Ruta y puentes. Suponían el encuentro de dos culturas, dos idiomas propios (uskara y bearnés) el contacto personal y las relaciones comerciales.
Recorrido. El viaje de las golondrinas se iniciaba de Isaba o Burgui a Arrako, a pie por el collado de Arrakogoiti hasta Santa Engracia, en el Valle de Baretous, y desde ahí en carros, a Mauleón. Otras elegían el collado de Ernaz, la Piedra de San Martín era parte de su camino hacia Baretous.
Proyectos. Actualmente se trabaja en ambos lados en proyectos editoriales y documentales para preservar la memoria de las alpargateras e historias de la ruta.
Caminos y puentes, hoy paseos montañeros, fueron antiguamente únicos nexos de unión de los pueblos encajados entre las cumbres del Pirineo, como la antigua ruta que unía el valle de Roncal con el de Baretous, en el Alto Bearne (Pirineos Atlánticos). En su tránsito se fraguaron las relaciones humanas y comerciales el comercio entre los vecinos valles de Roncal y de Baretous, en el Alto Bearne (Pirineos Atlánticos). Viejas rutas entre montañas que no eran fronteras naturales, y que, por el contrario revelaban a uno y a otro lado similares formas de vida, cultura y lengua, el euskera, vehículo de comunicación entre los pastores por los puertos de montaña, que desconocían el español y el francés. Por estas fechas, recién iniciada la primavera, volvían por parte de ese camino las denominadas golondrinas, mujeres salacencas, roncalesas y ansotanas que cruzaban el Pirineo en camino de ida en otoño y de vuelta en primavera a Maule, la mayoría, y también al valle de Baretous para trabajar en las fábricas alpargateras. Para estas últimas, la Piedra de San Martín, en el collado de Ernaz, era parte de su camino. El mojón, en el que cada 13 de julio se repite el acuerdo de paz más antiguo de Europa que celebran los dos valles al grito de “Pax Avant”.
Las golondrinas comenzaban su trayecto a Mauleón desde Isaba o Burgui, hacia el llano de Belagua. Desde ahí ascendían hacia el collado de Arrakogoiti y luego cruzaban la vertiente pirenaica, tres días a pie con pesadas cagas, hasta llegar a la villa de Santa Engracia. Hoy este camino queda como recuerdo de su movimiento migratorio de hace más de un siglo, y es recordado por la asociación Kebenko en una salida anual. También es una ruta muy conocida por montañeros como Mikel Pagola. “Roncaleses y bearneses, han sabido y saben de la importancia de tender puentes y de que estos sigan en pie. Si bien en su día la alta montaña fue frontera y motivo de disputa, mas cierto es que desde siglos, ésta simboliza el deseo de unión”, relata.
Antes que las espartinas, otros pobladores de estas tierras recorrieron estos senderos, por lo que se sabe además, que el camino más antiguo fue calzada romana, hasta la mitad del llano de Belagua; después fue Camino Real, con anchura suficiente para circular con carro, y continuidad por el puerto de las Coronas hacia el resto de Navarra. Perteneció a la red de Caminos Reales y a su mantenimiento y al de los puentes, hoy vestigios de aquel tiempo, contribuyó el reino de Navarra. El viejo camino, fue además, Ruta de la Lana. El Valle de Roncal era sobre todo ganadero y el principal fin de sus rebaños era el comercio de la lana, y su mercado se dirigía hacia Francia. Desde el valle salían los mulateros, cargaban de lana sus mulas que partían en fila atadas por cuerdas con un guía, cuya carga sería revisada en el puerto por el tablajero, especie de aduanero, por lo que el camino habla también de oficios desaparecidos, recalca el historiador Fernando Hualde. La faceta más desconocida de este camino es tal vez la importancia que cobró como parte del Camino de Santiago, a partir del siglo XVII, una vez encontradas las reliquias de Santa Engracia. Durante décadas la ruta jacobea atravesó el Valle de Roncal. Ambos valles trabajan en proyectos conjuntos e individuales para poner en valor lo que un día fueron.