os ábsides de la iglesia parroquial del antiguo monasterio de Fitero son auténticas puntas de diamante del arte románico. Son cinco acabados arquitectónicos, correlativos y distintos en envergadura, que logran con su desequilibrio un singular orden: Un estructura propia y de simétrica interna. Es una simetría asimétrica que, tras las distintas reformas acometidas en las últimas décadas en el gran conjunto abacial, se airean al frescor de su propia plaza, provocando una bellísima y enigmática intensidad perceptual. Disimetría estilística del nunca bien conocido monasterio de Fitero en el que se entreveran el cimiento y tabique románico, los puntales góticos de sus bóvedas, la belleza del resplandeciente claustro renacentista, el extraordinario retablo manierista y su torre y edificios anejos aladrillados por el Barroco.

Lo simétrico tiene casi siempre el don de la belleza en esencia y en sustancia; como lo tiene lo profundamente asimétrico. Los ábsides fiteranos son un monumental altorrelive; una arquitectura que te embelesa y te hace fruncir la percepción de la realidad con sus ondulaciones, alabeos y ruptura. Un auténtico recreo para la fotografía con el juego de las luces y las sombras, la monumentalidad y los caprichosos, quizá también obligados por falla métrica, del pandeo de este alucinante hemiciclo.

El templo puede presumir de ser con 85 metros la parroquia navarra de mayor longitud y de sus 48 del crucero, al que se abren en cabecera el ábside central y los otros cuatro, que albergan sendas capillas. El central tiene un diámetro de 8 metros y entre 5 y medio y 6 los otros. Estos espacios absidiales, dos por cada brazo de la cabecera, confieren al deambulatorio que rodea la girola un carácter sublime. Circunvalación de cinco capillas radiales, igualmente semicirculares, con cubiertas de cuarto de esfera, la central reforzada con dos nervios, es más amplia y está decorada con motivos vegetales y bolas.

Los seis arcos que forman el ábside confluyen en la parte superior con perfiles en chaflán. Baquetones separan las ventanas y terminan en el capitel de cada columna. Al exterior, en su cara oriental, se abren tres ventanales abocinados y rematados en arcos de medio punto. Dos vanos y un rosetón a cada uno de los extremos norte y sur del crucero iluminan con un poético sfumatto a esta cuadrilla de ábsides. A cielo abierto, el principal y los otros se calcan en abigarrada morfología. Los ventanales son aspillerados, rehundidos y lucen columnillas y basas, sin capitel, y con el baquetón de medio punto.

Durante el día, se trata de una piña de excepcional asimetría; por la noche, bien iluminada, luce rutilante, como una joya patrimonial única, como un diamante pentagonal.