Hola personas, ¿cómo va eso?, ánimo que ya se acaba el invierno que, dicho sea de paso, ha sido suave donde los haya.

Esta semana he paseado de día y bien de día, casi de madrugada, y mi cuerpo ha comprobado empíricamente que hace mucho menos frío de noche que de día, ¡qué rasca hace a las 8,30 de la madrugada!

El caso es que tenía que ir a hacer unos mandados a lo viejo y he aprovechado la ocasión para recorrer mi querido Casco cuando se despereza, cuando las calles están recién barridas, cuando el sol copia al Greco y pinta sombras alargadas sobre las estrechas calzadas, cuando se levantan las persianas a la espera del cliente, cuando la gente anda con prisa porque el día está por delante y hay que llegar a todo. El Casco está muy vivo y su borbor en esas horas tempranas lo demuestra.

He llegado a él por la Iglesia de San Nicolás, por la esquina que siempre fue la de Casa Navasal, he dejado la maltratada iglesia fortaleza con porche de pitiminí a mi derecha para llegar a su plaza donde un corre corre de gente de todos los colores, edades y condición dan vida a la mañana, las camionetas de reparto con sus sube y baja de mercancías ponen la música al baile.

La calle San Miguel me recibe con cuatro clásicos, Murillo con sus morapios y sus espirituosos, Irigarai con sus tuercas y sus pucheros, Torrens, con sus hongos y sus garbanzos de Fuentesaúco y Vizcay con el oro grana de la buena carne. Al final de la calle la veterana droguería de López ya empieza a despachar ceras, pinceles, matarratas, gomalacas, acuarelas y escobones. A su izquierda otro grande, Arrasate, se encarga de perfumar la calle con su horno de pan.

Tomo a mi derecha para continuar por San Antón, pasando por Almacenes Numancia y dejando a mi izquierda el coqueto edificio-galería de los Echauri llego a la Plaza del Consejo, una vez allí paro y admiro el palacio del conde de Guendulain e imagino cómo sería la vida entre sus muros cuando la familia Mencos lo habitaba. Existe una publicación titulada “Fotografía Navarra . La colección del Marqués de la Real Defensa”, realizada por Ignacio Migueliz, editada por la Fundación Mencos en 2014, que da una ligera idea de cómo era. Otra obra interesante al respecto es “Memorias de Don Joaquín Ignacio Mencos, conde de Guendulain, 1788-1882”, D.F.N., Pamplona 1952. Este señor, nacido en el vilipendiado palacio de Redín-Cruzat, dio el salto a la capital de España y llegó a ser ministro de Fomento con O’Donell, senador vitalicio y alguna otra fruslería.

Desde su construcción por Gaspar de Eslava, primer marqués de la Real Defensa, a mediados del XVIII, se consideró la mejor casa privada de Pamplona, de hecho cuando había visita real las casas elegidas para que los egregios visitantes se hospedasen eran Guendulain, Vessolla, en Taconera Nº 1, Ezpeleta, en la calle Mayor y el palacio de Armendariz, en cuyo solar se levantó a principios del XX el convento de las Salesas de la calle San Francisco.

Uno de los pamplo-recuerdos más antiguos que tengo en la mollera es el de su carroza rococó en el zaguán de palacio y su portero de librea gris. Me hubiese encantado conocerlo antes de la reforma pero no pudo ser, lo he conocido ahora convertido en hotel y me parece una maravilla. Lo han hecho bien.

Habrá quien diga que qué le importa la vida de esta gente, pero forman parte de la historia doméstica y a veces más que doméstica, Sebastián de Eslava, Virrey de Nueva Granada, perteneció a este linaje, y siempre es interesante conocerlos.

He seguido y he entrado en Zapatería. Es ésta una de las calles con más historia y más hidalga de la ciudad, nueve de sus casas tienen escudo y tres de los pocos palacios dieciochescos que hay en Pamplona se encuentran entre ellas: el mentado de los condes de Guendulain, el de Navarro Tafalla y el de Mutiloa.

La calle Zapateria es una calle eminentemente comercial. La lista de comercios y empresas familiares que por entre sus bajeras han pasado sería inacabable; pormenorizada y prolija es la enumeración y descripción que de ellos hace C. A. T. en su página Memorias del Viejo Pamplona. Yo, como suelo escribir de memoria, nombraré las que recuerdo. Escribiré en presente porque lo que está vivo en la memoria está entre nosotros, si bien, la inmensa mayoría está solo ahí, en la memoria.

En la acera de los impares nos recibe Juan García con sus alpargatas, a continuación Donezar nos ofrece sus ceras y chocolates, frente a ellos Ferraz con sus telas, Arilla con sus fusas y semifusas y Basoko con sus zapatos y zapatones ( son especialistas en tallas enormes). Volviendo a los impares encontramos Confecciones Madrileñas, donde hace años limpiaron los almacenes y compramos americanas a 50 pesetas y chaqués a 500, en el mismo edificio está Tejidos San Andrés, estos dos últimos se encuentran en los bajos de una bonita casa que sustituyó a un viejo caserón donde se dice que vivió San Francisco Javier. Le sigue la macro tienda de Mauricio Guibert, que vende de casi todo, frente a ella, en los bajos del Palacio Navarro-Tafalla, está Cuadros Ibáñez , una de las tiendas más bonitas de lo viejo, con arte en todos sus rincones. En ese precioso palacio cuando éramos mozalbetes teníamos una guarida en el último piso que no sé a quién pertenecía, creo que era sede de alguna organización religioso-juvenil, donde nos dábamos cita para dedicarnos al noble y desaparecido arte del guateque. En la otra bajera de palacio pone la nota técnica Optica Ajarnaute, Maybe y su moda vienen después, en el nº 44, y en el 42 Bernardo Eraso, en donde me endomingué para la boda de mi hija.

También frecuenté ese edificio en años mozos, allí, en el 2º piso, se encontraba la Agrupación Fotográfica y Cinematográfica de Navarra, donde tanto aprendí de los Nebreda, Aliaga, Cánovas, Torregrosa, Guerendiain, Nobel, etc, etc, qué gran legión de buenos fotógrafos pasaron por aquel sancta sanctorum de la imagen.

Bajamos de nuevo a la calle y cruzamos la calzada para llegar a Sagarra con sus cachivaches, Huici con sus flores y una tienda que a mí me tenía de niño obnubilado: La Gran Ciudad de Londres, el no va más. Su nombre y su gran tamaño llevaban a mi mente infantil a una gran confusión: cuando yo oía en casa o en la radio que en la ciudad de Londres había sucedido tal o cual cosa yo, inocente, creía que todo aquello sucedía en aquel tiendón de la calle Zapatería y cuando pasaba por ahí con mi madre o con mi abuela, me moría de curiosidad por ver cómo eran las cosas tras sus arcos de entrada, nunca entré. A la capital de Inglaterra le hace compañía la farmacia de Aguinaga , preciosa farmacia que conserva todo su mobiliario neogótico policromado digno de verse. Rematando la acera la deliciosa sombrerería de Aznarez, decimonónica tienda con tanto sabor de su tiempo entre sus anaqueles que aun podríamos encontrar a Sarasate probándose un bombín o un canotier.

La acera de enfrente remata con Camisería Camino, donde me compré mi primera corbata, y la antigua ferretería de Eceiza y Murillo.

Se me acaba el espacio, de aquí hasta el ayuntamiento lo dejamos para otra mañana que me toque ir por ahí, será pronto.

Que tengáis TODOS una buena semana.

Besos pa’ tos.

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

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