l pretendiente carlista al trono de España, Carlos María Isidro de Borbón, se ocultó durante su estancia en Gran Bretaña, bajo el falso título de Duque de Elizondo para permanecer en el anonimato. En efecto, entre los meses de junio y julio de 1834, el pretendiente frente a la luego reina Isabel II, que llegó a actuar como rey con el nombre de Carlos V, intentó guardar su identidad haciendo uso del inexistente título del ducado elizondarra.

Al morir Fernando VII de España, su hermano Carlos María Isidro estaba en Lisboa, donde se exilió al ver fallidos sus tejemanejes políticos con los que, en 1830 y durante la enfermedad del monarca reinante, la Pragmática Sanción. La ley así llamada, conocida también por Ley Sálica, aprobada por las Cortes en 1789, restablecía el derecho de las mujeres a acceder al trono, lo que posibilitaba el acceso de Isabel II y anulaba de facto las aspiraciones de Carlos María Isidro de Borbón.

Este, sin embargo empecinado en alcanzar el trono, en octubre de 1833 comenzó a actuar como rey, despachando varios decretos que firmaba como Carlos V, desconociendo el mejor derecho y la autoridad de su sobrina, Isabel II. Sus partidarios, poco después, se levantarían en armas y se llegaría a la Primera Guerra Carlista.

Con todo, Carlos María Isidro siguió en Portugal (país de recia tradición borbónica, recuérdese el exilio durante el franquismo de don Juan, padre del emérito comisionista) pues allí contaba con apoyo del rey Miguel I, a su vez inmerso en conflictos de similares características. Derrotado y destronado su protector, el ejército español cruza la frontera decidido a apresar al pretendiente, lo que hace huir a este y su familia a tierras británicas y quiso vivir de incógnito como duque de Elizondo.

Su estancia sería breve, un mes después viaja a Francia, cruza la frontera de España y se pone al mando de sus tropas. Entró por Zugarramurdi y se alojó en el palacio de Arizkunenea de Elizondo, la actual casa de Cultura. En 1845 renuncia a sus presuntos derechos y adopta otro título incógnito, ahora el de conde de Molina.

Las guerras carlistas darían lugar a otro título, el de marqués del Baztan, cuyo poseedor, igualmente, sería un personaje de relación con el valle tan breve como circunstancial. El marquesado se creó por la reina regente María Cristina de Habsburgo, y fue concedido en favor de Miguel Martínez-Campos, por los méritos de su padre, capitán general Arsenio Martínez-Campos.

Hace referencia a la presencia de Arsenio Martínez Campos, líder del ejército alfonsino, que derrotó a los carlistas, acabó con la última guerra carlista. Existe obra del pintor José Cusachs, con el título Marcha del Baztan donde se representa al marqués en acción bélica en Arritxuri o Peña Plata. El actual titular reside en Argentina.

“En Baztan todos sus habitantes son nobles”, decía la condesa D’Aulnoy en 1679 aludiendo al derecho de los naturales desde el pleito de 1440 con el Patrimonial del Reino de Navarra. Al margen de esta cuestión, no son pocos los baztandarras que gozaron de títulos de nobleza, el marquesado de Iturbieta, los condados de Gausa y de Guaquí de los Goyeneche y Muzquiz, los ducados de Goyeneche y de Gamio, y de otros logrados en La hora Navarra del XVIII y virreinatos anteriores en la conquista americana.

Quizás el más significativo sea el marquesado de Murillo por su generosidad arquitectónica plasmada en el monasterio de Nuestra Señora de los Ángeles, en Arizkun. Y hay otros con los que, sin saberse mucho el cómo y el porqué, de pronto se encuentra con sorpresa que son poseedores de casas y tierras en el barrio de Beartzun, entre Elizondo y Elbete (marqués de Perinat), o de la casa-torre original de los Azpilicueta (duque de Granada), madre de San Francisco Javier, aunque, como se suele decir, esa es una historia para otro tiempo.