisas y de ropa limpia. Asimismo, aconsejaba impedir que se alojasen tantos juntos y estimaba que se debía aislarlos o recluirlos.

Añadió que por causa de la falta de higiene y hacinamiento solía originarse el conocido como mal del tifus, causante de muchos estragos. Esta enfermedad consistía en unas "fiebres pútrido-nerviosas" habituales en las cárceles, hospitales y entre el Ejército.

Relacionó este mal con la peste experimentada en España, en 1804, que había propiciado el estudio de la sintomatología en la villa guipuzcoana de Hernani y otras localidades colindantes. La difusión de la epidemia había sido especialmente intensa en los lugares de tránsito de los emigrantes castellanos, obligados a expatriarse por el hambre y la penuria que asolaban entonces Castilla.

El protomédico había elaborado, por aquellas fechas, un informe sobre cómo combatir la enfermedad e informó después detalladamente a los asamblearios y demás autoridades del Reino de todo ello.

Por lo tanto, los representantes forales tuvieron conocimiento de que las fiebres de Igúzquiza no eran de las más peligrosas. Además, estuvieron pendientes de las gestiones realizadas para atajar otros brotes que se estaban padeciendo en diversos lugares de la geografía navarra.

El caso expuesto muestra las condiciones higiénicas de la época entre algunos sectores de la población, sobre todo del tercer estamento o pueblo llano. Da idea de los muchos avances que se necesitaban en la sanidad, aunque informa de otros a pesar de que fuesen parcos.

Las Cortes de 1817-1818 apenas se ocuparon de la salud pública. Al respecto, cabe recordar las ordenanzas comerciales sobre higiene en el despacho de artículos comestibles o algunas de las medidas dirigidas hacia los más desfavorecidos.

Durante la celebración del congreso hubo asuntos más urgentes que solucionar y el aspecto sanitario no era una de las prioridades. Aun y todo, la necesidad de mejora era perentoria, como se ha podido comprobar.

Entre los escritos que se recibían en la "ratonera" -especie de buzón donde cualquier ciudadano podía introducir sus críticas o sugerencias-, se solían incluir peticiones insólitas para aquel tiempo. Una de ellas fue la solicitud de la vacunación preventiva contra algunas enfermedades peligrosas, lo que informa de la existencia de individuos conscientes del problema.

FUENTE: Archivo General de Navarra. Reino, sección de sanidad, lg. 1, c. 39.

* Doctor en Historia