ola personas, ¿Qué tal va este invierno adelantado que nos ha traído el calendario?

Yo esta semana he dado un paseo frío, prólogo de lo que nos viene. Hoy, jueves, he madrugado y a las 8:30 ya estaba en la calle paso tras paso para recorrer un tramo de nuestra ciudad y contároslo. La suerte le ha correspondido a un clásico que hacía tiempo que no pisaba: he bajado al río por el camino serpenteante que parte de Beloso, ya sabéis cual es porque lo hemos hecho varias veces en todas las estaciones y condiciones pero creo que nunca lo había recorrido de par de mañana y con frío y lluvia como lo he hecho hoy.

He salido abrigado y con un paraguas de Archanco, que aun nos queda alguno por casa, y he dirigido mis pasos hasta la calle Aoiz que he recorrido bajo la lluvia hasta las ursulinas de toda la vida, hoy se llama Liceo Monjardín, hay chicos y chicas y las horas de entrada y salida están llenas de testosterona y zangolotinas. Dejando el colegio a mi derecha he tomado la calle del Valle de Egües, la última de la colonia Argaray, una calle cuyos vecinos vivían tranquilos y sin ruidos con su estrecha calzada y la tapia del seminario por paisaje y que el desarrollo les ha cobrado un alto precio, les ha cobrado toda su calma poniéndoles en ella un vial de alta intensidad circulatoria que lleva a la nueva Lezkairu.

Atravesando la Baja Navarra, que registraba bastante circulación como corresponde a la hora en que los burladeses que desarrollan su labor en Pamplona suben a ello, he llegado a la Media Luna en donde me he cruzado con media docena de paseantes que disfrutaban como yo de la lluvia mañanera y en un pis pas he llegado a mi querido camino, a la serpiente que me llevará a la orilla del romano Runa. El otoño aun no ha clavado sus garras en la vegetación y ésta sigue verde y presente en su 90%, incluso en algún tramo aun forma túnel bajo el que habrá de pasar el paseante en su andadura. El camino está solitario y limpio, las lluvias de los últimos días han pasado la fregona y su piso brilla y reluce. Sus recodos pronunciados me han llevado a ver el parangón que siempre se establece entre el recodo del camino y los recodos de la vida. Y€ qué cierto es. He pensado.

He llegado abajo y he pasado la pasarela musical en la que todo hace sinfonía, en esta ocasión el repiqueteo de las gotas de lluvia era el encargado de ejecutar la partitura. Al pasar me he cruzado con una chica que se protegía bajo un paraguas cuyo cromatismo me ha parecido fotogénico, le he llamado y le he pedido, por favor, que posase para mí de espaldas con su parapluie, al principio ha torcido un poco el gesto pero enseguida ha accedido a mi petición y me ha permitido tomar mi foto. Gracias, si me lees, amable chica del paraguas de gajos.

Una vez pasado el río he tomado a mi izquierda para ir por el camino que va entre el río y las huertas, por éste sí que el otoño empieza a dejar su firma y ya se ven copas y árboles en los que el color se ha tornado sereno: sienas, ocres y amarillos anuncian la futura desnudez, el viento, inmisericorde, agita las ramas que sueltan sin capacidad de resistencia su preciado vestido.

Del barranco que cae de la Media Luna al río me ha llamado enormemente la atención una tremenda cascada de agua que caía dejando en medio de la ciudad un paisaje pirenaico, más se diría que el agua nacía en las cumbres de Belagua que en el céntrico parque de donde venía formando un maravilloso espectáculo de imagen y sonido.

A mi derecha se abren esos campos forrados del oro verde que nace en las tierras de la Magdalena, la lluvia que la mañana les estaba regalando tenía a las acelgas, a las borrajas y a las lechugas saltando y bailando de alegría, se mostraban pletóricas, esplendorosas, todo su pantone de verdes: claro, oscuro, limón, vivo, apagado€ estaba desplegado a la luz de la mañana. En un campo de lechugas un hortelano con un impermeable que le mimetizaba con el agro recogía con mimo el fruto que de ahí irá al mercado y a nuestra ensaladera, ya dije una vez que el pamplonés ausente una de las cosas que más añora en su distancia son las lechugas de la Magdalena. He seguido camino y he pasado junto a los trampolines del Club Natación, esos que de niño siempre vi desde la barandilla del parque como si fuesen de una altura desmedida y que vistos desde abajo tampoco son para tanto. He llegado a la presa del molino de Caparroso y no he podido por menos que acercarme hasta la orilla y perder-ganar unos minutos viendo y oyendo correr el agua con su trueno, su espuma, su luz y su frío. Las pasarelas estaban abiertas al paso de peatones pero me temo que si la corriente sube un poco más pronto les echarán la llave. He cambiado de rumbo y por el frontón de Ayestarán he tomado el llamado camino de Caparroso, hay que ver el señor Caparroso este que le han puesto a su nombre el molino, la playa, el chalet aquel que regalaron y desregalaron a los okupas y este camino entrehuertas, y el pobre Salvador Pinaquí con más mérito, no tiene nada de nada, injusto, bueno, a lo que estamos, he tomado el camino de Caparroso y he disfrutado de casitas y explotaciones hortelanas con matices de viejo y de otoño que me han llenado cuerpo y espíritu de luz, color y paz. Solo el ladrido grave de un perro grande rompía el silencio llovioso de la mañana. He desembocado en la vieja carretera de Burlada, la que toman los peregrinos que entran en Pamplona para seguir su camino, la que se usaba antes de que la cuesta de Beloso fuese poco más que una ripa que llegaba al río y admitiese tránsito de personas y vehículos; tras más huertas unos bloques de casas que habitan familias de gitanicos que si pierden la llave del portal no les importa, no pasa nada, no hay puerta, ¿pa qué? Enfrente, aparcado, su parque móvil de furgonetas y después las obras del nuevo ramal que va a unir Burlada con Pernambuco, o más allá.

Por la casa de las Moscas he salido al río de nuevo y por el puente de la Magdalena pisando sobre las huellas de caminantes compostelanos, hortelanos, chantreanos, reyes magos y demás población pasante he llegado la otra orilla donde he visto con disgusto que los castores están diezmando los árboles. Algo habrá que hacer.

He llegado hasta el ascensor que me acerca a San Bartolomé y he tomado la ciudad que me ha llevado a mi casa tras hora y media de andar bajo una lluvia que al final era mi amiga.

La semana que viene más.

Besos pa' tos.