En la plaza de los Fueros de Elizondo, entonces con pavimento a base de losas de arenisca tipo Baztan, había una en particular que se conocía como “la del gallo” y se retiraba cada año en Orakunde, la tercera jornada de la trilogía festiva vasca anterior al carnaval. Como ningún otro, el día se esperaba por la chavalería al ser ocasión de participar en la caza y captura del gallo en ritual pleno de simbolismos y de creencias populares.

Hasta hace más de medio siglo, bajo él se prohibe todo y la dictadura impuesta por aquel fresco-general-procedente-de-Galicia mucho más que meteorológico, la participación se reducía a los chicos por la separación de sexos estricta y retrógrada que tanto parecen en pleno siglo XXI gustar algunos. A las niñas se les contentaba, ¡qué remedio!, con una chocolatada vespertina, quizás el juego de las cintas y la karrikadantza pero sin unir sus manos (¿por castidad?) con los niños sino con un pañuelo. O a mirar.

El ritual consiste en que un grupo de niños, con los ojos tapados por dos veces, una con unas vendas blancas que se guardaban en la entonces Casa de Misericordia y otra con su propio pañuelo colorado, que armados con una alfanje árabe adornada con lazos de colores deben ir de un lado a otro de un espacio convenido en busca de un gallo y el primero que lo toca, se lo adjudica. El juego, que data de tiempo antiquísimo, posee un simbolismo muy complejo.

el gallo Representa la luz, el comienzo del nuevo día, y el sol en muchas culturas y simboliza el poder, pero también el cristianismo (es imagen del sol y la justicia, es decir del Cristo) y por cierto es símbolo nacional de Francia desde el Renacimiento y la Revolución.

Y en el juego, carrera, busca y captura, o caza del gallo que tiene lugar en Orakunde, confluyen una amplia variedad de significados posibles y muy antiguos atavismos. ¿Por qué van los niños armados de una espada de apariencia árabe (el islam) frente a un “presunto” enemigo, el gallo, que representa el cristianismo? ¿Y por qué van a ciegas? ¿Responde todo ello a un antiquísimo significado, a un ritual animista adaptado a la religión cristiana? Caben todas las suposiciones, aunque una cosa es cierta, el jueves anterior a carnaval se conserva este juego-ritual que quizás hasta da nombre a la fiesta: Orakunde. ¿Oilarrakunde?

día de mozos Y de niños y felizmente ahora también de niñas, que no siempre fue así y quienes corrían el gallo eran más mozos (muthiko koskorrak) y se utilizaban dos reyes del corral, que ahora son la docena. Y ceremonia cruenta nada, en aclaración a los animalistas que años atrás buscaron sangre o maltrato cuando por el contrario se cuida al gallo con cariño extremo y auténticamente infantil.

En Elizondo, la carrera del gallo, eje de la jornada, tenía lugar al atardecer. Un grupo de ocho jóvenes de las Escuelas Nacionales (todo era muy nacional, entonces) eran colocados en escuadra y rigurosamente vendados (encima se les daba tres vueltas sobre sí mismos, para mayor desorientación) a la espera de la salida.

Y los mismos cinco hombres, los guardas José Satrustegui (en la transición izó la ikurriña en la Casa Consistorial), Paco Sagastibelza y Cruz Elvira, y Ángel Mari (Pistón) Olabe y el secretario del pueblo y sacristán Braulio Jaimerena, todos en el recuerdo, se ocupaban de prepararlo todo.

Se daban las tres palmadas, partían los chicos completamente despistados a los cuatro vientos, entre el griterío y las voces de ánimo de amigos y espectadores y el primero que tocaba el gallo, cuidadosamente enterrado hasta el cuello al otro extremo de la plaza, se lo llevaba para casa y era el rey (el más gallo) de la jornada. Las cosas han cambiado mucho, pero en Baztan el ritual se conserva vivo.