Hola, personas, ¿qué tal se ha recibido el frío?, yo con cierto agrado, últimamente los veranos se alargan demasiado y aquí somos gente fresca.

El paseo de hoy va a continuar uno que tengo pendiente de acabar montado en la máquina del tiempo que nos legó el fotógrafo D. José Galle y luego voy a traer un garbeo por un poco de geografía humana pamplonesa. Vamos a ellos.

El martes salí de casa de buena mañana y entre frío y lluvia llegué al Archivo General para seguir buceando en las aguas de nuestro pasado. La verdad es que le tengo vicio a eso de ver cómo fue nuestra ciudad, como vivían nuestros recientes antepasados y cuáles eran las costumbres y actos cotidianos de una ciudad pequeña, aldeana, gris, amurallada en gran parte y llena de curas y militares, o sea la juerga padre.

El anterior recorrido por el archivo lo hicimos en 1963, comienzos del desarrollismo, hoy cambiamos de carpeta para entrar de lleno en 1942, pura y dura postguerra.

El primer reportaje en el que me paro nos lleva al patio de caballos de la plaza de toros, en él un grupo de manolas, todas ellas guapas señoritas “de toda la vida”, y los valientes actuantes rodean a D. Remigio Múgica antes de comenzar la novillada que se celebró en homenaje al Orfeón Pamplonés con motivo de su 50 aniversario. El Orfeón es una de las instituciones más queridas, prestigiosas y laureadas de Pamplona, tuvo tres predecesores en los años 1865-1873, 1881-1885, 1890-1891, pero no llegaron a cuajar; hasta que en 1892 D. Remigio Múgica tomó las riendas y lo puso en el mundo, recibiendo premios y aplausos primero por todo España y después por todo Europa y América. Como dato anecdótico diré que en 1906, tan solo 14 años después de su creación, fue el coro encargado de llenar de fusas, semifusas, corcheas y semicorcheas la iglesia de los Jerónimos de Madrid en la boda de Alfonso XIII y Ena de Battemberg. Larga vida al Orfeón.

El calendario avanza, el archivo de Galle lo hace con él y entramos de lleno en San Fermín del 42. Imágenes festivas de los tendidos de la plaza. ¡Hay que ver cómo ha cambiado el cuento! En sombra no se ve a nadie vestido de blanco y rojo y pañuelos rojos al cuello muy pocos, si acaso algún niño, ellos van de riguroso traje y asfixiante corbata y ellas, muy postineras, con elegantes modelitos, tocadas algunas con un discreto sombrero. En sol y sombra se ve un ambiente más relajado, también alguna corbata y alguna señora peripuesta, pero todo es mucho más popular; aun les da el sol y esperan la sombra protegidos con una especie de sombrero de jipijapa, y, por último, aparece el tendido loco, ahí ya no hay corbatas y casi no hay señoras, estaba implícitamente reservado al género masculino, el jolgorio es total, la solanera poco ha cambiado.

He seguido paseando entre decenas y decenas de fotos que podría describir, ya lo haré, pero hoy quiero resaltar la sensación que me han causado todas ellas en conjunto.

Se ve esa Pamplona vencedora y tenebrosa convertida en un altar, una procesión, un cuartel y un desfile trompetero, unas fotos que técnicamente son en blanco y negro y conceptualmente son más en negro que en blanco: congresos eucarísticos, exaltaciones marianas, procesiones, multitudinarias misas de campaña en la plaza del Castillo, visitas del Sr. Obispo, hisopazos varios en las inauguraciones, desfiles militares con cualquier motivo o circunstancia, obras pías, orfanatos de escuálidos niños visitados por orondas autoridades, novenas y triduos, visitas del general de turno al cuartel de turno, etc. etc. Es decir que quien no conociese nada de Pamplona y viese ese gran álbum sacaría una conclusión poco halagüeña y probablemente equivocada de nuestra ciudad ya que no todo Pamplona era eso, existía otra Pamplona, la que no salía en las fotos y que rezaba menos pero que también estaba viva. Y mucho.

Al salir me he dirigido a un acto prosaico donde los haya: cortarme el pelo. He llegado a la pelu y he visto que los dos chicos marroquís que la atienden estaban ocupados con sendos clientes y que en espera había otros dos, así que me he sentado a esperar mi turno; por toda literatura en la mesita de las revistas había un ejemplar de Gentelman y uno de las páginas amarillas, interesante. Los dos “pelucas”, prácticamente a la vez, han terminado con unos y han dado paso a los otros. Éstos eran dos chicos de unos veinticinco años, con aspecto normal y bastante necesidad de ponerse en manos de Mohamed y Rachid.

A la pregunta ritual que toda la vida han hecho los peluqueros de, ¿cómo quieres que te corte?, y que siempre se contestaba con un breve y lacónico: muy corto, a navaja, poco, hoy en día la respuesta es “docta y preparada”, el primero de los dos zangolotinos que se ha sentado, a la mentada pregunta ha contestado: por aquí degradao, empiezas con el cero y acabas con el tres, por aquí no sé , que caiga un poco y por aquí, no sé tío, igual al cero tío, no sé. Vamos que era un chaval con las ideas claras pero confusas, lo único que tenía claro era que quería que lo dejasen hecho un adefesio. La maraña con la que se iba a enfrentar Mohamed no era cosa baladí; delante de mis ojos ha ido dominando aquella selva y a base de maquinilla y paciencia le ha dado al cliente lo solicitado, y he decir que el resultado ha sido bueno.

Cuando yo era niño el peluquero o a veces mi madre me cortaban el pelo con una maquinilla que funcionaba de forma mecánica con energía manual y con un clak, clak, clak muy característico, esa era toda la herramienta necesaria, ahora no, ahora están pertrechados de un verdadero arsenal de maquinas y maquinillas con infinidad de adminículos que les permiten crear autenticas esculturas capilares.

Cuando me ha tocado el turno le he dicho al Fígaro cómo lo quería y esa ha sido toda la conversación que hemos tenido. Qué diferencia con aquellas enciclopedias vivientes que eran los peluqueros históricos como Arbea en Santo Domingo, su nieta y heredera la encantadora Maite en Iturralde y Suit, Garciandía en Eslava, Garralda en Estafeta, Reta en la Rotxa, que afeitó y maqueó a mi padre el día de su boda, Bator en la Txan, Lizarraga en Burlada , su hijo Oscar en Zizur, que me ha cortado kilómetros de pelo entre animadas charlas recordando los viejos tiempos sanjuaneros, y muchos, muchos más, que de todo tenían que saber y a cada toro dar su lidia, formaba parte del servicio, eran peluquerías donde podías esperar tranquilamente una hora a ser atendido pero el revistero estaba lleno de Mortadelos y Tío Vivos y la hora pasaba volando. Eran peluquerías donde te conocían y podías decir: ya pasará mi madre. Era otra cosa. Luego la cosa se modernizó con la aparición de modernas coiffeur unisex, una locura. En Pamplona hizo furor en los 70 Sansón y Dalila, en la avenida de Roncesvalles, donde unas señoritas hacían la manicura a los hombres y donde te obsequiaban con una copa de cava y te ofrecían cigarrillos Dunhill. No faltaba quién imaginaba escabrosas escenas entre secadores y champús. Hablar siempre ha sido gratis.

Mientras yo estaba en estas reflexiones Rachid, poliki, poliki, ha ido cumpliendo con su labor y he de decir que el chaval no es muy hablador pero que es un gran peluquero y que me ha dejado, por diez pavos, niquelao.

Hasta la semana que viene.

Besos pa tos.

Facebook : Patricio Martínez de Udobro

patriciomdu@gmail.com