El religioso encargado del cuidado nocturno de los enfermos, captó una llamada suave proveniente de la habitación del Padre Jorge, porque se trataba de un enfermo encantador, ideal; serían las 2 de la mañana del día 27 de marzo de 1992. Acudió el religioso, y, notándolo un poco cansado, le animó a tomar un sabroso jugo de frutas, pero el Padre Jorge le insinuó dulcemente: “deseo levantarme porque tengo que hacer un largo viaje”. Así lo cuenta en su Simbiosis seráfica: Riezu-Donostia el Padre Inocencio (Vidal Pérez de Villarreal) en el centenario del nacimiento del Padre Jorge de Riezu.

En el mundo Casto Inza Arbeo, el Padre Jorge de Riezu nace el día 1 de julio de 1894 en el pueblo cuyo nombre adoptó en la orden, según costumbre, hijo de Ventura Inza y de Brígida Arbeo y último de diez hermanos. Su padre, ciego hasta los 45 años cuando recuperó la vista, se ocupaba del molino de Ohiangibela en aquel pueblecito del Valle de Yerri y fue quien le inició en la música y le enseñó las primeras canciones: “Nunca permanezcas ocioso”, le oigo en su celda del Colegio de Lekaroz recordarme el consejo paterno.

Se ordenó el 22 de diciembre de 1917, con 23 años, e ingresó en la Universidad de Madrid en 1918 donde compartió habitación con el Padre Donostia en Capuchinos de Jesús de Medinaceli hasta licenciarse en Ciencias Exactas. Llegados a Lekaroz, denunciado en 1936 por sus ideas nacionalistas por un individuo que no vale la pena identificar partió con otros capuchinos a Argentina (el Padre Donostia a Toulouse, Francia) hasta 1952 cuando regresó a Lekaroz y siguió impartiendo matemáticas y ayudando al Padre Donostia hasta su fallecimiento (1956) y para continuar magistralmente su obra.

Tuve ocasión, tras aceptar esporádicas visitas con otro amigo de Elizondo de gozar de su atención y saber y le veo en su celda de techo inalcanzable, húmeda y fría, en pleno invierno soportando bajísimas temperaturas con franciscanas sandalias y ¡sin calcetines!, con sus pies dolidos de sabañones. ¡Venerabilis barba capuccinorum!, aseguraba convencido que, de nacer otra vez, “volvería a ser capuchino; he sido muy feliz, plenamente feliz”.

“Lo acomodó el religioso y lo dejó descansando en santa paz, aunque sin llegar a adormecerse; a las pocas horas, las seis de la mañana, había comenzado su gran viaje a la eternidad; había abandonado las dimensiones einstenianas y había pasado a las eternales, el misterio de aquel sabio que en sus años juveniles apretó su mano en la Universidad de Madrid; había llegado para el Padre Jorge el momento de la sincronización plena de la dinámica de su existencia con la eternidad; le faltaban unos meses para cumplir los 98 años”, escribe el Padre Inocencio. Se cumplen 25 años. Descansa en Pamplona, no pudo en Lekaroz (“junto a mi amigo, el Padre Donostia”) como quería, a pesar de Teresa Zulaika y mío. Pero esa es otra historia. - L.M.S.