ola, personas, ¿qué tal? Yo ya bien, repuesto de estos envites que nos manda la vida y de los que nadie está libre.

Esta semana he vuelto a las calles y a la actividad normal de todas las semanas, pero antes de empezar quiero hacer dos previos. En primer lugar dejar constancia de que así como nos quedamos sin los sanfermines grandes, el barrio de la Navarrería también se ha quedado sin sus sanfermines txikis y que el pobre San Fermín de Aldapa se ha tenido que quedar quieto en su retablo sin poder darse su paseo anual en el que aprovecha para saludar a sus vecinos y echar un vistazo a su milenario barrio. El pequeño Fermín habrá de esperar a que las aguas vuelvan a su cauce para volver a salir. Esperemos que sea pronto.

Y en segundo lugar quiero despedir desde aquí a mi primo Potoko Ciganda, pintor, rockero, musolari, divertido hasta el extremo, feliz y transmisor de felicidad y que hace 12 días se fue a desarrollar todas estas actividades a otros mundos. Seguro que aquellos conocidos que le precedieron en el viaje lo habrán recibido con los brazos abiertos. Ya les habrá contado mil chistes y ya les habrá dado sopas con onda en eso de la grande, la chica, los pares y las treintayuna. Potoko era mi primo, pero sobre todo era mi amigo. Con él pasé en Madrid y en Pamplona momentos que jamás olvidaré y en los anales de la cultura pamplonesa figura una exposición conjunta que colgamos en la Sala de Cultura de Castillo de Maya allá por el 1981, mis fotos eran interpretadas por sus pinceles y mostramos algo diferente. Potoko se ha ido pero ha dejado mucho poso, no solo por su arte, que queda y quedará colgado de muchas paredes, sino por el recuerdo de su sentido del humor, de su manera de comerse la vida a bocaos y de su amistad sin fisuras. Hasta siempre primo.

Y ahora vamos a lo nuestro, a ver qué se ha cocido esta semana en nuestro entorno. El viernes se inauguró en la plaza del Castillo la Feria del libro. Atípica feria del libro, como atípico está siendo todo este año. Para empezar este año no se llama del libro sino de la edición y abarca todo lo que está incluido en el mundo de la tinta y el papel encuadernados más los discos.

Esta reúne a tres ferias que se daban por separado, la feria del libro, la de los editores y la de libro antiguo y de ocasión.

Desde que yo tengo memoria recuerdo a los libreros en la plaza del Castillo una vez al año. Desde 1947, el día 23 de abril, aniversario de la muerte del genial Cervantes, las librerías de la ciudad sacaban sus tesoros a los porches y durante tres días llenaban de cultura, aventuras, sueños, amores, guerras, historia, ciencia y conocimiento el centro de la ciudad. Los puestos eran de lo más sencillo que se puede uno imaginar, cada librería montaba sus caballetes y sus tablas sobre las que exponía sus mundos, a las noches se tapaba todo con unas telas y unos plásticos por si llovía (y era asegurado que lo hacía porque en Pamplona dos son las cosas que llaman indefectiblemente a la lluvia: San Miguel de Aralar y las ferias del libro) y una pareja de vigilantes se encargaban de que nada les pasase a los libros. Y así sucedía.

Ocupaban la parte de los porches de la Diputación, la parte del Bearin y la parte del Iruña, con los años y la afluencia de nuevas librerías se llegaron a ocupar también la parte de La Perla y el Windsor.

Las tiendas que salían a la calle eran pura historia del libro en Pamplona; a riesgo de olvidarme de alguna, recuerdo como si fuese ahora a Librería Gómez, privilegiado que se instalaba frente a su tienda; Abarzuza, que lleva tres generaciones llenando de letras la vieja Iruña; Manantial, El Bibliofilo, mi librería de cabecera donde cada domingo compraba los Tbeos; Universitaria, Auzolan, Escudero, Antares, antes Hispania, El Parnasillo y los que fueron sus embriones Elur y Andrómeda que salieron un par de años, Xalbador y luego Elkar, La Casa del Maestro, la Casa del Libro, Aramburu y alguna que me olvido. Todas ellas entrañables tiendas de toda la vida que pasaban tres días vendiendo y haciendo vida social saludando a tanto y tanto amigo, cliente y conocido.

Con los años los porches y las mesas de caballetes se cambiaron por unas postineras casetas y se invadió el centro de la plaza, para semejante montaje 3 días no eran rentables y la feria pasó a durar dos semanas. Como el tempero de abril era desapacible se pasó todo a junio.

En octubre se volvía a montar todo el tenderete de casetas, pero esta vez en el paseo de Sarasate y para albergar otro tipo de mercancía. Ya no eran los autores de moda y los éxitos del momento quienes se llevaban el gato al agua, el público de esta feria buscaba otra cosa, buscaba tiempo pasado, buscaba títulos que fueron y ya no eran, títulos descatalogados, autores olvidados, libros con historia, se trataba de la Feria del libro antiguo y de ocasión. En una de esas casetas, la que montaba el Parnasillo, atendí al público durante 7 años, nuestra caseta tenía restos de editoriales que ponían a muy buen precio ediciones que en su día fueron punteras pero que el tiempo las había arrumbado en los almacenes de los distribuidores. Pero no todas las casetas se surtían de ese tipo de libros, en esas ferias conocí el mundo del libro antiguo y me picó el gusanillo. A Sarasate acudían cada año libreros anticuarios con autenticas joyas. Aquí venía Toni Blazquez, del Asilo del libro; los Asín, de Luches de Bohemia; Luis Escudero, librero vallisoletano que ya nos ha dejado, con el que llegué a tener una buena amistad y en un par de ocasiones le visité en su tierra, pasé algún día en su casa, un caserón en Adalia, un pueblecito en medio de la nada castellana, donde no cabía un libro más; Emilio Gómez, de San Sebastián; nuestro Kike Abarzuza, de Librería Iratxe en la calle del Carmen, y su hermana María, La trastienda, de León, y alguno más que me olvido. Eran libreros que vivían intensamente el mundo del libro antiguo, cada ejemplar era importante, cada impresor, cada escritor, todo tenía algo. Me picó el gusanillo de la bibliofilia y ahí sigo emocionándome cuando veo un buen papel de trapo, una bonita capitular, un pergamino o una delicada encuadernación en tafilete con sus nervios, sus hierros y sus tejuelos.

Os invito desde aquí a daros una vuelta por la feria, este año es rara pero están casi todos, algo para llevaros a las manos seguro que encontráis. Entre su oferta está El rincón del paseante ya en su 3ª edición. Lo digo por si alguien aun no lo tiene.

¡Qué vivan siempre los libros!

Besos pa’tos.

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