pamplona - "Mi estado actual es aerotrastornado", comenta Diego Gil Couso medio en broma medio en serio. "Es la verdad. Esto es más que una pasión. Tengo hasta un CD con el sonido de un P-51 Mustang. Llegados a ese punto, uno se plantea si tiene que ir al médico. Pero somos varios, ¿eh?". El dormitorio de este vecino de Pamplona de 48 años podría despegar. Un templo del modelismo estático con poco margen para nuevos inquilinos: "Si veo espacio libre, cae avión".

Diego, apasionado de los combates en altura y en tierra insumiso en su día, ha perdido la cuenta de cuántas maquetas acumula en baldas, estanterías y cajas (de una de ellas asoma el timón de cola de un Harrier). Y eso que solo conserva las de los últimos 15 años. Las anteriores "o están rotas o regaladas o eran muy malas". Divide su arsenal, cazas en su mayoría, por escalas y etapas. Abajo los orígenes de la aviación de combate, en la I Guerra Mundial. Arriba los de quinta generación, esos que escapan del control de los radares, como el F-22 Raptor. Tiene cazadoras, cascos, relojes de pilotos de combate, figuras de aviadores japoneses, un americano del Pacífico y del F-18, F-15 y F-14. "Son mis barbies", confiesa. Y réplicas de ases de la aviación, pintadas a mano, como Douglas Bauder y Adolf Galland, que intentaron matarse durante la II Guerra Mundial y fueron grandes amigos después.

Hay más: un póster de Amelia Earhart, aviadora estadounidense que cruzó dos veces el Atlántico y desapareció en 1937 cuando intentaba dar la vuelta al mundo. Un cartel de reclutamiento para alistarse en las fuerzas aéreas de EEUU en la II Guerra Mundial. Un F-18 Hornet decorando las puertas de su armario. Y la hélice de un Fokker alemán de la I Guerra Mundial suspendida en la pared, "pero no el típico Fokker del barón rojo", concreta. Hasta su mochila de deporte es un bolso de vuelo auténtico. De todo. Y todo con historia. "De crío sabes cuánto mide el avión, su velocidad máxima... pero luego ya profundizas, empiezas a ver dónde ha actuado cada avión. Me ha llevado a aprender bastante de historia, de conflictos bélicos. Y del horror de la guerra". Es una enciclopedia viviente de la aviación militar, sobre la que escribe artículos. Y dibuja a carboncillo. Aviones, claro.

afición temprana "Me resulta muy difícil separar a Diego de la aviación, llevo toda la vida con esto", reconoce echando la vista atrás. "Tendría cuatro o cinco años. Mi padre viajaba muchísimo entre semana, y aprovechaba el sábado para estar con él. Tenía un pequeño avioncito con hélice y demás, y me hacía el sonido del avión, maniobras... Y recuerdo que de crío era la parte preferida de mi semana". Después, con 7 u 8 años, "vi una exhibición aérea en Noáin. Yo era un niño muy impresionable, estaba emocionado... y de repente escuché un ruido tremendo y aparecieron tres cazas Mirage III a toda hostia". Aquello le marcó y terminó de volarle la cabeza. A partir de ahí comenzó a hacer pequeñas maquetas. Y ahora se ha convertido en un "tiquismiquis" de la materia, no solo porque elige kits muy exclusivos, sino por su manera de hacer. Dice que hay dos tipos de modelistas. A los que les gusta que el avión quede perfecto... y Diego. "Cuando termino el avión hago un análisis muy profundo, veo fotografías y miro dónde está el desgaste. Porque el avión no está limpio. Tampoco es lo mismo un avión embarcado en un portaaviones, con la salitre, que otro de la fuerza aérea en un hangar. Me encanta representar el avión tal y como es en realidad". En sus maquetas incluso hay partes del fuselaje que brillan más o menos en función de si les pegaría o no directamente el sol.

volar DE VERDAD Unas décimas de astigmatismo le impidieron formarse como piloto. Pero "el sueño de mi vida es volar en un avión de combate. Y se puede hacer en Rusia", dice. Lo malo es el precio, 7.500 euros por alojamiento, algo de preparación y una hora de vuelo. En Barcelona existe una opción más económica; volar en un avión de entrenamiento real para futuros pilotos de combate. "Es de hélice, pero llega a los 600 kilómetros por hora. Y te hacen piruetas, te dejan llevar los mandos... Es como un coche de autoescuela. Tú no vas a meter la pata". De momento "mi meta es ir ahorrando, empezar con Barcelona y luego a ver qué pasa".

Mientras tanto, desde que con 15 años subió por primera vez a una avioneta con Carlos Eugui, vuela a menudo en aviones deportivos. "Es un placer, lo recomiendo a todo el mundo. Yo tengo la suerte de tener amigos pilotos, buenos pilotos además. Y como siempre dicen que estoy en las nubes, qué mejor que irme a las nubes, ¿no?".