El Bocal - “Cuando paso por los bancos de la zona de La Playa me viene a la cabeza mi infancia y me acuerdo de todos los que han vivido aquí y se han ido yendo. Me da mucha cosa”. Así vive Charo Aranaz, de 44 años, su vuelta a El Bocal que le vio nacer, un poblado que nació para los trabajadores del Canal Imperial a finales del siglo XVIII y que llegó a contar, en su máximo esplendor, con cerca de 100 habitantes. Fiel reflejo de la expansión cultural del Barroco de aquellos años, para las apenas 30 viviendas se construyeron una escuela, un teatro, una capilla y una posada que tenía como objetivo acoger a los posibles viajeros que pudieran llegar en barco ya que uno de los objetivos del origen del Canal Imperial era hacer navegable el Ebro hasta Zaragoza. El Bocal es un pequeño paraíso casi olvidado que tiene un microclima y que, tras la restauración de la CHE y la apertura de nuevos negocios y establecimientos como El Rincón del Ebro, está volviendo poco a poco a la vida.
Goyo Jiménez recuerda, a sus 57 años, cómo la escuela llegó a tener hasta 28 ó 30 alumnos, todos de distintas edades bajo la batuta de Trinidad San Juan, coincidiendo juntos los que tenían 6 años o los que tenían 14. “La profesora enseñó a un montón de generaciones. Nos llevaba de excursión a coger espárragos, ¡pero para ella! A los peores estudiantes les subía la nota si cogían espárragos. Era como una madre para nosotros”, añade Charo. Ella y su hermana menor fueron casi las últimas alumnas de la escuela de El Bocal.
Pero los tiempos fueron cambiando, las comunicaciones mejorando y la construcción en Tudela de nuevos colegios públicos como el del Barrio de Lourdes o San Julián llevó a las familias a matricularlos fuera y con la salida de los niños de El Bocal comenzó su despoblación. “Pagábamos dos duros más que los de Ribaforada a Arasa para que parara aquí y nos cogiera. Nos hicieron una cabaña junto al cementerio para que pudiéramos esperar”, recuerda Goyo.
El traslado de muchas familias a la vecina Fontellas hacia 1994 significó el despoblamiento definitivo. Hoy solo viven dos familias de operarios que trabajan para la Confederación Hidrográfica del Ebro, propietaria desde 1985 de todo el entorno
Charo Aranaz nació, se bautizó, comulgó y se casó en El Bocal. “Era la única chica de mi edad. En verano era muy divertido, nos bañábamos en la presa de Carlos V, había fiestas con vaquillas, orquesta y venía mucha gente de Tudela, pero el invierno era muy duro y en la adolescencia con todas las amigas en Tudela lo pasaba mal. La primera Nochevieja que iba a salir, con 16 años, empezó a nevar y se cortó el paso. Me pasé la nochevieja llorando”.
Como en tantos pueblos pequeños, la complicación de El Bocal eran las compras, aunque muchos tenían sus propios huertos. El butanero, el gaseosero, el panadero de Tudela, el carnicero de Fontellas o el ultramarinos de Fustiñana eran sus tenderos habituales que una o varias veces en semana se acercaban al poblado. Goyo, que vivió con tres familias en la Casa de Compuertas, rememora cómo “la empresa ponía una furgoneta tres días en semana con 6 ó 7 plazas para que las mujeres fueran a hacer la compra”.
Las 100 personas que convivían en este enclave paradisíaco eran como una gran familia, dormían con las puertas abiertas y comían en muchas ocasiones juntos en la calle. Las casas, no demasiado grandes, eran de techos muy altos, lo que hacía que en invierno “nos saliera humo de la boca estando en casa y muchos estaban incluso con bufanda”. Al mismo tiempo, la anchura de los muros y la abudante vegetación lo convertían en un paraíso en verano, muy alejado de la “chicharrina de Tudela”.
Tal unión existía que en los años 60 había una sola televisión en blanco y negro, que pertenecía a la empresa, para todos los vecinos y se juntaban a verla en el Teatro. “Había un responsable de encenderla y otro de apagarla. Nos sentábamos en bancos corridos y teníamos una estufa de leña para calentarnos”, recuerda Serapio Lázaro, uno de los pocos residentes actuales y trabajador de la CHE. “Era una Askar que nadie más podía tocar. Si le entraba sueño al encargado de apagarla, todos a la cama”.
cara y cruz Quienes vivieron y pasaron su infancia en El Bocal son los más conscientes de la riqueza que encierra este enclave cuya construcción comenzó con Carlos V a mediados del siglo XVI y concluyó con Pignatelli a finales del siglo XVIII. Su existencia fue una de las razones para que Napoleón decidiera atacar Tudela en 1808, ya que conquistada la capital ribera tenía acceso a Zaragoza. También Franco, durante la Guerra Civil, visitó el poblado en varias ocasiones y se construyó un bunker bajo el palacio de Carlos V, cuyo techo estaba reforzado con raíles de la vía del tren y se comunicaba con las cocinas.
Pero un inicial abandono de la CHE, al final de la década de los 90, y el vandalismo de finales de esa década y principio de la de 2000 estuvo a punto de dar al traste con tanta historia. “Hubo unos años muy malos. Rompían los cristales a pedradas, nos echaban petardos por las ventanas de las casas, deshicieron la depuradora con barras de hierro. Mis padres cogieron miedo y fue una de las razones por las que se fueron”, indica Goyo Jiménez.
Uno de los enclaves más bonitos de la Ribera se convirtió en un nido para el tráfico de drogas y las redadas de la Policía Foral se convirtieron en algo habitual hasta que la CHE decidió cerrarlo a la circulación y convertirlo en peatonal. “Ha sido un acierto”, asegura Charo. “La gente tiene que volver. Muchos riberos no lo conocen y es una pena”. El Gobierno de Navarra tampoco ha hecho mucho por darlo a conocer y las promesas que hizo Yolanda Barcina cuando era consejera de Medio Ambiente se han ido por el agua del canal. Otra vez es el momento de El Bocal.