Un año más, y ya son 44, los niños y niñas de Altsasu guiaron a sus Majestades de Oriente con los sonidos de los cencerros. Al frente iba otro monarca, Unai Gómez López de Goikoetxea, el rey de los cencerreros, un mandato que se renueva cada 5 de enero y que es decidido por la suerte. Y es que tal honor recae en el niño o niña que encuentre el interior de su bollo una sorpresa.

La cita era a las seis de la tarde en la plaza, dónde cientos de niños y niñas esperaban nerviosos a que comenzara el reparto. Para anunciar que había llegado el momento, y también para entrar en calor, corrieron una vuelta por el casco viejo. De vuelta en la plaza, y dispuestos en filas para poner orden, Ainhoa Ramírez de Alda, Alberto Mazkiaran, Luis Fernández, Aroia Berastegi y Juan Mari López de Goikoetxea se encargaron de que ningún txiki se quedara sin su bollo.

Costó saber quién era el nuevo rey. Y es que Unai Gómez dudó a la hora de saber si era el agraciado. "He notado algo en el bollo y luego cuando lo he cogido no era un cencerro sino un coche", apuntó este niño de 10 años que estudia 5º de Primaria en Zelandi Eskola. Así, como no salía el rey, fue a preguntar. Y sí, era él. Lo cierto es que el pequeño cencerro de plata que esperaba se lo dieron después como recuerdo de este día. Ayer se repartieron 350 bollos.

Elegido el rey llegó el momento de su proclamación. Con el Himno de Navarra como banda sonora, Unai Gómez recibió de su predecesora, Nahia Zoe Borrega, el narru o piel de oveja que cubría su cuerpo. Iba sujeto por un cinturón con doce ezkilak o pequeños cencerros, uno por cada mes del año. Una txapela y una makila como vara de mando completaban la vestimenta. Cumplido el protocolo, los txikis salieron a la carrera en busca del heraldo de los Magos de Oriente para mostrarles el camino al portal.

Esta escena se repite año tras año desde 1976, cuando Enrike Zelaia y Luis Mari Lopez de Goikoetxea recuperaron una antigua tradición que desapareció en los años 50. Precisamente, la llegada de los Reyes Magos con la cabalgata hizo que se perdiese la costumbre de los niños y niñas de llamar a Melchor, Gaspar y Baltasar con cencerros, sonidos purificadores habituales en las celebraciones del solsticio de invierno. Dos décadas después fue recuperada con nuevos aires, integrándose en esta fiesta como acto de bienvenida a sus Majestades de Oriente. Para su puesta en escena el akordeoilari se inspiró en el rey de la Faba, dándole el sentido de recibimiento y guía.