Hola personas , ¿cómo se presenta el otoño?.

Esta semana he tenido paseo especial, he pisado un lugar que siempre había deseado pisar: la torre de los escolapios, así que dedicaré mi espacio a tan emblemático colegio y a tan singular edificio.

Os cuento: resulta que hace unos días me mandó un correo muy amable Juan, un escolapio “casijoven”, rotxapeano él, para darme las gracias por las menciones que de vez en cuando hago del colegio en mis artículos. En su correo se declaraba lector de mis cosas y me invitaba a conocer el edificio y a subir a la torre. No lo dude un segundo y acepté la oferta que gentilmente me brindaba. Buscamos una fecha y esta semana cumplió con su palabra.

Quedamos a las 13 horas en la portería, mañana de sol radiante. Entré y nos conocimos al instante: éramos los únicos; nos saludamos amablemente y tras cuatro palabras de cortesía comenzamos la visita.

Pero bueno, antes de seguir hagamos un preámbulo histórico-técnico.

Los “esco” llegaron a Pamplona en 1894 y se instalaron de alquiler en un caserón situado en el paseo de Valencia nº 3 pagando una renta de 5.000 pesetas. El edificio se les queda pequeño y anhelan uno nuevo en el que impartir su docencia.

En 1928 compran el solar de la manzana número 27 del II Ensanche, una manzana tipo, de 70 x 70 metros, por la que pagan 170.130,98 pesetas.

El siguiente paso era buscar un arquitecto que les pusiese en pie su casa; buscaron y eligieron a Victor Eusa Razquin, pamplonés del 1894, (es curioso: ambos, cliente y artista, llegaron a Pamplona el mismo año) y ex alumno de la institución. Otro ex alumno, Ezequiel Lorca, se encargó de la construcción con un presupuesto inicial de 814.781,32 pts.

Las esculturas fueron encargadas a Ramón Arcaya.

D. Víctor empleó una paleta de materiales muy en su línea: cemento visto, ladrillo rojo y paramentos blanqueados. No seré yo quien describa arquitectónicamente el edificio, para ello podéis leer la interesante tesis doctoral de Fernando Tabuenca, “La arquitectura de Victor Eusa”, Madrid, 2016.

Fue el día de Nochebuena de 1931 cuando los escolapios se instalaron en una pequeña parte de su nuevo edificio ya que la mayoría seguía en obras y las obras iban lentas, muy lentas, a veces paradas, porque los dineros se habían acabado. Tuvieron que hipotecar lo levantado por valor de 600.000 pts para poder seguir y siguieron. Cuando ya parecía que todo estaba encaminado una nueva desgracia cayó sobre ellos: el contratista Lorca y su secretario Andrés Oricáin fueron asesinados. El 17 de abril de 1934 un carpintero llamado Luis Martínez Ubago que había sido despedido de la obra por falta de trabajo para él, se tomo la “justicia” por su mano descargando las tripas de su pistola contra el constructor y su contable. Su viuda se comprometió a terminar los trabajos apalabrados pero todo fue a peor, la marcha se ralentizó y el dinero volvió a escasear.

Con el 36 la cosa cambió para todos y al edificio le dieron un triple uso: colegio, cuartel-cárcel y residencia sacerdotal.

Acabada la guerra incivil, el Colegio Calazanz pasó a ser una auténtica institución. Todos sus actos tenían gran repercusión en la ciudad, famosas eran sus procesiones de la Primera Comunión o el belén que el padre Alejandro montaba en el colegio, un verdadero muestrario de autómatas y trucos donde no faltaba el pescador que pescaba, el burro que daba vueltas a la noria, la nieve que caía, la fuente que manaba, el ángel que aparecía y desaparecía, el efecto noche y día y toda suerte de mágicos ingenios que nos dejaban a todos los niños con la boca abierta.

Los escolapios fueron los primeros en vertebrar una organización juvenil al margen de la OJE y de la mano del Padre Latasa en 1957 pusieron en marcha la 1ª y 7ª tropas de Boy Scout, éstas fueron tremendamente activas y precursoras de otros movimientos análogos en la ciudad.

Muchos son los curas que los ex alumnos de escolapios recuerdan pero hay uno que lo recuerda toda la ciudad: el Padre Joaquín. Joaquín Erviti (Estella 12.10.12) fue un pedagogo que durante 45 años enseñó desde su parvulario a dibujar las primeras letras y a empezar a unirlas. Dicen quienes lo conocieron bien que era un santo y de hecho Roma tiene abierta una investigación para su posible ascenso a los altares.

Y después de este paseo histórico por la institución escolapia, vayamos al paseo físico por su edificio. Nos habíamos quedado en la portería. Pasamos la primera puerta, visitamos el salón de actos, el aula del Padre Joaquín, decorada con murales de Lozano de Sotes y de Francis Bartolozzi, y llegamos a la capilla; el templo es Eusa puro, lo preside un calvario de Javier Ciga que tiene historia. Ciga, era nacionalista y llegó a ser concejal por el PNV lo cual le llevó dar con sus huesos en la cárcel del 37 al 39, cuando salió fue llamado por el padre Javier Roldan, que sabía de sus penurias, y le encargó un Calvario para el retablo de la iglesia, el pintor aceptó el encargo y al hablar de dinero dijo: me han sancionado con 3.000 pts y eso será lo que cobre por la obra. De ahí su nombre: el Cristo de la Sanción.

Seguimos viendo el centro y, orgulloso, Juan me enseñó sus nuevas instalaciones deportivas, robadas al subsuelo e inauguradas la semana pasada. Son envidiables, ¡vaya obrón!.

Tomamos un ascensor para ir a la torre y antes pasamos por la zona geriátrica donde los padres más ancianos son atendidos en su retiro. Íbamos viendo esto y aquello cuando de una puerta salió Rosa, una auxiliar, empujando una silla de ruedas en la que iba el padre Eugenio Monreal, un escolapio que tras 50 años en Japón había vuelto a su ciudad paralizado por un fuerte ictus y que fue protagonista de un gesto que me dejó tocado: Juan me lo presentó, el pobre solo podía mirarme sin pronunciar palabra, solo sus ojos mostraban vida, para dar algo de alegría al momento Juan le contó que el periódico de ese día daba noticia de la publicación de un libro de su hermano Goio con Roldán Jimeno sobre la historia de la justicia vasca, entonces yo me fijé en la cara del anciano y vi que su barbilla comenzaba a temblar, que sus ojos se encharcaban y que una lágrima resbalaba por su mejilla. Me dejó el corazón encogido. ¡Qué no habrán visto esos ojos!

De la residencia salimos a la azotea y llegamos a la base de la gran torre, mi cicerone abrió la puerta mágica y ante nosotros se presentó la escalera de ascenso a las nubes, estrecha, muy estrecha, compuesta de pequeños peldaños de madera de pino, festín de xilófagos, que fuimos subiendo no sin esfuerzo y que nos llevó a lo que se conocía como el “tendido de los frailes” ya que antes de la reforma de la plaza desde su atalaya los escolapios veían los toros. Impresionante ver Pamplona a tus pies 360 grados. Fotografié en redondo, para arriba y para abajo, fui feliz, toda mi vida había querido subir y ahí estaba.

Tras una animada charla en las alturas volvimos al nivel habitual. Visitamos la torre chata que hay en la esquina con Leyre y bajamos para salir a la calle por la puerta que hay debajo de ella. Juan y yo nos despedimos y quedamos en repetir la visita, y la repetiremos. ¡Ya lo creo!.

Mi espacio se acaba, os deseo una semana memorable.

Besos pa tos.

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

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