orrían los últimos días de agosto del año 1874 cuando el ejército carlista, en su lucha contra las tropas isabelinas establecidas en la capital, se apostó estratégicamente en muchas de las localidades de la cuenca de Iruñea, fijando su cuartel general en Uharte, rodeando la ciudad y sometiéndola a un severo bloqueo, sitio que duró más de cinco meses. Una de las primeras consecuencias fue la escasez progresiva de víveres, ya que a los aldeanos de los pueblos aledaños no se les permitía entrar en la ciudad a vender sus productos, hortalizas, huevos, corderos, etc. La población fue agotando los víveres que tenía y cuentan que en los últimos días del bloqueo ya no había ni siquiera gatos en la plaza y se habían comenzado a comer incluso las ratas que proliferaban por las calles. La escasez de carbón y leña era otra de las grandes carencias producidas conforme pasaban los difíciles días. La falta de leña supuso la tala de la práctica totalidad de los árboles existentes en la ribera del Arga desde la Magdalena hasta San Jorge, tala que debía efectuarse casi siempre bajo el fuego de los disparos de ambos bandos contendientes. Cuando se terminaron los árboles no se dudó en utilizar, por ejemplo, hasta las tablas y tablones de la plaza de toros. La culminación de los efectos del bloqueo sería el corte del suministro de agua como vamos a ver.

Los habitantes de Pamplona, hasta finales del siglo XVIII, se surtían de agua del cercano río Arga y también de los numerosos pozos y algunos manantiales de su interior. Las crecientes necesidades debidas al progresivo incremento de su población requirieron llevar a cabo el proyecto de traída de aguas desde un gran manantial en las faldas de Erreniega en el término Frankoa de la localidad de Subitza. El canal desde el citado manantial hasta la ciudad fue diseñado por el matemático francés Gency, después modificado por Ventura Rodríguez, y requirió de varias e importantes infraestructuras, quizás la más complicada el largo acueducto de Noáin, terminándose la costosa obra en 1797. El canal terminaba en un gran depósito situado a la entrada del Portal de San Nicolás, junto a la basílica de San Ignacio y desde allí se repartía a las distintas fuentes estratégicamente situadas en los barrios de la ciudad, cinco de las cuales fueron de nueva construcción y diseñadas, como es sabido, por el gran pintor Luis Paret.

Rodeada y sitiada la ciudad, el día 13 de septiembre de 1874 el alcalde de Subiza comunicaba al de Pamplona que soldados carlistas habían cortado el suministro de agua a la capital. Ese día cuatro soldados del 10º Batallón abrieron una compuerta en el manantial de Frankoa para que el agua no llegara hasta el canal receptor. Dos días después , un mando carlista llamado Esparza, desconocemos su graduación, reivindicó en un comunicado desde su cuartel general de Uharte la autoría del corte de agua en Subitza. Inicialmente el alcalde de Pamplona, aparentemente poco preocupado, hizo un pregón dando a conocer la noticia y animando a la población a utilizar el agua de los numerosos pozos existentes en la ciudad y a tomar agua del cercano río Arga. El Portal de Tejería permanecería abierto durante el día, para que la población, bajo protección desde los baluartes de Labrit y San Bartolomé, cogiera agua del río en sus cántaros. Para ello se habían habilitado una serie de filtros para intentar que el agua recogida estuviera lo más limpia posible. Sin embargo, algunos soldados carlistas se situaron en la Magdalena intentando evitar la recogida de agua y el intercambio de disparos con los carabineros apostados en los citados baluartes fue continuo, de día y de noche.

Conforme pasaban los días en la ciudad comenzaban a multiplicarse los casos de tifus y graves disenterías. El problema ya no solo era la falta de agua para beber o cocinar, sino que el agua sobrante de las fuentes era fundamental para un correcto funcionamiento del sistema de alcantarillado y las aguas "sucias" comenzaron a acumularse. Durante los cinco meses de bloqueo se produjeron en la ciudad 876 defunciones lo que suponía un 4% de la población. De todos los fallecimientos más de una cuarta parte, 233, fueron por tifus. Es de destacar que, sin embargo, apenas se produjeron una decena de bajas entre los soldados de ambos ejércitos en actos de combate, más bien pequeñas guerrillas en los alrededores de la ciudad e intercambio cada día de algunos disparos esporádicos de artillería. Dentro de este continuo toma y daca entre sitiados y sitiadores, se produjeron algunas situaciones cuando menos curiosas. Cuando en la primera quincena de octubre llegó el momento de la vendimia, una comisión de labradores se entrevistó con el general carlista Mendiri y este les permitió comenzar la vendimia en las numerosas viñas de las faldas de Ezkaba, el vino y el chacolí no podían faltar en ninguno de los bandos€ Otro episodio puramente novelesco se produjo el día primero de diciembre de 1874 cuando el carruaje fúnebre municipal se dirigía al cementerio de Beritxitos con dos fallecidos. Un pequeño grupo de carlistas se apostaron en el camino impidiéndoles el paso, soltaron la caballería y se la llevaron. Los pobres empleados tuvieron que cargar a hombros con los dos cadáveres y volverse al interior de la ciudad. A pesar de que un despacho del ejército carlista desmintió que pretendieran la prohibición de enterramientos en el cementerio municipal, la Junta de Sanidad decidió, ante las dudas, habilitar un nuevo y pequeño camposanto, mas cercano, en las proximidades de la huerta del Sr. Seminario junto al Portal de Francia, evitando el "largo" trayecto hasta Beritxitos.

