Alsasua, desde la sacristía
José MIguel Mazkiaran, de 91 años, lleva más de medio siglo ejerciendo como sacristán en la villa
TAL vez muchos alsasuarras no sepan quién es José Miguel Mazkiaran pero casi todos le conocerán como José el sacristán. Y es que José lleva más de cinco décadas como sacristán en Alsasua. Pese a que pronto cumplirá 91 años, piensa en continuar "mientras me defienda", según apunta. Desde la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción ha sido testigo de profundos cambios en la villa. "Alsasua ha sido un pueblo de mucho movimiento de gente", observa.
Los cambios también han sido en lo religioso, perdiendo la iglesia presencia en la vida social y vaciándose los templos. "Ha ido bajando mucho. Te da pena. Han cambiado las costumbres de las casas. La gente no va por dejadez, ya que se ve mucha gente en los funerales", observa. Al respecto, destaca que la parroquia lleva medio año sin celebrar bautizos. "Ahora se bautiza cada tres meses pero antes era cada mes, con una media de 14-16 niños", apunta José, quién se confiesa "religioso pero no de misa diaria".
Persona amable y discreta, José se ha ganado el cariño y el respeto de los vecinos, creyentes o no. No en vano, durante medio siglo diferentes curas bautizaron, dieron la comunión o casaron a muchos alsasuarras. También dieron el último adiós a otros muchos, tareas en las que siempre estaban asistidos por José. Cuando comenzó, el párroco era Jesús Lezaún. Le sucedió Antonio Espinal y a éste, Rafael Ayarra.
Oficialmente, José asumió la labor de sacristán en 1962, sucediéndo a Miguel Aizkorbe. No obstante hubo unos meses que se turnaron diferentes personas. Pero su relación con la parroquia de Alsasua había comenzado muchos ante. Al igual que muchos niños de la época, se inició con 9-10 años como monaguillo. A los 15 años comenzó a trabajar en FASA, la desaparecida fundición de Alsasua, hasta su cierre en 1983. "Empecé el 15 de agosto en 1937. Lo normal era comenzar con 14 años pero por la guerra se alargó un año la escuela", recuerda José. Después se casó con Mª Luisa Barriocanal, con quien tuvo dos hijos.
Así, durante más de dos décadas, compatibilizó su duro trabajo en la fundición, donde trabajaba como moldeador y fundidor, con las tareas de sacristán. "Se iba a las ocho de la mañana y tenías que hacer la tarea que tenías designada, por ejemplo 12 cazuelas. Hacías el molde y volvías a la tarde para fundir. Se trabajaba a destajo, solo contaban las piezas buenas", apunta. Mientras, sus principales funciones en la iglesia eran tocar las campanas para las misas, preparar los ornamentos, ayudar en los funerales y cantar.
Gran aficionado a la música, hasta el pasado año era miembro de la coral Erkudengo Ama y del coro parroquial. Asimismo, de joven tocaba el clarinete en la banda y también el saxo tenor. En la actualidad, sigue cantando en los funerales y en la misa de las 13.00 horas de los días festivos. También se encarga de contar las monedas, de doblar los boletines parroquiales y de las cofradías de San José y Virgen del Rosario.
En sus tiempos de monaguillo coincidió con Marino Ayerra, autor del libro No me avergoncé del Evangelio. Don Marino, como todavía le recuerdan muchos en Alsasua, llegó a la villa el 17 de julio de 1936, la víspera del alzamiento. Permaneció hasta 1939 y continuó como sacerdote en Uruguay aunque un año más tarde solicitó la secularización y se trasladó a Argentina. Allí escribió este libro en el que cuenta la represión en Navarra durante la Guerra Civil. "Tuve mucho trato con él. Como no conocía a la gente del pueblo, solía acompañarle a cobrar el culto y clero. Le gustaba mucho el monte y solía ir con él después de las vísperas" rememora.
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