falces - Siete décadas han pasado desde que José María Ochoa, falcesino de 82 años, pisara el campo por primera vez de la mano de su abuelo. Desde entonces, toda una vida, este vecino no ha dejado ni un solo año de producir ajos, el producto estrella de la localidad ribera. A pesar de que reconoce que es un trabajo “muy duro y sacrificado”, también asegura que “es un oficio que me encanta”.
Con la ilusión y la inocencia de un niño, Ochoa acudía año tras año con su abuelo a sembrar los ajos al campo. A veces, afirma, “iba un poco obligado, pero lo cierto es que enseguida me aficioné”. “Me daban una azada pequeña e iba tapando con tierra los ajos que acababan de sembrar a mano”, recalca.
Después, este vecino siguió trabajando el campo con su padre, con el que normalmente sembraba unas cinco hectáreas de ajos, y así, con este trabajo ha seguido hasta la actualidad. A pesar de que ahora produce muchos menos y lo hace más bien como un entretenimiento, lo cierto es que Ochoa no se imagina su vida sin ir al campo, y es que reconoce que “el ajo es el mejor fruto del campo y es una gozada producirlos”. “Este es un oficio muy bonito, pero muy duro porque tienes que estar siempre pendiente, por lo que es imprescindible tener pasión”, apunta.
De momento, y a pesar de que su hijo le ayuda de vez en cuando en las labores del campo, parece que su afición no saltará otra generación. La mujer de Ochoa, Margarita Rodríguez, afirma que su marido todos los años le dice que va a dejar de poner ajos, pero que nunca lo cumple. En este sentido, señala que este oficio “le mantiene activo y entretenido”.
Largo proceso Desde que se siembran los ajos hasta que están listos para venderse tienen que pasar, al menos, siete meses. Se trata de un proceso largo y minucioso en el que, para lograr la máxima calidad, cada detalle cuenta.
Tras la siembra, que se hace en el mes de enero, los productores tienen que regar periódicamente el campo. Cuando ya han pasado tres o cuatro meses, tal y como explica José María Ochoa, hay que castrar los ajos uno por uno.
Después, continúa Ochoa, “hay que tratarlos y conservarlos al mismo tiempo que hay que estar muy pendiente de que no les entre ninguna enfermedad”. “En el mes de julio se arrancan. Se dejan tres días en la tierra para que se sequen y se recogen con la frescura de la mañana para que se conserven en un buen estado. De ahí se seleccionan y dividen según su tamaño: gordo, mediano, pequeño y cascabel”, añade. Por último, y teniendo cuidado de que no estén muy secos porque si no se rompen, se trenzan para formar las horcas y ya están listos para consumir y vender.
De hecho, una de las características del ajo de Falces es que en las ristras, en lugar de poner 50 cabezas como en el resto de municipios, se colocan 60. Los productores reconocen que existe una diferencia de calidad y de sabor con respecto a los ajos que se siembran en otros lugares y que, probablemente, estará relacionado con la calidad de la tierra.
Por otro lado, informaban de que el clima también es muy importante ya que puede decidir el devenir de toda la producción. En este sentido, comentaban los expertos productores que la lluvia, en su justa medida, “no les viene mal”, y que “el cierzo es propicio para que salga un buen producto”.
Este año, y a pesar de las lluvias que han azotado el municipio ribero, los productores están satisfechos con la producción. “Los ajos han salido gordos y la calidad se ha mantenido con respecto a otros años”, decían. Eso sí, el veterano productor, José María Ochoa puntualizaba que “este año les hemos tenido que dar la vuelta a los ajos, algo que nunca hacemos, porque pensábamos que la lluvia los iba a estropear”.
feria anual Desde hace tres años el Ayuntamiento organiza una feria para impulsar el ajo de Falces y ayudar a los productores de la localidad. Para Ochoa, “es necesario mantener y apostar por días así”.
De hecho, informaba de que hace medio siglo el 80% de los falcesinos se dedicaban al oficio del ajo o, por lo menos, tenían ajos en casa. “Era muy habitual ver horcas colgadas por las fachadas de los edificios. Todos los vecinos las sacaban a la calle y no pasaba nada”, comentaba este productor.
En este sentido, tal y como dicta el cartel de esta jornada, “la relación entre Falces y el ajo se remonta al siglo XVII cuando los falcesinos, hartos de pagar diezmos al Marqués y la Iglesia por sus cultivos, decidieron introducir los ajos, que no estaban sujeto a pagos, haciendo de esta localidad una de las más importantes en su cultivo”.