Alba y Luz. Cuando el matrimonio formado por Conchi Oroz y Gabriel Garde eligió los nombres de sus hijas parecía anticipar la mañana del 5 de abril de 2015. El sol rompió ayer con las incertidumbres previas de la Bajadas del Ángel de otros años y regaló un amanecer espléndido para la celebración de la que puede considerarse la ceremonia más emblemática de la capital ribera. De alguna manera, Alba despertó al sol y no al revés porque a las 4.25 de la madrugada, la niña abrió los ojos y les dijo a sus padres: “Ya no quiero dormir más”. No se podía pedir más ni mejor actitud de cara a la expectación que la esperaba en la plaza de los Fueros, abarrotada hasta la bandera a la espera de la salida del Ángel que cada Domingo de Resurrección le arranca el luto a la Virgen para anunciarle que el hijo ha vuelto a la vida.
El acto, que se remonta a 1663, sigue concitando el interés de miles de personas y ayer certificó, con anécdotas incluidas, que se ha ganado a pulso la categoría de Bien de Interés Turístico Nacional desde 2002.
el velo, la anécdota Como en toda puesta en escena, gran parte del meollo de la cuestión está entre bambalinas. Y la parte de atrás del telón es todos los años el domicilio de Miguel Ángel Vallejo y Ana Mari Arregui, donde se lleva a cabo, como un ritual, el proceso de convertir a un niño o niña en un ser alado. Al proceso asisten los ángeles que han protagonizado la Bajada en otras ediciones y el suplente, que tomará el relevo al año siguiente, en este caso, Santiago Lasheras Martínez. Ayer, una veintena de angelicos se acudieron a la cita y el jaleo hizo que Alba empezara a sentir cierto sofoco. Goyo Terrén y Pachi Cambra estaban terminando de ajustarle el corsé que sujeta a la cría con la maroma por la que desciende, mediante un sistema de poleas, hasta la imagen de la Virgen. Hubo que abrir ventanas, abanicarla, darle agua y dejar entrar aire para que el Ángel se tomara un respiro y volviera a tomar las riendas de la situación. Luego, todo fue sobre ruedas de nuevo porque Alba Garde cumplió con su misión con tranquilidad y aplomo. Apenas había empezado a bracear, tras asomar por el templete con el rostro sonriente y las alas desplegadas, cuando lanzó los primeros aleluyas sobre la multitud. Braceó hasta la Virgen y le gritó: “Alégrate, María, porque tu hijo ha resucitado”.
Después, retiró las horquillas que sujetan el velo negro que cubre el rostro de la imagen y llegó la primera anécdota porque se sucedieron tres intentonas hasta que la niña pudo echarse el pañuelo del luto al hombro. Conseguido el propósito comenzó el regreso al templete, donde los miembros de la brigada se empleaban a fondo para mover el engranaje que permite el vuelo del Ángel sobre la plaza. Justo antes de entrar en la Casa del Reloj llegó la segunda anécdota de la jornada, cuando el dichoso velo se desprendió del hombro de Alba y cayó al suelo.
Fue más rápido Goyo Terrén que el descenso del pañuelo porque casi no había tocado la tela el asfalto cuando ya la había recogido él para devolverla a su lugar. Mientras él hacía esta carrera, Alba se fundía en un abrazo con su padre, Gabriel Garde, que había aguantado el tipo en el balcón observando casi sin respiración el vuelo de la pequeña.
Así, un año más, se cumplió una tradición que da paso a una jornada en la que familias y cuadrillas apuran la Semana Santa comiendo en el campo, dando de nuevo cuerda al reloj de la cuenta atrás de la próxima Bajada del Ángel.
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Personas hacen falta para mover el engranaje que hace posible el vuelo del Ángel. En la Casa del Reloj se sitúa una especie de castillete que está conectado con una polea que se sitúa en la casa de enfrente de la plaza de los Fueros. Esta maquinaria es anterior al año 1851. Hasta 1807, las poleas eran prestadas por la casa de Guendulain, pero ese año la Cofradía compró una maquinaria nueva.
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Se dieron cita ayer en el desayuno previo a la ceremonia. Algunos recordaban cambios de hora el día de su Bajada, lluvia, el quiosco recién colocado tras el arreglo de la plaza...