mutilva - No tiene ninguna vinculación especial con el mar ni con la navegación, pero por lo que sea al vecino de Mutilva Alberto Munguira, de 53 años, le gusta el modelismo con barcos. “A cada uno nos da por donde nos quiere dar”, dice para explicar una afición que desarrolla bien anclado a tierra. En su casa acumula cinco maquetas navales, todas de buen tamaño (desde una goleta a barcos vikingos o un junco chino), que ha ido elaborando durante los últimos años, especialmente desde que sus hijos pegaron el estirón y tiene más tiempo libre. “No me considero una persona con paciencia, pero me pongo a hacer esto, me relajo y se me pasa el tiempo volando”, afirma.
“Siempre me han gustado las manualidades. Cuando era chaval empecé a pintar y montar los típicos soldaditos de plástico, tanques, algún avión... montajes sencillos con plástico. Fui desarrollando esa afición, pero la acabé dejando”, añade. Entonces ya tenía algún barco de madera para montar, pero metido en su caja. Sin tocar. “Creo que lo compraría queriendo avanzar en el modelismo, porque el plástico no me acababa de gustar”, recuerda.
Con inquietud por trabajar la madera en vez del plástico, Alberto hizo un curso de talla y cuenta satisfecho que las letras en la puerta de la Peña Anaitasuna llevan su firma. “Me dio mucho curro pero me empeñé y lo hice, y estoy orgulloso. Y luego me fui decantando por los barcos. Me atrae sobre todo la estética. Y solo la de determinados barcos. Por ejemplo, un barco con cañones y mucho cabo, cuerda y mil nudos no me gusta”. Nada de galeones con 200 cañones por banda.
Empezó con una goleta sencilla y se ciñó “estrictamente al kit. Al principio tampoco te sientes capaz. Era una maqueta comprada con una dificultad media”. Después se pasó a las embarcaciones vikingas. En la primera de nuevo se limitó a las instrucciones. En la segunda “ya me apetecía hacerle cosas. Por ejemplo le puse una vela recogida o una serie de clavos que no venían en la maqueta”. Un coleccionable que se compró por fascículos (que también tiene mérito) y que se supone que es navegable pero no lo sabe porque nunca lo ha puesto a flote, completa la colección antes de su trabajo más laborioso.
la joya de la corona Navegando mucho por Internet (ahí sí), y de forma casi 100% manual, Alberto se puso a la tarea y a ratos, durante unos tres años, construyó la réplica de un junco chino, casi de un metro de eslora y empleando para los pequeños detalles desde palos de pintxos morunos a cestas de mimbre o abanicos chinos.
Una vez terminado el junco, Alberto ha seguido por donde empezó. Por esa merlucera cantábrica (el típico barco que puede verse, pero cada vez menos, por ejemplo en Donosti), que tiene desde hace 25 años guardado en su caja. “Sin ninguna presión, sin ninguna obligación, cuando me apetece me pongo un rato”. Y a esta le quiere incorporar también un diorama con el puerto.