Volviendo al problema del suministro de agua desde Subitza, en el cercano Molino de Caparroso estaba instalado el ya prestigioso industrial de la ciudad, el labortano Salvador Pinaquy, con su fundición y taller de aperos y maquinaria agrícola. El día 1 de octubre se comunicó que el Sr. Pinaquy había practicado una excavación en el cascajal que había a orillas del Arga, justo debajo de la presa que alimentaba a su instalación. Allí encontró un abundantísimo manantial de agua, además sumamente clara, decía que incluso mejor que la de Subiza. Con ello, de entrada, se evitarían los filtros usados hasta entonces. Pero, con el ingenio y capacidad emprendedora que ya había demostrado suficientemente en su trayectoria profesional, Pinaquy pensó en bombear el agua del manantial hasta el depósito de San Ignacio y así solucionar el grave problema que padecía la ciudad. Rápidamente se puso manos a la obra, presupuestando el proyecto en 50.000 reales que el ayuntamiento inmediatamente aceptó.

El agua recogida en el manantial, a pesar de su limpieza, era filtrada y recogida en un pozo de donde se aspiraba por tres cuerpos de bombas de pistón zambullidor, bombas que eran movidas por una turbina sistema Fonval que Pinaquy tenía en su taller. Desde allí las aguas salían por una cañería de hierro fundido de 515 metros de longitud, elevándose 39 metros hasta conectar con el canal procedente de Subitza junto al Portal de San Nicolás y de ahí al depósito de San Ignacio para, como ya venía siendo, ser distribuidas a las fuentes públicas. El rendimiento era de 4,25 litros por segundo, lo que supone 367.200 litros al día, es decir, 22 litros/día/habitante. Incluso hubiera podido aumentarse el rendimiento si no hubiera que haberse ajustado al diámetro de los tubos de conducción, tubos que se habían encontrado almacenados en las cercanías de la estación del ferrocarril. En tan sólo 28 días la instalación estaba terminada y lista para su funcionamiento.

Tras un par de días de ensayos y corrección de algunos pequeños defectos, el día 6 de noviembre de 1874 se produjo la apertura oficial de las fuentes. La fuente de la Beneficencia en la Plaza de la República, hoy Plaza del Castillo, adquirió gran protagonismo en el acto. La más grande de las fuentes diseñadas por Paret ochenta años antes, coronada por la hermosa figura alegórica de la beneficencia, obra del escultor burgalés San Martín, fue engalanada para la ocasión con banderolas, escudos, enseñas y maceteros floridos. Se le puso un cartelón que decía La libertad hermanada con la ciencia y un segundo que rezaba A pesar de los carlistas. A la una del mediodía, con la presencia de gigantes, kilikis y cabezudos, a los sones de la gaita y el txistu y entre el explotar de gran cantidad de cohetes, el alcalde Sr. Colmenares, el presidente de Diputación Sr. Iñarra y el general liberal Andía, abrieron entre aplausos los cuatro caños de la fuente. Seguidamente se dirigieron en comitiva hasta la fábrica del Sr.Pinaquy en donde firmaron el acta oficial de inauguración de la obra. Cuando gigantes, música y autoridades pasaban por debajo del baluarte de Labrit se dispararon, desde el mismo, tres balas rasas sobre el vecino pueblo de Uharte, en donde el ejército carlista tenía su base. Por la tarde y noche hubo sesiones de baile en el paseo de Valencia amenizados por la banda de la Casa de Misericordia.

El 1 de febrero de 1875 el pleno del ayuntamiento acordó agradecer públicamente a Salvador Pinaquy su importante trabajo y labor realizada en bien de toda la ciudad, concediéndole una medalla conmemorativa de oro. En su cara se señalaba, Se comenzaron las obras en 8 de octubre. Corrieron las aguas del Arga por las fuentes en 6 de noviembre y en su envés A Don Salvador Pinaquy. Pamplona agradecida 1874. Dio de beber al sediento. El pago por las obras, algo más de diez mil pesetas, le sirvió a Pinaquy para mejorar su negocio, y pocos años después, abandonar el arriendo del Molino de Caparroso y trasladarse a sus nuevas instalaciones en la calle Mayor de Pamplona, en donde sus sucesores los Sancena continuaron con su actividad, después, como es sabido muy centrada en el mobiliario urbano.

En esos primeros días de febrero de 1875, tras la coronación en Madrid del rey Borbón Alfonso, Iruñea sería "liberada" del bloqueo carlista por las tropas del general cristino Moriones que entró en la ciudad por la puerta de San Nicolás con nada menos que 35.000 hombres, más del doble de la población civil en aquel momento. La guerra aún iba a prolongarse durante un año, especialmente en Tierra Estella y Araba. A pesar de recuperar el agua procedente de Subitza, las bombas de suministro desde el río Arga montadas por el ilustre maquinista baionés, como se denominaba cuando se instaló en Pamplona en 1850, siguieron funcionando durante casi veinte años más. En concreto se utilizaron para llenar un depósito de suministro al Palacio de Diputación y otro destinado al riego junto al edificio del Vínculo en el paseo de Sarasate. Con la inauguración en 1895 de la nueva traída de aguas desde el nacedero de Arteta las bombas ya no fueron necesarias. En la actualidad dicen que el manantial de las orillas del Arga está agotado, quien sabe si algún día futuro habrá que redescubrirlo y volver a probar sus aguas. Y Salvador Pinaquy se quedó con su medalla, aunque muchos ciudadanos pensamos, me consta, que casi 150 años después, aún se le debe un reconocimiento permanente, un pequeño monumento o el nombre de una calle quizás.