Después de más de 15 años de excavaciones, trabajo de laboratorio, análisis y búsqueda de referencias, el arqueólogo José Antonio Faro ha podido sacar a la luz su estudio sobre la necrópolis de El Castillo de Castejón, la más importante del Valle Medio del Ebro sobre la cultura celtibérica de la Edad de Hierro (siglos VI al III antes de Cristo) y referente de los expertos por la riqueza y la variedad de los hallazgos encontrados entre 1999 y 2006. Sus conclusiones y análisis se han plasmado en una tesis doctoral de 1.500 páginas que presentará después de Semana Santa en Castejón y trata de mostrar que en esta zona del Ebro (desde Calahorra hasta Cortes) vivió una misma “etnia celtibérica común e independiente que no aparece en fuentes escritas”, pero que comparte ritos, objetos y formas de enterramiento en buena parte de la Ribera del Ebro. “Tenían entidad suficiente, espacio y posibilidades de expansión económica y terrenos fértiles, como los lusones o los berones”, aclara Faro, y de hecho, objetos que fueron descubiertos en Castejón son incluso del mismo artesano que otros hallados en yacimientos de Arguedas, de Valtierra o de Cortes.
gran valor “El de Castejón es uno de los principales yacimientos de la Edad de Hierro de la Península, a la altura de los principales como Ampurias, Tartesos o Numancia”. Así describe Faro a El Castillo, el yacimiento de Castejón que comenzó a ser excavado en 1999 al tiempo que se iniciaba la construcción de las térmicas. “Se hicieron prospecciones para ver qué se podía ver afectado y se descubrió la necrópolis. Se tenía noticia del poblado pero no de los enterramientos y ya en el primer sondeo apareció uno perfectamente conservado, con estructura y ajuar”. Esos primeros trabajos desembocaron en siete años de excavaciones que sacaron a la luz 1.000 metros cuadrados de enterramientos, casi 120 túmulos de incineración y numerosos objetos que maravillaron por su estado, su riqueza y su variedad. La necrópolis íntegra tendría unas dos hectáreas (20.000 m2) pero de todo ello están sin tocar 3.000 metros cuadrados donde realizaron incineraciones y enterramientos durante 300 años. Las nuevas tendencias arqueológicas dejan una reserva sin excavar para el futuro ya que las técnicas que se apliquen en unos años “nos darán más información”. “Nos sorprendió la calidad y que estuvieran intactas. Es difícil que unos terrenos junto al Ebro no hayan sido roturados en 2.500 años y que las tumbas estén intactas”.
Casi de forma milagrosa, la historia de aquellos celtibéricos asentados junto al río pudo salir a la luz casi íntegra cuando la empresa Gabinete Trama, y al frente Faro, llevó a cabo el desenterramiento de los restos de aquellos castejoneros que vivían en un cruce de culturas y caminos. “Por su situación geográfica era en un sitio de contacto entre vascones, celtas e iberos y controlaban la ruta de comercio del Ebro. Por eso pudimos descubrir una gran diversidad de ajuares. Hay objetos de influencia mediterránea, otros de la cultura celta de la meseta occidental, de Aquitania y Centroeuropa. Hay una amalgama que es poco habitual”.
Entre los objetos encontrados se pueden ver adornos de oro, escarabeos egipcios, falcatas y urnas con orejetas ibéricas, de influencia aquitana las espadas tipo echauri (quesada), torques (collares), soliferrum (armas blancas), fibulas (adornos en cinturones y telas) y objetos de influencia meseteña. Incluso descubrieron restos de un carro funerario.
ritos funerarios El trabajo sistemático e intensivo realizado para elaborar la tesis sobre la necrópolis de El Castillo ha sacado a la luz los métodos de enterramiento de los castejoneros celtibéricos que rendían honores a sus jefes guerreros o a las cúpulas de poder de su poblado.
En El Castillo de Castejón se incineraba a los fallecidos empleando maderas de “lo que tenían más a mano” pino, encina, sauce, fresno y bosque se soto de río, y sobre él se colocaban sus objetos más apreciados y simbólicos y armas. Una vez apagada la pira, los más allegados recogían los restos y las cenizas y las depositaban en urnas (de arcilla, metal o incluso orgánica).
Alrededor de estas urnas se depositaban piedras talladas de un tamaño importante (que recogían en Montes de Cierzo) para crear una especie de cámara. Posteriormente, y según la relevancia del personaje, colocaban uno o varios anillos de cantos rodados a su alrededor que llegaban hasta los 9 metros de diámetro.
“Por su tradición creían que todo lo que se quemaba en el fuego revertía en el más allá. Todos esos objetos quemados con el difunto iban a poderlos trasladar a la otra vida”, señala Faro. Los ritos de incineración tenían cierto aire de celebración y de hecho se realizaban banquetes y sacrificios en su honor, como demuestran las parrillas y los cazos encontrados en alguno de los túmulos dentro del ajuar. “Se sacrificaban animales como ovejas y cabras, aunque aún se están analizando los restos de huesos encontrados. Se hacía el sacrificio y los asistentes participaban de ese banquete y por eso necesitaban todo ese instrumental de parrillas y cazos para servir las bebidas alcohólicas y hacer la carne”, añade. En los que tenían mayor nivel social había más objetos y éstos se abandonaban en las tumbas. Al difunto también se le hacía “participe de ese banquete, se le dejaba su porción de comida y otros alimentos como cereal para que se los llevara al más allá”.
La sociedad que vivía en el cerro de El Montecillo combinaba la vida agrícola con la guerrera, como muestran restos metálicos de escudos, puntas de lanza o espadas, pero al mismo tiempo se preocupaban por el aspecto físico dado el elevado número de adornos y joyas encontrados.
Parte del poblado fue arrasado por el Ebro en uno de los cambios de curso que ha sufrido a lo largo de la historia. Sobre sus restos se edificó un castillo en la Edad Media y en la Moderna un depósito de agua para los trenes. Bajo su suelo existen las únicas huellas de una cultura que empleó el río como autopista de comercio y comunicación y cuyo legado ha llegado hasta nuestros días de la mano del trabajo de José Antonio Faro.
el año 1999
l Los orígenes. El anuncio de la construcción de una central térmica en el entorno de el poblado celta de Castejón de El Castillo hizo que se realizara una cata para estudiar si existían restos de una necrópolis. No había datos pero las evidencias de anteriores yacimientos hacía pensar que cerca del poblado celta habría una necrópolis de incineración. Los hallazgos, su valía y cantidad sorprendieron a los arqueólogos de la empresa Trama que realizaron los trabajos.
en corto
l El emplazamiento. La necrópolis de El Castillo se emplaza en la terraza inferior del río Ebro, sobre una loma artificial a 450 metros del Cerro del Castillo. Esta localización se asemeja a la de otras necrópolis de incineración existentes en Navarra como La Atalaya de Cortes (descubierta en 1956), La Torraza de Valtierra (descubierta en 1957) y el Castejón de Arguedas (descubierta en 1994).
l Su llegada. Los celtas penetraron en la Península a través de los pasos pirenáicos en el primer milenio antes de Cristo.
l Instalación. Las necrópolis se solían instalar cerca del poblado pero colocado en un lugar determinado para que el cierzo que sopla junto al Ebro nunca llevara el humo y las cenizas de las incineraciones hacia el poblado.
l La romanización. Con la entrada de los romanos, las tribus celtibéricas fueron desapareciendo pero el Valle del Ebro permaneció como un eje de comunicaciones donde se construyeron numerosas villas.
20.000
Metros cuadrados. Es la superficie que tiene la necrópolis, de lo que se ha excavado 3.000 m2.