ola personas, ¿qué tal?, servidor bien, gracias. Supongo que tras los dos últimos ERP estaréis expectantes pensando: a ver dónde coño se ha subido este majara esta vez. Pues siento defraudaros porque esta vez me he dado paseo pamplonés con los pies en el suelo y en lugares normalitos, lugares que ya hemos visto en otras ocasiones pero que hay que revisitar periódicamente porque nunca un sitio es idéntico a la visita anterior, y nunca tú estás en las mismas condiciones anímicas, ni las circunstancias que nos rodean son las mismas, por tanto nunca se visita lo mismo dos veces.

Jueves, 7:30 de la madrugada, ya en pie para disfrutar de esa ciudad tranquila que a mí me gusta.

He empezado mi andada en Bergamín, he cruzado en diagonal la plaza de la Cruz, y he llegado a la calle Sangüesa que he tomado dirección centro para alcanzar enseguida la plaza Circular, también llamada del Príncipe de Viana, en honor de aquel pobre desgraciado que clamaba con razón: Utrique roditur- todos me roen- pero eso es harina de otro costal que veremos en otra ocasión. El caso es que esperando a que el semáforo me diese paso me he fijado en dos cosas, una ha sido el edificio de Avenida de Zaragoza 2 que hace esquina con la plaza y que llega hasta Conde Oliveto 3, me ha parecido un edificio estilo Art decó interesantísimo, con diferentes alturas y espacios retranqueados en la fachada que le dan gran voluminosidad, y la otra es el poco criterio que se ha seguido para construir en esa zona, cada edificio es de su padre y de su madre y no hay uniformidad ni de alturas, ni de estilos, ni de épocas, ni de nada, poco tiene que ver la casa de López con el edificio de los periodistas, ni la vieja estación de autobuses con el edificio de Osasunbidea, y por si esto fuera poco colocaron esos Txistus gigantes que son el colmo del mal gusto, el ayuntamiento que se decida a mandarlos a Miluce tiene garantizada la reelección. He llegado a Sarasate y estaba tranquilo de verdad, una persona era toda la población del boulevard, lo he cruzado disfrutando de su calma y recreándome en esos reyes desconocidos, excepto dos, que en él se enseñorean. He cruzado a la calle Ciudadela y he visto que en el edificio de la esquina con San Gregorio, donde estaba el histórico Anaitasuna, está acabado y listo para echar a andar un nuevo hotel, tocayo de la calle donde se encuentra y dotado de un par de estrellas, como un teniente. Ese tramo de calle está francamente bien cuidado y sus casas tienen un cromatismo que alegra la vista al paseante. Pasada la calle San Antón entramos en una especie de zona noble, con el palacio del conde de Espoz y Mina en la esquina, la casa de los Gaztelu, que en estos momentos está siendo sometida a una reforma de la que saldrán unos envidiables pisos, y, cruzando la calle Nueva, el Palacio de Vessolla, residencia de los Elío, primos de los Gaztelu y una de las familias más tituladas de Pamplona: ducado de Elío, marquesado de Vessolla, vizcondado de Val de Erro, condado de Ayanz y alguna más son las mercedes que generación tras generación vienen ostentando. Si alguna vez pasáis por allí fijaos en la ventana que queda a la izquierda de la puerta, veréis que en su moldura inferior el extremo de la derecha tiene un corte, si movéis el pequeño tramo que dicho corte separa del resto éste se levanta mediante una bisagra, era para ocultar el timbre, por tanto, el que allí llegaba y no sabía el truco se podía volver loco para que le abriesen la puerta.

He seguido y he pasado por las obras que se realizan en las salesas para instalar allí la Mancomunidad, me parece a mí que cuando acaben al edificio no lo va a reconocer ni la madre que lo parió. A ver. Y he llegado a la iglesia de San Lorenzo en la que he entrado para ver a San Fermín y preguntarle cómo se encuentra después de la segunda suspensión de sus fiestas. Estaba guapo tocado con la mitra que en 2014 le hiciera el joyero Javier Pelegrín, pero le he visto triste, me ha dicho que no le ha sorprendido, que tal y como están las cosas que lo entiende pero que lleva ya casi dos años encerrado en su templete y que eso sí que es un buen confinamiento y que pesa y que tiene ganas de que lo saquen a dar su garbeo anual y escuchar las jotas que le cantan y los piropos y los aplausos y los vivas y la Pamplonesa con su Asombro de Damasco y el bandeo de campanas a su salida y todas esas cosas que le hacen sentirse cerca de su pueblo. En fin, me ha dicho que tendrá paciencia y que nosotros la tengamos también.

He abandonado el templo y he enfilado la cuesta de la estación llevando a mi derecha la pared de las agustinas recoletas, en la pared de enfrente, la que sujeta la Taconera he visto el arco que nos indica donde estuvo, tiempo ha, la fuente del León, hoy desaparecida por dejar espacio a la circulación. Unos metros más abajo he llegado a otra fuente, la llamada de los legañosos, por ser canilla de la que antaño brotaba un agua que era, según decían nuestros abuelos, curativa de afecciones oculares, por lo que quién lo necesitaba visitaba dicha farmacia natural dándose baños en los ojos. He pasado el pequeño pasadizo que atraviesa el portal nuevo y he tomado la cuesta que me lleva al puente de la Rochapea, a poco de empezar a bajar he llegado a la entrada que, haciendo túnel en la vegetación, conduce a la casa que se llamó de los barquilleros y que es la única que, aunque maltrecha, quemada y arruinada queda en pie de todas las que formaron el barrio de la humedad o de curtidores. La curiosidad me ha llevado a entrar en semejante amasijo de vigas, baldosas y ladrillos y ver que todo está en estado más que lamentable, pero no le debe parecer tan malo a quien en ella vive puesto que me he encontrado una cama con su manta y su almohada y unas piedras negras que sujetan una sartén, dormitorio y cocina de alguien a quién la vida ha tratado con dureza. La casa está rodeada de verde, ramas de todo tipo y condición invaden el lugar, en ellas también hay habitantes, sus trinos no dejan lugar a la duda, no sé nada de ornitología, pero me inventaré algo para decir que un chorlitejo patinegro, un zarapito trinador y un herrerillo capuchino me acompañaban en mi visita con su concierto de abril.

He vuelto a la carretera y al final de la cuesta he tomado el funicular, que no ascensor, de Descalzos para subir al corazón de la ciudad y por Eslava, San Francisco y San Miguel alcanzar de nuevo el paseo del inmortal violinista y tomar el camino de casa una vez más con la cabeza y el corazón llenos de Pamplona.

Hasta la semana que viene. Sed malos.

Besos pa tos.