burlada/burlata - Sobreviven, de momento, a las tiendas de ultramarinos como otro de esos negocios en los que uno puede encontrar prácticamente de todo. Todo lo necesario para el hogar, con cientos de titos y enseres que se reparten a lo largo y ancho de un refugio al que los vecinos acuden por generaciones. Y es que prácticamente donde hay vida y barrio, donde hay comercio local, hay ferreterías, también como parte viva en el recuerdo de cualquier infancia.

La de Iñaki Azanza lleva casi medio siglo formando parte del paisaje habitual de Burlada y ahora pasará a la historia del municipio tras bajar la persiana el pasado mes de diciembre. No ha podido hacer frente a los nuevos modelos de negocio, las grandes superficies o la venta online, ya que tal y como asume su ya expropietario "son algunas de las causas que han ido mermando tanto al sector como al propio comercio local". Y es algo que, aunque le da "mucha pena", afronta con valentía para empezar una nueva etapa después de que su padre, allá por 1977, adquiriera el negocio.

Él comenzó con 15 años, primero en verano "para ganarme unas perrillas para fiestas" y para aprender el oficio, que ya asumió de manera definitiva tras cumplir la mayoría de edad. Es algo que siempre le ha gustado. "Mi mujer, cuando está de broma, me llama Melchor, como el Rey Mago, porque siempre voy con la mano levantada saludando a la gente", sonríe. Un pequeño paseo con él por el barrio da buena cuenta de que los vecinos le conocen y le quieren, porque él -como ellos- también forma parte de esa estampa tan particular que dibuja Burlada. Y son muchos los que han acudido a su tienda, han requerido sus consejos y se han preguntado y preocupado tras su marcha, porque le han conocido con el paso del tiempo casi de la misma manera en que Azanza, que también formó parte de la comparsa de gigantes, los ha visto crecer y cambiar durante generaciones. "Echo mucho de menos el trato con la gente, ha sido muy difícil ver cómo ha ido cambiando el sector, deteriorándose la profesión. Ir perdiendo volumen de ventas y que se vaya desgastando la empresa?", lamenta. Pero asume que ahora "hay que mirar hacia adelante", que "la pena y la nostalgia no te dan de comer". Ha visto una nueva oportunidad como empleado por cuenta ajena, en el mismo sector, y aunque explica que de momento está "en proceso de adaptación", afronta este nuevo reto "con muchas ganas e ilusión".

Son muchos lastres los que van mermando el comercio local y él también está haciendo autocrítica. "No todo es echar balones fuera... Pero también es cierto que algunos vecinos me han comentado que me van a echar de menos, y eso dice mucho. Se agradece", cuenta. Se marcó unos plazos y decidió que necesitaba unas pequeñas vacaciones, "asimilar todo este proceso tampoco ha sido fácil. Claro que da pena, pero uno no se puede refugiar en la nostalgia", valora, fuerte.

El mayor handicap, reconoce, ha sido tomar una decisión que también afectaba a su madre, que le acompañó en el negocio cuando su padre les dejó, y para la que el vínculo sentimental "siempre ha sido muy fuerte. Por la relación que tenía con la tienda le pedí permiso. También vio cómo estaban las cosas y una vez que aceptó me liberé un poco. Me ayudó a tomar la decisión; también mi mujer, mi familia y amigos me han apoyado, y eso ayuda mucho. Echar el cierre y afrontar un cambio no es fácil, si me hubiera quedado menos tiempo para jubilarme igual hubiera aguantado el tirón... Pero tal y como está el mercado laboral, luego a ver a dónde vas".

Asociacionismo Valora que el asociacionismo "es muy importante, tanto a nivel de pueblo como a nivel de gremio", a la hora de intentar revitalizar un comercio local que flaquea en muchos barrios y municipios, y que sufre la competencia de los grandes . "También la formación, pero es cierto que es un sector que tiene muchos valores positivos y debe defenderlos. La cercanía, el trato con el cliente, la credibilidad... Un pueblo con comercio es un pueblo vivo", señala. La suya, la de ferretero, la define como una profesión "apasionante. Porque es muy variada, no es repetitiva. Hay muchas posibilidades, un amplio abanico de artículos y supone un trabajo muy entretenido".

Ha conocido a "infinidad" de generaciones de burladeses y burladesas, ha visto cambiar el municipio y adecuarse a los nuevos tiempos. También los cambios en la manera de comprar y el tipo de clientela. "Ha venido a vivir también mucha gente de otras culturas, personas de otros países. De ese proceso de adaptación yo estoy muy agradecido porque creo que, en buena parte, ellos han conseguido despegar de una manera notable el pequeño comercio. No tengo más que buenas palabras para esa gente porque en mi caso fue un revulsivo", remarca.

Tiene tantos recuerdos de su tienda -en el futuro será un almacén con otro propietario- que dice que podría escribir un libro. Y sonríe: "Recuerdo muy bien a una vecina, clienta de siempre. Se ha ido haciendo mayor y al principio notaba alguna cosa rara, luego vi que venía siempre con su hija y después, en silla de ruedas. No hablaba, pero un día me agarró fuerte la mano, sin decir nada, durante más de diez minutos. Y no me soltaba. Puede que quisiera decirme, sin hablar, que recordaba mi voz. Que sabía quien era... Luego lo estuve comentando con la hija, parece que algo le hizo recordar. Yo no lo olvidaré nunca". Con Iruña cierra más que una tienda. Pero la calidez, ingenio y salero de un hombre comprometido con su pueblo y su cultura seguirá presente en Burlada. No en vano pocos ferreteros son capaces de guardar copia de las llaves de todos los hogares a los que lograron entrar desde el corazón.