A Osasuna se le rompió ante el Celta de Vigo el alambre por el que viene caminando esta temporada y que estaba sujetado por las victorias en El Sadar, en no ceder los puntos en casa. La práctica arriesgada de los rojillos, riesgo que llegaba de regresar siempre sin premio de los partidos fuera, acabó por mostrarse en toda su expresión en la primera derrota como local de la temporada. Una dura derrota que castiga en exceso los méritos de los rojillos y que pasa factura por determinadas circunstancias del juego, los errores fatales en defensa y en ataque.
A Budimir le había ido correspondiendo el papel de salvador de su equipo gracias a dos goles en la primera mitad que dieron la vuelta a un marcador pesado, injusto y contrario. El delantero croata también tuvo en sus botas la posibilidad de haber deshecho de nuevo la igualada que pintaba de nuevo en el marcador en el segundo tiempo (2-2), pero el segundo penalti de la noche a favor no fue aprovechado. Budimir engañó a todo el mundo, al portero rival, a sus compañeros, al público, que vieron todos juntos cómo el balón fue repelido por el larguero y se marchó fuera. Fue el principio de un final de locos, con el Celta de Vigo desbocado cobrándose su tercer gol, sellando su victoria, haciendo daño a un Osasuna que no acaba de cerrar los partidos.
El equipo de Alessio Lisci no se mereció perder, tampoco el Celta se mereció ganar, pero el fútbol resume esta reunión de circunstancias enfrentadas en resultados dolorosos, poco comprensibles en el caso de Osasuna, salvadores para el conjunto gallego.
La dura derrota en El Sadar le coloca a Osasuna ante un escenario nuevo por la exigencia multiplicada que hay en los siguientes compromisos fuera, dos consecutivos por los caprichos del calendario en casa de Oviedo y Sevilla. La clasificación, los puestos de abajo, también asoman cerca -a un punto del descenso se coloca el equipo- y todo debe empujar a la mejoría del conjunto, que también mantuvo ante el Celta de Vigo un desorden que ayuda poco a la hora de dar carpetazo a los partidos y llevarlos con sosiego, más calma, a un final feliz.
Fue un partido demasiado abierto, de uno de éstos que ponen la sonrisa en el rostro si hay puntos y una mueca de enfado si se marcha alguno de ellos. Nadie podrá rechistarle a Osasuna casi nada del primer tiempo porque se volcó sobre la portería del Celta de Vigo con todo lo que tenía. Se aprovechó de su condescendencia, el Celta ha sido uno de los equipos menos afilados que ha pasado por El Sadar, y se mostró activo por las bandas a base de centros y también estuvo rematador. A Osasuna, sin embargo, le faltaba la chispa de la emoción, de las acciones que hacen temblar la grada porque se han sentido casi como gol.
Osasuna estaba volcándose sobre la portería del Celta también con ese desorden que complica al rival, y de ese desorden innato a la hora de controlar un balón sin dueño se permitió al conjunto gallego montar un contragolpe y a Jutglá adornarse con un gran gol tras una carrera de cuarenta metros. El catalán comenzaba a saborear su gran tarde.
Osasuna volvió a conspirar con las concesiones de su rival y con un achatamiento impropio de un equipo demasiado metido atrás y con pocas ganas, o fuelle, por hacer áspero el partido. En ese escenario, en los minutos finales, Budimir le robó un penalti a un defensa por lo aparatoso de la acción y el croata no falló desde los once metros. Y de nuevo el delantero, en el primer minuto del tiempo de descuento, le birló la posición al otro de los centrales para marcar tras un córner. Tan difícil en el planteamiento y tan fácil en la resolución del problema, Osasuna salía victorioso del primer acto del combate.
No pasaron muchas cosas durante muchos minutos tras el paso por los vestuarios y, al contrario, Osasuna vivía un partido tranquilo, sin trabajo para su portero. Por eso, porque el encuentro no iba por esos derroteros, fue un guantazo la labor defensiva de los rojillos en el gol del empate del Celta. Se había superado el ecuador del segundo tiempo y un córner raso superó a todos los defensas de Osasuna y permitió a Jutglá rematar a placer, a un metro de la portería.
La amargura dio paso a la desazón porque al equipo de Alessio Lisci la defensa del Celta le obsequió con otro penalti de pura torpeza -una acometida excesiva a ras de suelo esta vez de Aidoo sobre Abel Bretones-, y de ahí se pasó al fallo de la pena máxima de Budimir. No entraba en los planes de Osasuna el desmoronamiento, porque antes del gol definitivo de Pablo Durán para el Celta de Vigo, a Jutglá le birló el tercer gol de su cuenta un paradón de Sergio Herrera. El alambre de la temporada se ha roto. Toca el arreglo.