Las manos de Aurelia Murillo Etxamendi echaban en falta el roce de las teclas del órgano de la parroquia San Cristóbal de Mezkiritz. A sus casi 89 años, la pandemia y una fractura de cadera le han mantenido alejada de su mayor afición, mas esta mujer natural de Erro volverá hoy a hacer sonar el armonio en la misa semanal.

La afición se gestó en su infancia, en su pueblo natal de Erro. "Éramos las chicas cantoras y yo era muy asidua a la iglesia. Siempre estaba al lado de la organista, que era la mujer del médico", recuerda. Pero un día, esa familia se fue a vivir a Gipuzkoa. "¡Qué tristes eran las celebraciones sin órgano! Así que le dije al cura que quería tocar y para eso tenía que aprender la clave de fa", admite.

A base de observar tantos años, del solfeo de bachiller y con la ayuda del párroco, Aurelia fue preparándose su primera pieza: la Salve Regina. Un sábado de otoño, esa chica joven, se estrenó en público en la iglesia de Erro. "¡Se me armó un barullo! Porque tú sigues tu ritmo pero hay que estar al del pueblo también. Y solté las manos. ¡Qué vergüenza! En ese momento hubiera querido que se me cayera la bóveda encima, entonces estaba todo el pueblo en la iglesia", dice sonrojada.

Sin embargo, nunca más volvió a soltar las manos. De hecho, para Navidad se afanó en aprender la Missa de Angelis, para la cual practicó todos los días de 9 a 12. Y esta vez no cometió ningún error.

SU 'RATICO' FELIZ

Ya con 26 años, en 1958, se casó con Honorio Ibarra y se trasladó a Mezkiritz, donde comenzó como organista en la parroquia San Cristobal. Pero la desgracia llamó a su puerta, ya que en 1959 un guardia civil mató a su cuñado Nicolás Ibarra por asuntos del contrabando. Esa tragedia les marcó, no sólo a la familia, sino a todo el pueblo de Mezkiritz. Entonces Aurelia perdió la ilusión y dejó de tocar. "No tenía ganas, pero en el 61 vino un nuevo cura y me animó. Ahí volví otra vez, hasta hoy. de eso hace ya 60 años", confiesa.

En este tiempo, ella no ha dejado de tocar. Ha puesto la nota musical, acompañada a veces del coro de mujeres del pueblo, en todas las misas semanales y también le ha tocado presenciar un centenar de funerales -"demasiados"-, dice. Basándose en dos libros que había en la iglesia y en otro que le regaló el párroco Don Agustín Ezurmendía, amante de la música y su maestro, Aurelia se ha compuesto su propio repertorio.

Conoce más de 50 partituras y admite que le gusta la música clásica de Schubert, Bach, Beethoven, entre otros. "Para misa elegía las más asequibles y que fueran bonitas. Y me gustaba darles un buen final con acordes que suenen bien. Don Agustín decía que había que dejar respirar a la música y llegar a un punto donde descanse", expresa.

Como muchas otras mujeres de la Montaña, Aurelia ha tenido que trabajar muy duramente para sacar adelante su casa, el ganado y, sobre todo, a sus siete hijos. Por eso, los raticos que le dedicaba al órgano le daban la vida. "Solía ir a la mañana de 7 a 7:30, cuando los suegros no se habían levantado. Estudiaba media hora por la mañana y con eso ya estaba contenta para todo el día", reconoce.

Y es que no hay más que verle tocar en directo para constatar lo esplendorosa que se convierte al sentarse delante de un teclado. "El órgano me ha dado muchas satisfacciones porque he gozado. En la consagración, cuando tocaba esas piezas de Bach o Haendel, me trasladaba a una nube. Me he llegado a sentir transportada a una felicidad", resalta.

LA VUELTA

Recuperada en parte de una rotura de cadera provocada por un accidente doméstico y tras haber sido vacunada frente a la covid-19, Aurelia se encuentra con buena predisposición para volver a tocar hoy en su parroquia. Durante su convalecencia, ha dedicado tres cuartos de hora diarios en el organillo que tiene en su casa y algún día también se ha escapado a la iglesia a tocar, por lo que para ella va a ser pan comido. Más aún cuando su público de Mezkiritz le hace sentirse valorada.

Ha recibido elogios y halagos por su destreza con el órgano por parte de vecinos y de los párrocos que han pasado por aquí. Incluso, en 2003 el Concejo le homenajeó por "su labor desinteresada durante tantos años". "Yo nunca he querido nada, yo sólo quiero que salga bien", dice.

Mirando al futuro, entiende con mucha pena la dificultad de que alguien le releve. "Para continuar, hay que ir a misa, vivir en Mezkiritz y hay que saber tocar. Mientras tenga bien la cabeza y no deje de tener ganas, seguiré, pero es algo que se va a ir perdiendo", concluye.